Uno de los protagonistas de la película Clever es Antonio Osta, bicampeón mundial de fisicoculturismo y pianista autodidacta. Esta es la historia de un hombre con cuerpo de superhéroe, que viajó por el mundo exhibiendo sus músculos y ahora vive en la tranquilidad de Cardona.
Antonio Osta no cierra los ojos cuando toca el piano, que está un poco desafinado, pero que sirve para demostrar que lo suyo es un don. Improvisa una melodía que suena a jazz, apoyando sus dedos gruesos sobre las teclas, y una de sus piernas pesadas sobre el pedal. Una pierna que hace unos años tenía el mismo diámetro que la cintura de una mujer. El pianista vuelca sus 120 kilos de músculos, vísceras, huesos y piel con pasión sobre el instrumento y la música retumba con fuerza contra las paredes de su casa.
Por encima de su espalda fornida, arriba de su cabeza pelada y con cicatrices, la tapa del piano sostiene varios portaretratos con fotos suyas, posando, bronceado, sonriente, en tanga, en algunos torneos de culturismo. Sobre la televisión, está el trofeo que ganó en 2006 en Moscú, la primera de las dos veces que fue Campeón del Mundo.
Aunque lleva 30 años esculpiendo su cuerpo con dietas estrictas y ejercicios feroces, al uruguayo más premiado del fisicoculturismo le gusta que lo aplaudan cuando toca el piano, un talento para el que no le hizo falta entrenarse.
Si frente a un espejo Antonio Osta no puede evitar mirarse para controlar la simetría de sus bíceps, cada vez que se cruza con un piano pide permiso para tocar.
—Debe ser cosa del ego, ¿no?
Dice sin sacar las manos de las teclas, con una sonrisa plácida.
—Una vez di un concierto para unos políticos. Uno de ellos, que había estado en Nueva Orleans, me dijo que nunca había escuchado a un blanco tocar el piano como un negro. Ese fue uno de los mejores elogios que me hicieron, -cuenta manteniendo la espalda erguida.
Cuando era un niño, una de las primeras melodías que tocó de oído fue la banda sonora que compuso Vangelis para la película Carros de fuego, que cuenta la historia de unos atletas británicos que se preparan para competir en los Juegos Olímpicos de 1924.
Antonio Osta vio la película varias veces porque le fascina el origen de las Olimpíadas, es decir, el culto de los griegos por la anatomía humana.
—Para mí primero hay que lucir como un atleta y después serlo, -dice este campeón, haciendo bailar el pectoral derecho.
En Cardona, un pueblo de 4.600 habitantes al sureste del departamento de Soriano, hay siete clubes de fútbol pero casi ningún gimnasio. Mientras sus amigos jugaban a la pelota, Antonio Osta pasaba el día en la terraza de su casa ejercitándose con pesas hechas con tachos de pintura rellenos de cemento y escombros.
Cuando su familia le decía que aquello era una pérdida de tiempo, él pensaba en otra película: en la primera Rocky, y en cómo un tipo de barrio podía desafiar la mirada burlona de los otros, entrenarse solo, y probarse en las grandes ligas del deporte.
—Tengo una tendencia a la soledad pero no por ser un tipo raro, sino porque mis gustos son diferentes. Cuando era niño yo prefería tocar el piano, o entrenarme, o dibujar forzudos, o jugar con dinosaurios, o ver pasar el tren.
Una tarde, en el Chuy, cuando Antonio Osta rondaba los 12 años, hojeó por primera vez una revista con fotos de fisicoculturistas. Nunca había visto músculos en las piernas. Le parecieron hombres deformes. Pero era una deformidad que lo conquistó. En sus tripas comprendió que esa opulencia de músculos adheridos a la piel sellaría para siempre su diferencia con el pueblo en el que creció (y al que siempre vuelve).
En Cardona, el mismo lugar en el que nació una celebridad como Víctor Hugo Morales, el hijo de un comerciante y de una maestra, el mayor de cinco hermanos de una familia católica, se convirtió en un bicho raro, en una especie de monstruo que puede levantar 220 kilos con el pecho, 300 en sentadillas y 600 en la press de banca.
Ahora que tiene 42 años y su vida se recompone después de un "peso muerto", Antonio Osta puede verse en la película Clever, en la que actúa componiendo un personaje que se le parece demasiado: un musculoso sensible.
Por más que la mayoría de las personas piensen que su pasión es una exhibición grotesca del empecinamiento humano, este atleta cree que construir un músculo tiene tanta validez artística como dar un concierto de piano.
—Esta canción es la que toco en Clever,-dice, cambiando la melodía.
—La soñé una noche y se la mostré a los directores, y les encantó, así que la agregamos en una escena en la que aparezco tocando el piano- agrega.
—¿Sabés qué pensé la primera vez que me vi en el cine? Que había encontrado otra forma de inmortalizarme.
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En la película que protagoniza interpreta a Sebastián, un artista plástico que es dueño de un gimnasio. Clever Pacini, padre recién divorciado, profesor de artes marciales, dueño de un Chevette Tiburón tuneado, parte en su búsqueda porque quiere que le dibuje unas llamas de fuego en el auto. Sebastián vive en un pueblo chico y arisco llamado Las Palmas, y sale poco de su casa.
En las calles de Cardona Antonio Osta se mueve con amabilidad. Le dicen "profe", "maestro", y "campeón". Es una de las figuras más importantes y queridas del lugar. Es el único cardonense que el pueblo, con el intendente a la cabeza, recibió con una caravana.
Fue en 2006, cuando volvió con la Medalla de Oro de Rusia.
Unos años después de ese episodio, cuando este campeón triunfaba en México y le sobraban patrocinadores, ponía play al video para revivir ese momento en la habitación de algún hotel cinco estrellas.
—Siempre tuve miedo de convertirme en otra persona, de ser alguien que desprecia a los que tienen menos y a los que son distintos. Es muy difícil no perderse cuando tu entorno cotidiano es tan frívolo, - dice.
—Todo lo mío siempre termina en tristeza, -lanza a continuación, y parece una línea de diálogo de Sebastián.
—Es que en el culturismo uno se va construyendo un cuerpo y a medida que crece la musculatura crece un personaje, que no tiene mucho que ver con uno mismo.
El Antonio Osta que aparece en Google, el de los pósters que cuelgan del gimnasio que armó en su casa, y el de la fotos sobre la tapa del piano, es un hombre sonriente y con la piel dorada.
Un hombre que cierra los puños y parece haber conseguido todo lo que se propuso en la vida.
—Me armé un personaje rudo, que no se enamora, que no necesita a los demás, que no siente.
En la pantalla, Sebastián pierde una pulseada con un hombre mucho más flaco. "Es que lo mío es estético. No me gusta pelear", se excusa.
En las calles de Cardona Antonio Osta saluda con un beso o dando la mano. Y cubre su abultado cuerpo con ropa. Está cansado: ya no le gusta exhibirse para los demás. No quiere que nadie lo provoque.
—El hombre arrastra eso de ver quien es el macho alfa, y eso pasa en un boliche, en la calle o en el liceo. A mí me hace mal. La violencia me deteriora completamente.
El hombre más exuberante de Soriano hace este alegato y dos de sus amigos asienten con la cabeza. Uno de ellos es Luis (que es escribano y que prestó su oficina para esta reunión) y el otro es Marcelo (que es panadero, trajo galletitas de limón y preparó el té). Lo llaman "Toño".
En otra silla, entretenida con su celular, está Natalia, que tiene 21 años y es su novia. Natalia conoció a Antonio por Facebook, y se enamoró de él mientras le ataba las barras con cinta a las manos, sin discos, porque a pesar de sus 120 kilos de fuerza, Antonio Osta sobrevivió a un accidente y durante la recuperación no podía ni levantar un codo.
—Yo soy un hombre que a los 42 años está aprendiendo a vivir. Que está aprendiendo a ser padre, a querer. Soy un hombre que a los 42 años se dio cuenta de que necesita todo eso que pasó la vida despreciando.
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Desde la ventana del estudio notarial de Luis se ven las vías del tren. Las mismas en las que Antonio Osta se sentaba cuando era niño hasta esperar el temblor del metal, y cuando llegaba se levantaba de un salto para observar deslumbrado la potencia de la máquina atravesando el espacio.
—Quizás lo que me interesa tanto de los trenes es el tamaño, la fuerza, y el poder que tienen, -dice.
En 1992 se mudó a Montevideo para estudiar la carrera de Analista de Sistemas. Por las noches trabajaba como seguridad en distintos boliches para pagarse la cuota del gimnasio. Por esa época, lo invitaron a un Campeonato Nacional de Culturismo y vio ganar a Ismael Garrido, el único culturista que lo inspiró en su carrera.
Después de verlo edificar las siete poses reglamentarias mientras sonaba de fondo el hit de Michael Jackson Black or white, decidió que la próxima vez el público iba a ovacionarlo a él.
Los concursantes le parecieron artistas. Atletas que moldearon su cuerpo usando alimento por arcilla y mancuernas por cinceles.
Si todo sale bien, pensó Antonio, la escultura puede convertirse en una obra de arte. Una obra de arte armónica. Como las que hacían los griegos.
En inglés, al que practica culturismo se le llama "bodybuilder", es decir "constructor de cuerpos". En México, una de las mecas de esta disciplina deportiva, se le llama "fisicoconstructivismo".
—Cuando vi a Garrido me pareció la hombría en su máximo esplendor. O la forma que debía tener el machismo: porque un macho no se hace ni a los gritos ni a los golpes sino por ejemplos, y ese cuerpo trabajado era un ejemplo de determinación y de constancia.
Y una muestra de valentía.
—Porque hay que animarse a salir en tanga y encima lucir bien.
A Antonio Osta le llevó un año estar sobre las tablas y dos ganar el torneo local. Preparó una coreografía con música electrónica de Jean-Michel Jarre, y agregó una pose extra, para darle un toque personal.
Avergonzado, vistiendo un jean de lycra y una remera demasiado ajustada, hace una demostración.
—Nunca me gustó parecer súper rudo. Hay que buscar la plasticidad,- dice mientras alza los brazos hasta las orejas, tensa los músculos como si hiciera un doble bíceps, y extiende elegantemente los dedos de la mano derecha de forma circular, al mismo tiempo que pone su rostro de perfil.
La distinción de esta forma podría recordar a la escultura del Discóbolo, ese atleta griego que quedó detenido en piedra a punto de lanzar el disco.
—Pero la más aplaudida es la Más Musculado, -explica.
Es esa pose en la que se flexionan los puños y se colocan en el centro del estómago mientras se contraen pectorales, hombros, trapecios, bíceps, antebrazos y abdominales.
—Yo digo que es como si un toro estuviera a punto de embestir al torero.
En México, a "Toño" le apodaron "El Torosca" por su bravura, y en referencia a "La Tarasca", una criatura mitológica con cabeza de león, lomo de buey y cola de escorpión.
Entre los títulos que ostenta en su casa de Cardona están el trofeo de Míster America, Míster Europa, Campeón Mundial en Moscú y Campeón Mundial en Lituania. En 2008, cuando ganó el último título, su musculatura pesaba 130 kilos.
El ancho de una de sus piernas medía lo mismo que la cintura de la ganadora en la categoría femenina.
DE LAS PESAS AL CINE
Antonio Osta se entrevistó con el director de casting de la película Clever en una pizzería. Según dice Federico Borgia, director del film junto a Guillermo Madeiro, su actitud y su facilidad de palabra los convenció de inmediato. El personaje de Sebastián, un fisicoculturista y pintor, tenía varios diálogos exigentes. Osta agregó un rezo en latín y una escena tocando el piano.
Cuando filmó Clever, Antonio Osta se sentía raro. Durante los ensayos murió su madre, luego de soportar 10 años de cáncer, algunos de ellos bajo su cuidado: el único hijo que seguía soltero.
El rodaje se mezcló con el duelo.
—En la película estoy físicamente desmejorado, al 70% de lo que soy, -advierte.
Unos meses después de la filmación se preparó para volver a los escenarios. El 7 de mayo de 2014 viajó con su padre a Montevideo para firmar un contrato que devolvería su carrera a la cima. De regreso, el campeón se quedó dormido. Los cinturones de seguridad que tienen los autos no están pensados para pechos tan inflados, así que no lo usó. Se creía indestructible.
Pero se despertó cubierto de sangre y con su padre (que conducía) inconsciente encima de él. Antonio Osta, uno de los hombres más fuertes del mundo, intentó moverse y no pudo. La mitad del lado derecho de su cuerpo estaba desgarrado. El hombro se había descolocado y el cráneo estaba roto.
Por primera vez en dos décadas ordenó que le ocultaran los espejos.
De los managers, asistentes y fanáticos que tenía en Europa y en México, no quedó ninguno. Fueron Luis, Marcelo, su hijo Juan José, y algún amigo más, los que le dieron de comer en la boca. Y Natalia lo obligó a volver al gimnasio.
Antonio Osta señala las cicatrices de la cabeza. Se remanga el pantalón y muestra las partes de carne que le faltan.
Aprieta los bíceps e indica cómo el brazo herido tiene un músculo dañado: ya no es simétrico con el otro.
Cuando en la película Sebastián pierde la pulseada, señala ese brazo y dice: "Tengo una lesión vieja que me está molestando". Sonríe con una mueca triste: pareciera que su personaje le hubiera anticipado el futuro.
—El accidente me hizo conocer la vulnerabilidad. Hasta ese momento hacía lo que quería y mi cuerpo siempre respondía. Me creía un superhéroe y descubrí por las malas que era un hombre que tenía que aprender a despegarse de muchas creencias estúpidas.
***
Antonio Osta se aleja del piano y llama a su hijo, que desde el accidente vive con él. No quiere que llegue tarde al liceo.
Aunque tiene una casa con cinco habitaciones libres, y un local vacío (que mantiene el cartel del negocio de su padre: Joyería, óptica y venta de armas), prefiere quedarse en un rincón en el fondo del terreno. En una casa sin ningún lujo, que tiene un vidrio roto y a la que hay que llegar atravesando un gimnasio oscuro, en el que cinco jóvenes se estrenan.
—No me interesa la comodidad. Me cansé de la vida descartable. ¿Por qué no estoy en la casa fuerte que podría protegerme de todo? Por eso mismo.
El hombre músculo prepara a algunos jóvenes que quieren probarse compitiendo (a algunos los conoció en la calle y les propuso entrenarse para darle un sentido a sus vidas desganadas). Uno de ellos, Emiliano Hernández, es el último Campeón Nacional en la categoría Mens Physique. También tiene un listado de clientes a los que les arma técnicas de entrenamiento y de alimentación. Y cada pocos meses viaja por el mundo dando conferencias de farmacología, en las que asegura que los esteroides, si se usan bien, no son peligrosos.
Colándose entre sus pectorales marcados brilla una cadenita de oro con una medalla demasiado pequeña para su cuerpo. Tiene la imagen de Nuestra Señora de Muskilda: una mujer que sostiene una flor con una mano y descansa su cabeza sobre el hombro de un niño. Según la leyenda, un pastor vio a un toro escarbar la tierra junto a un roble y al acercarse encontró esta imagen.
Esta cadena perteneció a su bisabuelo, que la usó durante la Guerra Civil Española y nunca fue herido. Antes de salir a las tablas en Moscú Antonio Osta le prometió a la Virgen que si ganaba, el día de su retiro viajaría hasta Pamplona y colocaría una ofrenda en su altar.
Pero este atleta tiene una espina que quiere quitarse antes de despedirse: ser Míster Olympia, el título más importante del fisicoculturismo. Un título que Arnold Schwarzenegger ganó seis veces.
Para intentarlo deberá entrenarse como en su mejor momento, y levantar cientos de kilos pensando en los golpes de Rocky Balboa, en la música de Carros de fuego, y en la potencia del tren.
—Músculo sobre músculo. Poder sobre poder, -suelta lentamente, saboreando las palabras.
Deberá descansar varias horas para recuperar el daño de las fibras musculares. Pedirle a Natalia que le haga masajes para aliviar el dolor. Usar cuatro almohadas para dormir cómodo, dos debajo de la cabeza, una en la axila, otra entre las piernas.
Cuando Antonio Osta es puro músculo sufre como un obeso, porque no puede vestirse solo y no puede inclinarse. Necesita que alguien, por ejemplo, le corte las uñas de los pies.
En la vida real los hombres poderosos no se convierten en superhéroes.
ANTONIO OSTA: de las pesas al cine