NOTA DE TAPA
Junto a actores de la Comedia Nacional, la artista vuelve a subirse al escenario. En diálogo con El País, habla sobre el regreso a las tablas y también su rol en televisión y su situación sentimental.
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Parecía difícil, pero Victoria Rodríguez consiguió sumar otro desafío distinto a su ya multifacética carrera. La conductora de Esta Boca es Mía (Teledoce) y artista plástica estrena una obra llamada Toda mi vida me gustaron las matemáticas que está diseñada nada menos que por integrantes de la Comedia Nacional y se realiza en la prestigiosa Sala Zavala Muniz del Teatro Solís.
En un diálogo íntimo y a corazón abierto, la dama que le ganó a los prejuicios y se abrió lugar como la conductora del principal programa de debate político reflexiona sobre las definiciones ideológicas y las realizaciones profesionales, y habla por primera vez sobre la separación de su reciente pareja.
-¿Qué te sedujo para volver al teatro con Toda mi vida me gustaron las matemáticas (Sala Zavala Muniz, Teatro Solís)?
-Venía extrañando ser parte de ese hecho artístico que es el teatro, con ese contacto directo con la energía del público. Y además este proyecto en particular es una propuesta que parte de integrantes de la Comedia Nacional. Este concepto nuevo de la Comedia Nacional que se está abriendo al teatro independiente genera un enriquecimiento brutal. Es una forma de mover la cultura en general y acercarla a muchos públicos.
-¿De qué va tu personaje?
-Soy comunicadora de televisión. Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia (risas). Es una obra escrita en el contexto del Covid, circunstancia que puso en jaque nuestra propia existencia y nos llenó de incertidumbre. En la obra los personajes no tienen interacción entre sí sino que realizan pequeños monólogos que van dibujando distintas formas en las que nos vinculamos con la finitud. Plantean fotografías del estado del alma bien disímiles, porque así somos los seres humanos: podemos ser bichitos muy mezquinos o estar en un estado más de gracia con el contexto y la vida que tenemos, o podemos estar en pleno conflicto. Por allí pasa la obra.
-Hacías referencia a que la Comedia Nacional es cerrada, ¿lo es más cuando se trata de productos o artistas que tienen que ver con lo popular?
-Es posible. Tradicionalmente fue cerrada, pero esta aperura no solo supone el enriquecimiento del hecho artístico en sí mismo sino además de romper muchos prejuicios. Se expande más. Yo sería una de las beneficiadas con eso de romper prejuicios o estigmas. Acá siempre lo que se procura es que la magia del hecho artístico se produzca, y eso se consigue entre el talento y el público. Como actriz independiente autodidacta, es un honor poder formar parte de este equipo de trabajo más allá de lo interesante que me parece la obra. Lo que aprendo de ellos es infinito.
-¿En ese sentido encontrás puntos en común con tu debut en el teatro 12 años atrás?
-Sí, tiene algo similar a eso. Es válido que quienes se toman el arte en serio sean celosos de su saber, no por mezquinos sino en honor al arte. Era muy comprensible que alguien que no había estudiado o que venía de otro palo que no tenía nada que ver con el teatro generara eso. Desde mi lugar era obvio que iba a aceptar la oportunidad y además como tenía la intuición de que podía hacerlo más me la quería jugar, pero entiendo perfecto que pueda haber habido cierta resistencia.
-¿Te la hicieron saber en algún elenco?
-En los elencos con los que trabajé siempre existió mucha generosidad para ayudarme y enseñarme. Solo una vez me pasó: en mi debut como actriz una compañera tuvo resistencia sobre mi presencia, pero era una pope del teatro, ¿cómo no la voy a entender? Ella tenía una trayectoria impresionante y le habían puesto como protagonista a una chiquilina de la tele.
-¿Qué pasó concretamente?
-Ella planteó que se retiraba del proyecto por mi presencia. Nunca lo tomé a mal ni me enojé. No lo hacía desde un lugar de divismo. Me gusta ponerme la piel del otro porque juzgar es un bollo y lo sé por experiencia propia por cómo me juzgan a mí. Después de eso hubo que llamar a otra actriz que fue Nidia Telles, otra grande del teatro pero que tuvo una actitud diferente. Cuando me dieron el Premio Florencio como revelación, la primera actriz me llamó por teléfono con toda humildad y grandeza para felicitarme. No quedó nada de rencor. Lo de ella en principio fue una actitud muy humana.
-A lo largo de tu carrera has incursionado en muchos rubros, ¿hubo otro en el también hayas sentido que te miraran de reojo?
-Es la historia del paracaidista, hay que ganarse el derecho de piso. Que me parezca bien o mal es otra cosa, pero los hechos son así. Uno no puede ir por la vida creyendo que el mundo le debe algo cuando es al revés, yo voy por la vida queriendo demostrarle al mundo que puedo porque me tengo fe. Hay gente que le pone la vida entera al estudio y a lo académico, entonces solo por creer que tenés un talento natural para ciertas cosas no podés avasallar y creer que merecés un lugar.
-¿Y vos nunca tuviste prejuicios hacia alguien que venía de otro ámbito?
-¿Cuál de tus talentos dirías que es menos innato y más buscado?
-Soy una chanta en todo (risas). Está el tema de la experiencia. A falta de la escuela, una tiene experiencia. A esta altura sé que tengo mucho andado y aprendido, pero también me queda la satisfacción de pensar que todavía tengo mucho más para aprender.
-¿El teatro y las artes plásticas te sirven como escape a la realidad del país que enfrentas cada día en Esta Boca es Mía?
-El debate diario de Esta Boca es Mía es demasiado crudo y real. A veces tiene exceso de toxicidad, entonces para mí es un bálsamo ir a los otros lenguajes de expresión.
-¿Te imaginaste en los inicios de tu carrera como la conductora de uno de los principales programas políticos de país?
-¿Notás que ha aumentado la adrenalina de los debates en el programa al mismo tiempo que ocurrió con los debates en la opinión pública?
-Absolutamente. Estamos todos como pasados de dosis. Obviamente si miramos las noticias internacionales nos damos cuenta de que no somos los únicos. Empezó una guerra con amenaza de guerra mundial. No entiendo cómo nos pudo pasar como especie que lejos de aprender con los que nos pasa pareciera que desaprendemos, o sea, zafamos de una epidemia mundial y nos ponemos el arma en la sien con una guerra. Por eso cada vez creo más en lo que está al alcance de cada ser humano, en la individualidad de hacer diferencias todos los días por más pequeñas que sean.
-¿El programa no corre el riesgo de profundizar la división política en la sociedad a través de debates que a veces suben de tono y se plantean desde una lógica de blanco o negro?
-Me lo pregunto yo muchas veces. La esencia del programa es debatir ideas, el tema es cómo se debate. Es muy fácil decir “debatamos ideas sin volverlo personal”, “no se griten”, pero es un programa de televisión. Tiene que tener un componente también de adrenalina que de alguna manera genere el enganche. Ahí es donde nos pueden decir “no estás contribuyendo a calmar las aguas”. Yo me lo pregunto también, ¿pero me quedo con eso o con que el programa pone la riqueza de la diversidad de ideas en el menú de la televisión? Esto último para mí es indiscutiblemente positivo. Todo es perfectible, pero eso tiene mucho valor. De todas maneras me parece que quienes tienen que dar ejemplos de civilidad a la hora de discutir son primero aquellos que integran el sistema político.
-¿Hubo alguna discusión al aire que hayas llegado a sufrir?
-A veces las sufro, pero entiendo que les puede pasar a los panelistas de pasarse una línea que es muy invisible. Yo me pongo en el lugar del televidente y digo “este nivel de pasión no está bueno de ver”. Pero la pasión tiene eso, es humana. Y lo que la gente no sabe es que hay tremenda buena onda entre los panelistas fuera del aire. Te podría mostrar las fotos de los asados en casa. Logran bajar la pelota y reconocerse tan humanos y llenos de defectos como el otro. Hay que lograr entender que podemos debatir ideas sin arrogarse superioridad moral en nada. Somos todos muy parecidos.
-¿Alguna vez tuviste que hablar con un panelista fuera del aire para que baje el tono al aire?
-Sí, con más de uno. No hay un “mal portado”. Los panelistas pueden sentir que no hablaron lo suficiente o que los interrumpí más que al otro. Estando en el lugar de panelista es natural eso, pero yo ya llevo años haciendo el programa y conozco la susceptibilidad de las personas que están en ese lugar. Hay veces en las que les quiero hacer ver determinadas cosas, nada más.
-¿Has cambiado ideológicamente durante estos 14 años de Esta Boca es Mía?
-Yo siempre fui una persona de centro y he votado a los tres principales partidos. Al ser de centro no me sesgo ni me cierro a pensar “¿por qué no probar para este lado?”. El centro evita la incompatibilidad ideológica. Lo que me ha pasado con el programa es que me ha hecho informarme más, y eso me ha permitido desarrollar un pensamiento crítico y estar mucho más abierta a escuchar distintas miradas y visiones del modelo de país en el que vivo. Lo que evitás con eso es ponerte la camiseta como un hincha de fútbol, que es lo que está pasando con la política hoy. Yo estaba más por fuera y no era consciente del submundo que había detrás. Eso lo fui aprendiendo y entendiendo.
-Más allá de lo partidario, ¿estás más “zurda” que cuando empezó el programa?
-(Risas) Me encanta. Fijate si lo haré bien que hoy me juzgan de facha y me juzgan de zurda. Debo andar en el medio mismo. El tema es que si uno no se expresa como espera que lo haga la extrema derecha o la extrema izquierda, enseguida te catalogan de ser del otro cuadro. ¡Qué estupidez! Pareciera que no está permitido tratar de contemplar la posibilidad de la virtud en el pensamiento del otro. Con esas presiones no se puede trabajar, por lo tanto las ignoro. Para mí hasta hay un error en la definición de qué es ser de izquierda hoy y qué es ser de derecha hoy. En el mundo de las ideas hay un montón de matices. Hay ideas de izquierda que me parecen sumamente valiosas y hay ideas más neoliberales que también me parecen valiosísimas.
-La oposición ha planteado que los grandes medios están alineados a favor del gobierno, ¿coincidís?
-No puedo hacer ese análisis general. Puedo hablar desde mi experiencia personal. Yo estoy conduciendo un programa de televisión donde vienen de todos los colores y matices políticos. Se tocan las noticias donde inevitablemente se pone en evidencia el conflicto y la conformidad o disconformidad con el gobierno actual. Están todos los protagonistas presentes en mi programa. Por lo menos en Esta Boca es Mía me parece ridículo que se pueda llegar a pensar que favorece a uno u otro.
-Luego de ser desvinculadadel programa, Selva Andreoli dijo que era un espacio “progobierno”.
-Si hubiera así no hubiera estado tanto tiempo. Yo entiendo que cuando te toca irte de un lugar, no es fácil tragarlo. Cada uno procesa la desilusión como puede. Además ya se sabe que los panelistas rotan y nadie queda para siempre. Son decisiones en las que yo ni pincho ni corto. Tengo mis propios pensamientos sobre la participación de cada uno, pero no la voy a estar diciendo públicamente porque los quiero a todos como compañeros. Irse con la frente en alto no es para cualquiera. Uno tiende a poner culpas y responsabilidades en el afuera, pero es una manera muy humana de poder cerrar un capítulo y quedarte tranquila contigo pensando que el mundo es injusto. Es muy humano eso.
-Trascendió que te separaste de Sebastián Brun, ¿cómo atravesás el proceso?
-Quiero pensar que la estoy transitando lo más sanamente posible sin evitar contacto con lo que duele, pero definitivamente no me quedo ahí. Hay algo que para mí siempre fundamental en cualquier decisión que tomás: si hay paz tras la decisión, entonces es la correcta. Me agarro de eso.
-¿Encontraste paz después de la decisión, entonces?
-Sí, 100%.
-¿Creés en el amor para toda la vida?
-Si creyera no estaría sola a los 49 años (risas). No tengo evidencia concluyente ni para un lado ni para el otro. Veo parejas que realmente han logrado mantener un vínculo amoroso toda la vida. No hablo de color de rosas, sino de un trabajo de apuestas, resignaciones, respeto y de construcción de años, y para eso se requiere a dos. Los veo y los conozco. Esos viejitos que uno ve de la mano por la calle me dan una envidia tan sana. Así que hay evidencia de que el amor puede ser para siempre. Sin embargo, también hay evidencia de que las personas vamos evolucionando y cambiando, y que es muy posible que un vínculo que se forjó en una etapa determinada de la vida, el otro no logre poder acompañar o seguir construyendo en la etapa siguiente.
-¿Sos de intentar sostener los vínculos o cuando algo se rompe es difícil recomponer la relación?
-Depende qué sea lo que no funcione. También hay etapas para todo en la vida. Yo ya tengo mis hijos y mi independencia emocional y económica, entonces entiendo las relaciones como algo que realmente te sumen, saquen lo mejor de vos y logren traducirse en armonía, paz y luz para todos los que te rodean. Cuando eso no está pasando y no tenés un matrimonio que defender, hijos por los que luchar, una casa que dividir, es más sencillo. Es un arma de doble filo porque como es más sencillo la trabajás menos, pero por algo una va ganando años en la vida, para saber qué batallas dar y qué batallas no. Igualmente estoy lejos de pensar que soy una mujer que la tiene clara, de hecho sé que tengo mucho que aprender y trabajar en mí misma en lo que tiene que ver con lo afectivo de pareja.
-Más allá de este momento en particular en el que transitás una separación, ¿sos de cerrarte o de darle la oportunidad a un hombre que te quiere conocer?
-Soy cero cerrada. No tengo un estereotipo en mente, entonces soy muy abierta a conocer distintas historias de vida. Cuanto más diferentes son, más me enriquecen.
-¿Te has llevado buenas sorpresas?
-Sí, claro. Igualmente hay un tema que es la oportunidad, el momento. Ahora me estoy tomando mi tiempo.