ENTREVISTA
Fattoruso lleva 27 años al frente de la Biblioteca Sarandí. Se define como un "liberal armado" y carga duro contra el marxismo que a su juicio ha impregnado Uruguay y es "una maldición".
—¿Desde cuándo está al frente de la "Biblioteca Sarandí" y cómo prepara ese espacio de cada sábado?
—La Biblioteca la inventé en mi afán por hacer lo que siempre he venido haciendo, que es leer y comentar libros que a uno le cambian la vida. Se la propuse en 1994 al entonces director de la radio, al Dr. Ramiro Rodriguez Villamil, con quien tenía fuerte amistad porque éramos del equipo antiguo de “Busqueda” y también porque compartimos responsabilidades en algunas actividades culturales. Pude mostrar la necesidad de una sección permanente en la que se invitara a los oyentes a tratar con los autores clásicos, a convertir en actual a Shakespeare, a Esquilo, a Dante, a Kafka, a Joyce, a T.S Eliot, a Kierkegaard, a Platón, a Nietzsche… en fin… agitar la molicie cultural de la aldea, tan cerrada en la estrechez de un extendido narcisismo localista y lastimosamente autorreferencial que ya por entonces amenazaba arrasar con el espíritu de la civilización Occidental que todavía conservaba con cierto orgullo nuestra sociedad. Y así, de manera ininterrumpida, sigo todos los sábados.
—El "sea feliz" a Jaime Clara, ¿cómo surgió?
—De una discusión al aire. Mire, con Jaime tengo más diferencias que coincidencias en muchos aspectos. Pero sustancialmente compartimos el afecto que nos profesamos, el respeto que nos tenemos y la claridad para defender posiciones. Nada de lo que nos une ni de lo que nos separa interviene a la hora de exponer con libertad y lealtad nuestros respectivos puntos de vista. Y una mañana yo estaba hablando de una controversial tesis de Schopenhauer acerca de la realidad de la nada y comenzamos a confrontar. Y me dijo: “mire, ésa es mi posición”, y yo le respondí, “¿es su posición, en serio? Sea Feliz!” A la semana siguiente aludí a la controversia y le pedí por favor que fuera feliz; desde entonces quedó establecido el pedido, que también es una invitación y una expresión de aprecio.
—La función del crítico ha sido históricamente atacada, en especial por los autores. ¿Cuál cree que es hoy la clave para ejercer ese rol?
—Los autores nunca son interesantes; lo que ellos dicen acerca de sus libros o de sus colegas contemporáneos no debería importarle a ningún lector que se precie. Los autores lo dicen todo en su obra; si no consiguen hacerlo, nada que agreguen la puede mejorar. En cambio el crítico, el que analiza y muestra de qué está hecha estructuralmente una obra, el que identifica premisas estéticas de un artefacto y las relaciona con distintos contextos, el que discierne categorías y propiedades aporta la ocasión de ahondar en el texto para que mucho de lo que hay no se desvanezca en la ansiedad de los contenidos o en la trampa de las presumidas ideas. El crítico estimula la lectura en cuanto la presenta como la infinita posibilidad de conocimiento que ofrece un discurso. Esto es válido en todas las épocas; lo hizo magistralmente Baudelaire con Poe; Sartre con Flaubert; Nabokov con Dostoievski; Unamuno con Cervantes; Ezra Pound con los poetas provenzales; Thomas Eliot o Francesco De Sanctis con Dante.
—También imparte talleres de lectura y análisis de obras y autores, ¿en qué consisten para este 2021?
-Tengo tres frentes de ataque a la indiferencia y a la ignorancia: Historia, Literatura, Filosofía. En historia voy desde la celebración de la Edad Media hasta la historia crítica nacional; la historia uruguaya vista desde los procesos externos. El Renacimiento, la historia y filosofía de las Dictaduras o de las Revoluciones, la historia del arte son algunas de las propuestas. En literatura lidio con los clásicos: Dante, Cervantes, Joyce, Proust, Virginia Woolf. En Filosofía sigo ahondando en la totalidad de Martin Heidegger, y también presento esta vez la idea de la libertad en Hannah Arendt, Albert Camus, y una historia completa de las principales ideas filosóficas. Son más de treinta cursos…
—¿Cree que el libro papel como formato está amenazado por las plataformas vinculadas a Internet y la tecnología?
-Posiblemente sea así y no me importa. Los dolmens y los menhires, que eran los sintéticos libros del neolítico, estuvieron amenazados y finalmente sucumbieron en favor de la escritura cuneiforme, de la piedra tallada, de las tabillas de arcilla, de los pergaminos, de los papiros. Luego apareció el codex manuscrito y los rollos de papiros también se vieron amenazados y perdieron su lugar; y después vino la imprenta y los escribas se quedaron sin trabajo; y ahora están los archivos electrónicos. Las personas nunca dejaron de pensar, de comunicar, de participar a sus semejantes de lo que entreveían en sus ensueños, en sus reflexiones, en sus investigaciones, en sus fantasías. Antes y después de Homero las personas buscaron el conocimiento; antes y después de Goethe; antes y después de Rimbaud transgredieron sus límites y se desplegaron en la búsqueda del saber y de la belleza. A no confundirnos: lo que atenta contra la cultura no es el cambio tecnológico sino la falta de urgencia y de vértigo para conocer, la celebración de la ignorancia, la indulgente ausencia de sentido crítico. Eso sí es peligroso. Estamos rodeados, cercados por ese mal.
—En uno de sus últimos libros llama a "resistir la corrección política del lenguaje". ¿Por qué cree que hay que dar esa batalla? ¿Y cómo hay que darla?
—La agenda del marxismo, consistente en destruir las estructuras y pilares de la sociedad occidental tales como la propiedad privada, las libertades individuales y principalmente la familia y los valores que hemos forjado desde el encuentro entre el mundo clásico y el mundo cristiano consiguió engrosarse y hacerse posible a través de la agenda de los derechos de última generación. Y como toda acción contraria a la identidad liberal de nuestra civilización, ello prospera en base a la imposición. La izquierda fracasó en lo militar, avanzó bastante en lo político pero acabó triunfando abrumadoramente en lo psicopolítico, en lo cultural. Uno de los signos de esa victoria es la censura del lenguaje y la violencia contra la gramática, la sintaxis y la luminosidad expresiva. Los discursos se llenaron de eufemismos ideológicos que esconden el sentido destructivo de las bases sobre las que tradicionalmente se asentó Occidente. La lucha hay que darla, desde luego, en todos los frentes; el lenguaje es el más cercano a todos y tal vez uno de los más graves. Eso lo explico en el libro “Liberalismo Armado”.
—Trabajó en Canal 5 un tiempo, ¿cómo recuerda aquellos momentos? ¿Cree que el canal oficial se ha empleado como instrumento político de los gobiernos?
—Mire, todos tenemos pecados de juventud. Yo tengo varios y uno de ellos es ese vínculo; me tocó dirigir los informativos del Canal 5 durante un buen tiempo y en otro momento fui columnista en algunos programas. Luego vinieron los comisarios políticos stalinistas y me hicieron un bien al desplazarme. Creo desde hace tiempo que el Estado no debería tener ningún medio de comunicación; ni radio ni televisión… nada. Al Estado le pagamos para que nos provea seguridad y justicia; todo lo otro sobra y por lo tanto es caro. Y además, puede prestarse a usos más que indebidos. Quiero al Estado lejos de todo lo que no sea la seguridad de las personas. Bien lejos; sobre todo bien lejos de la cultura y de los medios de comunicación. Que el Estado, por ejemplo, produzca informativos es un grosero contrasentido, porque el Estado debe ser escrutado por la sociedad; ¿qué hace inmiscuyéndose en esa función? ¿De dónde deriva su derecho a ocupar un lugar que es propio del recelo de los ciudadanos y no del celo de los funcionarios? Habría que liberar a la población del peso fiscal y moral que significa tener medios de comunicación. Si el gobierno debe informar de algo que incumbe a la sociedad dispone de rebosantes oficinas de prensa en cada uno de sus innumerables organismos.
—¿Coincide en que en los últimos tiempos la izquierda logró una hegemonía cultural en el país? Si cree que es así, ¿cómo lo consiguió?
—En Uruguay la cultura es básicamente marxista, y en algunos grandes sectores abiertamente stalinista. En este desdichado rincón del mundo no tiene hegemonía, sino poder absoluto. Los cuatro niveles de la enseñanza le pertenecen, desde la tierna educación inicial hasta los más altos posgrados universitarios, pasando por los que elaboran programas, dictan clases, escriben los apuntes, copian los apuntes, participan de congresos, seminarios, asonadas y asambleas. La mayoría de los medios de comunicación masiva, cínica y previsoramente, secundan los fines de la izquierda en materia cultural y de interpretación histórica. Los gobernantes de la mayoría son penosamente obedientes a las determinaciones neomarxistas en materia de educación sexual de los niños, de interpretación histórica, de relaciones sociales, de olvido y desprecio de los pronunciamientos soberanos. Para entendernos: el sistema de legitimación cultural en Uruguay es marxista por fuera y por dentro. La guerra psicopolítica la ganó la izquierda y los regocijados políticos que no son de partidos izquierdistas acaban por ser funcionales a tiempo completo de la gran jugada estratégica montada por el marxismo. Tienen miedos, tienen reparos patéticos, remilgos y fatales distracciones que le dan tiempo y ventajas al enemigo; peor aún: consideran que el enemigo ni siquiera es enemigo, que es un mero adversario. Y notoriamente sabemos que no es así; el enemigo es enemigo y está juramentado a destruir nuestro sistema de vida y nuestros valores. Están despistados desde 1985. O desde mucho antes. De esto es muy difícil regresar.
—¿En qué medida ha perjudicado a la cultura que gran parte de sus exponentes y sus corporaciones se hayan identificado con el Frente Amplio?
—El populismo es la enfermedad mortal de toda vida cultural libre, diversa y por lo tanto robusta. Las cepas uruguayas del stalinismo han envilecido de abaratamiento, de vulgaridad sin remedio todo lo que tocaron en materia cultural: al carnaval lo entristecieron, lo vaciaron de alegría y de misterio y lo convirtieron en una subespecie del ñoño psicodrama revolucionario; al teatro también lo arrodillaron ante el Estado para que los militantes vivan rentados. Convirtieron a mediocres insignes en dioses de la literatura; enterraron el gusto por lo exigente, satanizaron la apertura hacia las fuentes de identidad de la propia cultura, cortaron las líneas de transmisión con las mejor tradiciones del espíritu europeo. De todos los daños que hizo el stalinismo en el Uruguay, que son enormes y variados, el más grave está en la cultura. Le repito: de esto no se regresa; es un camino de ida hacia la bancarrota total de la excelencia. La trivialidad ampulosa, vacua y autocomplacida, la mala educación y el desaliño conforman la marca registrada de la cultura nacional. Y sí. Se lo debemos enteramente al Frente Amplio.
—¿Por qué cree que el ideario los partidos tradicionales, en los últimos años, han sido menos seductores a los intelectuales?
—Los partidos ya no tienen idearios. Tienen refugios y símbolos, sombras del ayer; pero no idearios. Son casi liberales, casi conservadores; casi pragmáticos, casi idealistas, casi honorables, casi valientes, casi soberanistas y a la vez casi internacionalistas; pero desesperadamente, eso sí, a toda costa quieren ser centristas porque alguien les debe haber contado que en el medio imaginario la siesta se vive en paz. Sea por acción o por omisión, lo cierto es que con el cuento del centrismo viven corriendo hacia la izquierda y a veces directamente por izquierda. Creen que el centro significa algo, creen que es posible hacer un promedio aceptable entre las aberraciones de la ideología de la sexualidad alternativa entre los niños pequeños en las escuelas, las modificaciones pro-delincuente al Código de Proceso Penal, el trazado de una línea de tren y una ley de presupuesto más o menos equilibrada. Están muy desorientados. ¿Con qué armas podrían enfrentar un problema que no ven? Pero además, el conocimiento, el arte, la creación no necesitan de los políticos para ser posibles. ¿De qué seducción me habla? Una cosa es comprar voluntades y conciencias con rentas, prebendas, viajes o empleos oficiales y otra cosa muy distinta es seducir, capturar la imaginación o la esperanza de gente que piensa. Por otra parte, es un craso error creer que la política puede mejorar la cultura. La política, es cierto, puede producirle mucho daño duradero al saber y sobre todo al amor al saber; puede desalentar, puede devaluar y a menudo depravar hasta extremos inconcebibles los quehaceres del espíritu. Eso es posible y la gestión freneamplista lo demuestra generosamente. Pero lo que no puede hacer la política es mejorar, nunca puede favorecer la cultura; puede hacer mal pero no puede hacer bien. En todo caso el único bien que puede hacer la mejor política por la cultura es no ocuparse de ella, dejar que la libre concurrencia de los artistas y de los pensadores hagan su espacio, construyan mercados en los que crecer… Montaigne, que había estado en el poder, resumía bien la postura liberal. Decía: “los gobernantes me dan mucho cuando no me dan nada y me hacen bastante bien cuando no me hacen ningún daño”.
—¿Cree que el último triunfo electoral de Lacalle Pou y la coalición multicolor puede ser también la llave de un cambio cultural del país?
—Mark Twain dijo que los votos nunca cambian nada; si cambiaran algo de verdad a la gente se le impediría votar. Acompañé con mi resignado voto a este gobierno. Pensé, y pienso, que es necesario alejar cuanto sea posible al stalinismo de los centros de poder nacional. El marxismo es una maldición y no hay que dejar que prospere. Pero de ahí a esperar que se arbitren medidas vigorosas como para enfrentar el asalto al poder que significa la acción stalinista hay una gran distancia. No veo el horizonte de un cambio cultural; veo sí un cambio de nombres en la nómina de funcionarios. Como enseñaba el príncipe Fabrizio Salina, hemos cambiado lo suficiente para dejar todo como estaba. Si tiene dudas pregúntese qué pasa con la bendición estatal al aborto, con la legalización de las drogas, con el tren de UPM, con el desconocimiento prepotente e ilegal de los plebiscitos, con los felices delincuentes favorecidos por el nuevo sistema penal y luego, todavía, revise los programas de historia o de filosofía del instituto normal o de profesorado y después dígame, por favor, qué diferencia hizo mi voto.
—¿Tiene entre manos algún otro proyecto de libro?
—Sí, tengo un pequeño ensayo sobre Borges; un texto que analiza algunas premisas literarias y de orden conceptual vinculadas a la idea del narrador pensativo. Es un material breve. Eso lo tengo preparado hace tiempo. Y ya estoy empezando a organizar algo sobre filosofía, que es mi tema. Pero aunque ya soy muy grande, no tengo apuro. El tiempo no es una perspectiva paciente con la que uno entra en diálogo; más bien es una daga que reclama al pensamiento que no deje de pensar, que se concentre. Que no huya. En eso estoy. O creo que estoy.