Redacción El País
Susana Romero se coronó como Miss Argentina en 1973 y pronto se convertiría en un ícono sexy de su país. Fue modelo de alta costura y tapa de Playboy. En los ‘80 alcanzó su pico máximo de popularidad al sumarse al elenco de No toca botón, además de ser parte de los éxitos teatrales de Alberto Olmedo.
En lo personal, tuvo un romance con Guillermo Vilas y se casó con el escribano Abel Jacubovich, quien sería muy popular en los ‘90 porque era el escribano en los programas de Marcelo Tinelli. Romero se separó en 1995 y en 2010 falleció Jacubovich. Ella estuvo involucrada en el conflicto por la herencia de su exmarido, enfrentada con la familia del profesional. “Querían dejar sin nada a mis hijas”, declaró en su momento. “Nunca me quisieron. A Abel lo desheredaron por casarse con una goy (no judía) y en segundo lugar artista, que consideraban una prostituta. Nunca hubo relación”, dijo en referencia al vínculo con la familia de su exmarido.
En materia artística, Romero decidió prácticamente dejar todo luego del fallecimiento de Olmedo, en marzo de 1988. “No quería saber nada... Trabajé con los uruguayos en Hiperhumor durante un año, pero en el segundo año no fue lo mismo y renuncié porque no me gustaba lo que me proponían. Querían que saliera en corpiño y bombacha, y les dije que no, que no lo había hecho ni con el más grande. Al poco tiempo me casé, tuve a mis hijas, y me dediqué cinco años a criarlas porque no quería dejarlas con nadie, ni que nadie me ayudara”, declaró recientemente en entrevista con La Nación.
Más adelante retomó con algunas participaciones teatrales. Su último papel fue en 2013 en una comedia titulada La cenicienta.
Más recientemente experimentó problemas de salud. En 2020 Romero sufrió problemas cardíacos, que tuvo que atravesar en medio de la pandemia. Debió ser intervenida en dos oportunidades del corazón.
“Me fui solita. Era la primera vez que me enfrentaba a una operación tan grande, me pusieron 5 stents en el corazón (...) Estaban todas las arterias tapadas”, relató el año pasado.
Romero contó que los médicos no entendían por qué estaba así si ella lleva adelante un estilo de vida sano: “Era por el estrés, el estrés se transforma en veneno y me tapó todas las arterias. A partir de ahí empecé a tomar conciencia del tiempo, del límite, la vida y la muerte. Fue una operación de seis horas y no tenía a nadie, no podía entrar nadie”.
Además reconoció que tuvo muchos episodios de salud en donde estuvo al límite. “Me ha pasado muchas veces, yo diría que en toda mi vida he tenido episodios de estar ahí, al borde [de la muerte], pero como una es más chica no le da tanta importancia, al ser más grande uno piensa: ´Si me pasa algo mañana... no voy a ver a mis hijas. Qué va a pasar con mi casa, espero que valoren lo que la madre les dio...”, reflexionó. Y sumó: “Yo sé que cuando no esté más me voy a seguir preocupando por ellas, desde allá, desde donde esté. Soy muy sobreprotectora”.
En un libro biográfico que editó el año pasado, Romero también dio cuenta de su difícil infancia. Sufrió abuso sexual de parte de un tío y recuerda a sus padres con actitud desapaegada hacia ella.
“Yo no tuve una infancia de abrazos, de besos y de caricias de parte de nadie. Eso debe ser lo que me mueve a ir para adentro todo el día”, reflexionó. “Siempre me dijeron que tenía una mirada triste, melancólica pero no soy así, es que siempre me han faltado tantas cosas con respecto al cariño... Yo no digo que mis padres no me cuidaron, me cuidaron, pero siempre me faltó el abrazo y el beso. No sé lo que es que te acuesten y te lean un cuento”, recordó.
“Olmedo me decía que yo nunca dejé de ser una niña y no porque es lo que me faltó”, expresó pensativa antes de hablar sobre la relación con sus padres durante la adultez. “Mis padres fueron mis hijos también”, aseguró.
Añadió que siempre sintió orgullo de ser definida como “chica Olmedo” y que tuvo buen vínculo con el capocómico. “Era muy reservado, pero enseguida hicimos un grupito: Beatriz (Salomón), el Facha... de vez en cuando, venía alguien más. Íbamos a comer y nos hicimos muy amigos. No solamente nos divertíamos sino que teníamos camaradería, yo le podía contar mis cosas y él las suyas; me hizo partícipe de su vida, de lo que le pasaba. Muchas veces comíamos pizza en su camarín y me hablaba de sus hijos. Era como un payaso triste y yo también me sentía así. Hacía reír, pero por dentro tenía tristeza”.