Un muchacho actor

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Es actor de la Comedia Nacional y sale en Carnaval

LEANDRO NÚÑEZ

Dibujaba jugadores de fútbol sin parar y soñaba con hacer goles o tener una banda de rock. Ninguno de los dos anhelos se cumplió. La primera incursión de Leandro Núñez en el teatro la hizo para conocer a Tabaré Rivero: supo que el músico daba unas clases gratis y se anotó. Aquí su historia. 

Cuando era niño tenía mucha facilidad para dibujar paisajes y personas. Los rostros le salían perfectos, así que agarraba el álbum de los mundiales y alguna otra foto y se sentaba a copiar las caras de los jugadores. Las hacía en papel, las recortaba, y luego transformaba su cama en una cancha de fútbol.

Un par de meses después de la última Copa del Mundo, Leandro Núñez quedó afuera de una obra de teatro porque se había lastimado y durante el reposo se reencontró con hojas y lápices: dibujó a los jugadores de diversas selecciones y los hizo enfrentarse en un campeonato. "Era como jugar al Play Station pero manual y casero". La particularidad era que aquí podían compartir cuadro Messi y Maradona, Francescoli, Schiaffino, Forlán y Suárez. Es que en los torneos que el actor de la Comedia Nacional se arma en su cabeza antes de dormir caben los planteles ideales. "Cuando vengo acelerado por algo y no puedo dormir hacer esto me relaja. Un día decidí armar un campeonato en mi mente y que cada futbolista jugara con las características que yo creo que tienen. Terminarlo me costó fácil dos años. A veces me dormía y no llegaba a completar los partidos". Esa vez, el Brasil de Pelé y Neymar se quedó con la copa.

—El fútbol siempre fue importante en tu vida, ¿pensaste en ser futbolista en aquellas épocas en donde te gustaba poco estudiar?

—No, porque si tenés 16 ó 18 años y no hiciste inferiores es muy difícil entrar. Hice baby fútbol y jugaba bien pero no tenía disciplina. No se me dio. La Intendencia organizó un campeonato de fútbol para menores de edad que con los años desembocó en la Liga de Montevideo, y como yo había cumplido 18 años armé un cuadro con amigos del barrio y fui el director técnico. Salimos campeones.

—En ese entonces andabas todo el día en la calle y contaste que te salvó haber seguido yendo al liceo, aunque lo terminaste tarde, ¿qué hubiera sido de vos sin ir a clases?

—Probablemente hubiera terminado en algún trabajo que no necesitara formación. De hecho, hasta los 20 años trabajé en una fábrica y en una editorial vendiendo libros en la calle.

—¿Tu única motivación era la música?

—En mi casa no se escuchaba mucha música. Tenía muy mal oído. Nunca metí un dedo en una tecla de un piano, pero me colgué con el rock. Me colé a infinidad de recitales: Manu Chao en el Velódromo, La Polla Records en el Teatro de Verano. Me volví un experto en eso. Me colé en los cumpleaños de 15 hasta los 20 años. Es más, estando en la Comedia Nacional seguí con ese vicio y me metía en los espectáculos extranjeros que traían. En un momento me calaron y tuve que pedir disculpas a las autoridades. Salí ocho años en Carnaval, pasé otros ocho sin salir y en ese período me colaba en el Teatro de Verano. Me encantaba estar en un lugar y saber que había entrado escondido.

—¿Aceptaste ir a unas clases gratuitas de teatro solo porque las daba Tabaré Rivero?

—Solo por eso. Richard, un amigo y compañero de liceo, y yo queríamos tener una banda y nos gustaba La Tabaré, así que fuimos a las clases para conocer a Tabaré Rivero, de rockeros cholulos que éramos. La primera clase estuvo muy buena pero no fue como lo había imaginado. Como Tabaré es profesor de yoga hubo mucho de respiración, postura, encontrarse con uno, y acercarse al compañero. Me encantó.

—¿Antes no habías probado hacer algo artístico?

—No, nunca. Mi acercamiento más directo había sido el dibujo pero nunca pensando en dedicarme a eso. O el rock, pero sabía que no iba a llegar a ningún lado porque no había estudiado música ni canto. Tuve la suerte de ver una obra de la Comedia Nacional con ocho años, La Boda, de Bretch, que la dirigía Héctor Manuel Vidal y mucho tiempo después me tocó actuar con él. Ese espectáculo quedó ahí, muy escondidito pero estaba. Lo recuerdo claramente. La actriz que representaba a la madre de la novia me servía comida y en varias instancias me integraba porque los actores tenían cierto vínculo con el público.

—Dejaste de ver a tu padre con 10 años pero fue vital en tu desarrollo artístico, ¿por qué?

—Porque mi padre era muy inteligente. Trabajó como administrativo en Daecpu, y si bien nunca salió en Carnaval, era muy querido en el ambiente. Podría haber sido el mejor padre del mundo por lo que tenía para dar: con dos o tres indicaciones me enseñó a dibujar y a estudiar, a ver las cosas desde diferente perspectiva, y a entender el fútbol por la forma en que lo analizaba. Todo eso lo repartía con muy poquitos detalles y era impresionante. Participó en Martini Pregunta, respondió sobre la Ilíada y la Odisea, perdió en una instancia final y resultó que era un error de quienes habían formulado la pregunta.

—¿Lo volviste a ver?

—Lo vi con el tiempo cuando estaba en el liceo pero pocas veces. Él fue a verme actuar y cuando empecé a salir en Carnaval lo veía un poquito más. La gente me decía, "ah, vos sos el hijo de Pepe Núñez. Qué grande tu viejo, qué fenómeno". Todo el mundo me hablaba bien de él y me generaba una contradicción muy grande porque mi madre, mis hermanos y yo habíamos pasado muy mal cuando él se fue de mi casa sin dar explicaciones. Pero nunca hablé mal de él, si bien estaba más resentido. Nunca tuvimos un vínculo de cariño, pero con el tiempo entendí alguna cosa más de mi padre. Él se fue a Buenos Aires exiliado con mi madre sin un peso y al poco tiempo ganó mucho dinero con el Prode, un juego de acertar los resultados de fútbol. No trabajó desde el 73 al 78, año en que se volvió. Si bien tuvo cuatro hijos con mi madre, creo que nunca se adaptó a la vida en familia.

—Tu madre Luz del Alba y tu abuela Hortensia fueron tus ejemplos de vida, ¿no?

—Impresionante. Mi madre y mi abuela son personas de muy poquitas palabras. Es más, no le recuerdo la voz a mi abuela, pero iba mucho a su casa que era a una cuadra de la mía. Ella vivía con un tío mío al que le decían "El Hijo" porque tenía once hermanos y él había sido el primer varón entre tantas hermanas. Mi abuela y El Hijo eran muy particulares. Vivían en una casa con una huerta enorme donde criaban gallinas, chanchos, conejos, y plantaban de todo. Era como estar en el campo. Me encantaba pasar tiempo ahí.

Mi madre crió sola a cuatro hijos con las dificultades que presentaba el barrio (Lavalleja) y por eso yo estaba más expuesto a estar solo. Tuve algunos momentos problemáticos. Iba mucho al Centro y entraba a las disquerías y librerías a robar: siempre me llevaba un disco, un casete o un libro escondido. Muchos los regalaba en cumpleaños.

—Nombrás mucho a ese tío (El Hijo) que hacía artes marciales y te gusta contar anécdotas suyas....

—Era un ser muy exótico. Era un gaucho en Montevideo y además era cinturón negro de aikido. Era my raro pero muy buena gente y tenía muchos valores. Es más, yo quiero hacer un monólogo sobre él y he juntado material: tengo cuatro horas grabadas de historias y anécdotas sobre él.

—En el tablado del barrio Lavalleja llegaste a hacer el bingo, ¿qué te deslumbraba en esas noches de febrero?

—No me deslumbraba pero convivía con eso porque mi madre trabajaba en la Comisión Fomento del barrio y de noche iba para ahí. El hecho de estar en un tablado y hacerme amigos era una contención también. Es un lugar para socializar: la primera novia, un amigo, o preguntarse qué es eso de estar arriba del escenario.

—En esas noches de Carnaval hiciste enojar a "Coco" Rivero, ¿cómo fue?

—Él hacía la parodia de Madame Butterfly y se tenía que matar con la espada, pero demoró y en un momento súper emotivo le grité, "matate, Oreja". El público se mató de la risa y sus compañeros también. Él se enojó muchísimo porque quería continuar con la actuación pero no podía y me hacía gestos (te voy a matar). Cuando terminaron de actuar salí corriendo a la cantina. Cuando empecé a estudiar teatro me lo cruzaba seguido y pasé mucho tiempo perseguido. En tercero de la EMAD me tocó actuar como invitado de la Comedia Nacional en una obra que dirigía él y un día le dije, "te tengo que decir algo pero por favor no te enojes". Coco me miró extrañado y nueve años después le confesé: "Yo fui el que te gritó Oreja en tablado del barrio Lavalleja". Hizo una pausa dramática, me dijo un insulto y nos reímos. Después nos hicimos amigos.

—¿Cómo fue hacer el monólogo I love Clint Eastwood a la gorra en el camping de San Pedro de Atacama (Chile)?

—Fui con una amiga que perdió la tarjeta, nos quedamos sin plata y la idea surgió de forma espontánea. Me tiré en la carpa a repasar la letra de la obra porque cinco días después tenía que hacerla en un festival en Antofagasta, y le dije, "ya sé, voy a hacer el monólogo acá". Los turistas se re colgaron y salimos del paso. La dueña del camping quedó chocha. No solo pudimos hacer todos los tours que quisimos, sino que encima viajamos en avión al festival porque nos sobró plata.

—Tu personaje en Rinocerontes (Álvaro Ahunchain) se roba las risas del público, sobre todo en el monólogo de la Máster Class, ¿sentís que ahí podés trasladar algo del código carnavalero?

—Esa escena se parece mucho a un momento de Carnaval pero ahí siempre el actor o cómico se extiende, y eso está bien visto, es parte de la eficacia. Si bien acá el juego es parecido, mi idea es no salirme nunca de la obra. Puedo agregar un comentario si se ríen mucho pero intento no hacerlo. El personaje se para en la platea y tiene un vínculo con la gente, es gracioso y muy efectivo, pero regodearse sería salirse del estilo.

—¿Qué encontrás en el Carnaval que el teatro no te da?

—En Carnaval ves gente con muchísimo talento que ha hecho su carrera sin formación, que entendió el código, lo aprendió y lo hace a la perfección. Muchos son autodidactas y eso contiene una frescura imponente. Panchito Araújo, por ejemplo, tiene una intuición impresionante. Me gusta nutrirme de eso. La frescura y la conexión con el público son aportes muy grandes. Después hay que ver cuándo se los utiliza porque el teatro es un lugar de la actuación muy resguardado en cuanto a un código a representar.

—¿Qué recuerdo te quedó de Pinocho Sosa y esos tres años que saliste en Zíngaros?

—Pinocho es un tipo muy pasional. Tiene una energía exuberante y creo que su gran virtud es el impacto, que a veces lo genera visualmente, otras con las coreografías, el canto o actuaciones muy estridentes. Estuvo muy buena la experiencia en Zíngaros pero justo se dio que el grupo no ganó esos tres años. Había crecido tanto en popularidad que iban mil personas por ensayo y artísticamente no había espacio para la dedicación. Eso incidió.

—¿Quedaste en buenos términos con Pinocho?

—No. Nos vemos, nos saludamos, pero tuvimos alguna diferencia. Su propia impronta hace que tome decisiones muy drásticas.

Estable y premiado

Su primer vínculo con el teatro fue a los 8 años en el barrio Lavalleja. Vio La Boda, de Bretch, con el elenco de la Comedia Nacional y aunque no imaginó que se dedicaría al arte, esa instancia le quedó grabada. Terminó el liceo con el único fin de poder entrar a la EMAD, egresó y desde 2008 integra el elenco estable de la Comedia Nacional. Obtuvo el Florencio a Mejor Actor por La sospechosa puntualidad de la casualidad en 2017 y ahora interpreta al lógico en Rinocerontes. La obra de Ionesco va viernes y sábados a las 20:00, y los domingos a las 18:00 en el Teatro Solís.

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