Ricardo Canaletti, el periodista de casos criminales: "No hay que creerle tanto a la Policía"

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Ricardo Canaletti. Foto: Ricardo Figueredo.
@maineleo

ENTREVISTA

El conductor de Cámara del Crimen (TN) cruzó a Uruguay para presentar sus dos nuevos libros: Crímenes sorprendentes de asesinos en serie y Crímenes sorprendentes en el Vaticano.

Ricardo Canaletti. Foto: Ricardo Figueredo.
"Vitette es muy vivo, un atorrante de primera", describe sobre el autor uruguayo del llamado 'Robo del siglo'. Foto: Ricardo Figueredo.

La cámara se enciende y Ricardo Canaletti no da respiro. Inicia un electrizante relato sin eufemismos sobre un desgarrador caso de la crónica roja instalado en la agenda. Está rodeado por una calavera, archivadores, pizarras de corcho, y algún elemento en alusión al informe del día, como gigantografías de los acusados del caso de violación grupal que conmueve a la Argentina. Al grito de “¡impacto!”, el conductor da pie para escuchar los testimonios sobre la historia e hipnotiza al público, que convirtió a Cámara del Crimen (TN) en el programa más exitoso de su género.

El fenómeno de Canaletti también se transada a libros sobre casos criminales que se vuelven un éxito de ventas. Sobre sus últimas dos publicaciones y los debates que despiertan sus programas habló con El País. "Es cierto que en hechos de sangre está el morbo, pero también está en peleas políticas y en temas de salud", advierte.

-¿Cuál fue la nota que te introdujo en el universo de la crónica roja?

-Un día faltó un periodista de policiales en Clarín y me dijeron de hacer una nota que tenía que ver con el robo de un banco. Cuando fui al lugar no me daban bola, pero una característica que tiene que tener el periodista es la insistencia. Así que seguí hasta que más o menos pude reconstruir la historia con los testigos, los vecinos, la gente y algún policía. Cuando llegué al diario escribí la nota de la forma más coloquial posible, como si se la estuviera escribiendo para mi mamá. Eso les gustó y me dijeron de hacer otra sobre casos criminales. Seguí hasta ahora.

-¿Dirías que tu sello personal es ese estilo coloquial al hablar de crímenes que pueden ser truculentos?

-Yo me preocupé por escribir las crónicas de una manera diferente a lo que se venía haciendo: “el malhechor extrajo desde sus ropas un arma de grueso calibre, fue abatido por el policía, quedó en decúbito dorsal y fue citado y llevado a un nosocomio”. Eso no me gusta, hay que escribirlo de otra manera: “le pegó un tiro, cayó, quedó muerto y lo llevaron al hospital”. Hay que hablar de manera más coloquial, sin tanto cliché. Y no hay que creerle tanto a la policía. Ellos siempre te dan una historia completa, a pesar de que el hecho ocurrió hace una hora. En una hora nadie puede saber lo que pasó.

-Este mismo estilo fue el que llevaste a la televisión en 2014 con Cámara del Crimen (TN).

-Claro, es que soy el mismo periodista de la gráfica. A la hora de pensar Cámara del Crimen había dos posibilidades: o hacíamos un programa con una mesa, dos sillas y un helecho; o hacíamos un programa con una puesta y una escenografía. Nosotros queríamos que en Cámara del Crimen hubiera una representación del hecho y contar una historia, no una noticia. No había ficción: lo que decíamos, cómo lo decíamos, los silencios, los tonos, las maneras, las vueltas, estaban en el propio expediente judicial. Con estos elementos se quiso hacer Cámara del Crimen, y no la mesa con las dos sillas y el helecho.

-¿Nunca te quedó la sensación de haber cruzado un límite inconveniente después de alguna representación?

-No creo que hayamos pasado límites. Si alguien piensa diferente que me diga en qué caso. La representación a veces nos sale mejor y a veces peor, a veces más burda y otras más exacta. Y hubo historias que contamos mejor que otras. Por ejemplo, la de Yiya Murano, la envenenadora de Monserrat, no la conté del todo bien. Fui demasiado lento. Me acuerdo que habíamos preparado jeringas para meter el veneno en las masitas…

-¿Estas representaciones nunca cayeron mal en el entorno de la víctima?

-No, en ese sentido nunca tuvimos problemas. La mayoría de casos que tratamos son de víctimas que no recibieron justicia. Los casos quedan impunes no porque haya genios del mal sino porque las investigaciones se hacen mal, por desinterés o por desidia. Entonces no hemos tenido problemas con víctimas. Si tuvimos algún problema fue con autores, sobre todo con aquellos que todos saben quiénes son pero no fueron atrapados. Por ejemplo, cuando hablamos de Cromañón abarcamos el tema de la inseguridad en los boliches y más de un dueño nos llamó para putearnos. En otra oportunidad mencionamos a Coppola, y también nos llamó para dar su posición. Nosotros tratamos de ser lo más precisos posibles. Puede pasar que la persona aludida tenga otra visión o no esté de acuerdo, lo que no significa que tenga razón o que nosotros tengamos razón.

-¿Por qué creés que estas historias sobre crímenes generan tanto interés en el público?

-Llaman la atención ahora, pero en Argentina siempre se lo vio como un género marginal. De un tiempo a esta parte, la radio, la televisión y las editoriales empezaron a apostar a esto. La gente se cansó de la política y de los temas económicos, y de repente empezó a ver estas historias. Se empezaron a contar como historias, a plantear enigmas, y la gente participa desde su casa. Es cierto que en hechos de sangre está el morbo, pero también está en peleas políticas y en temas de salud, como con el Covid.

-¿Qué rol tiene el morbo a la hora de presentar un hecho de sangre?

-Es que si descubrir al autor y meterlo en cana depende de saber si cuando le introdujo el cuchillo en el pecho lo giró hacia la izquierda o hacia la derecha, tenés que hablar de eso. ¿Es morbo? Sí, pero es lo que define un autor y una condena. No lo definen las grandes teorías de derecho penal liberal, lo define si el cuchillo se lo metió en el pecho o en la nuca, o si las marcas que tiene en el cuello se las hizo con un tenedor. Todo esto es fundamental, y es morbo. Ahora, ¿es morboso el juez que trata esos casos? ¡No! ¿Y entonces por qué el periodista sí?

-¿Cuál es la responsabilidad que tiene el Estado frente al surgimiento de asesinos que vos calificás como “monstruos” en tus libros?

-Cuanto peor es el nivel de vida de la población, más monstruos hay. Esa menor calidad de vida se puede dar en el rico, en el de clase media o en el pobre. Si a vos te quitan la posibilidad de avizorar un futuro para vos y tu familia, no te vas a convertir en un monstruo indefectiblemente, pero hay gente que sí. La forma de la que te hacen vivir influye, sacando los casos patológicos o de enfermedad. En ese sentido la responsabilidad de los gobernantes es muy grande.

-En tu último libro hablás de crímenes ocurridos en el Vaticano, ¿cómo se explica que haya una galería tan amplia de este tipo de actos cometidos justo en el lugar en el que se supone que no deberían suceder?

-Una institución con dos mil años de historia sin un delito es imposible. El caso del libro del Vaticano surgió por el final. Siempre me interesó el caso de Emanuela Orlandi, una chica de 15 años desaparecida en 1983 de un momento para otro cuando salía de la Iglesia San Apolinar, donde había ido a tomar clases de flauta. Después de unos días de silencio, el propio Papa Juan Pablo II salió a decir que la habían secuestrado. ¡El único tipo en el mundo que sabía que la habían secuestrado era el propio Papa y no lo había dicho! Yo propuse el caso en la editorial y me dijeron que era interesante, pero que si había habido un crimen en el Vaticano, debía haber más. Me propusieron hacer “crímenes en el Vaticano” y acepté el desafío.

-Hay un capítulo del libro dedicado a la “pornocracia”, ¿de qué se trató este período?

-Fue un período de la Iglesia en el que los Papas se elegían de acuerdo a la performance que tenían en las camas de un par de senadoras poderosas de Roma, entre ellas Marozia, que fue amante de un Papa y madre de otro Papa. Había muchas cosas que se decidían sexualmente. Hubo un Papa al que le decían “satanás” porque organizaba orgías en el altar de San Pedro y llevaba a toda la clientela de los burdeles de Roma al Vaticano. Estaba primero el sexo y después la Biblia.

-Una de las historias de crímenes más emblemáticas de la Argentina fue el asesinato de María Marta García Belsunce, que volvió a la discusión pública tras el estreno de su serie, ¿qué conclusión tenés sobre ese caso a la distancia?

-Yo dije que no iba a hablar más del tema Belsunce, pero hay hechos que son objetivos: está el pegamento, un velorio muy extraño, un golpe en la bañera, un certificado de defunción trucho y médicos forenses que después descubren cinco tiros. Las explicaciones corren por su cuenta, pero esto alcanza y sobra. Muchos jueces pensaron como yo, excepto el último. La familia tuvo al juez apropiado en el momento apropiado. Son las reglas de juego de la Justicia en Argentina.

-En el caso de que su marido Carlos Carrascosa la haya matado, nunca quedó claro cuál podría haber sido su móvil y el de la familia de ella para encubrir el asesinato…

-No hace falta probar la motivación. Uno puede suponer una u otra, pero el código penal argentino es muy sencillo: “el que matare a otro tendrá de ocho a 25 años”. No dice “el que matare a otro por celos o por codicia”. Ya está. Lo que hay que probar es que uno mató a otro.

-También has hablado del famoso robo al banco Río encabezado por el uruguayo Luis Vitette, ¿qué impresión tenés sobre él?

-Vitette muy vivo, pero es un atorrante de primera. Es un personaje, un tipo que te la hace en la cara y no te das cuenta. No lo estoy levantando, ojalá hubiese estado 35 años en cana, pero los que conocen la ley no siempre son los jueces, los abogados y los fiscales. Hay otros que también la estudian y capaz que la saben mejor que ellos.

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