Gurmersindo Feijoo Costa, The Conversation
Uno de los indicadores más comunes para monitorizar nuestro estado de salud es la temperatura corporal y el termómetro es el instrumento utilizado para su medición. Pero en el caso del medio ambiente, ¿cómo podemos determinar su estado de salud? ¿De qué herramientas disponemos para evaluarlo? Se han desarrollado diversos indicadores o conjuntos de indicadores que con diferentes enfoques en la medición del impacto ambiental con carácter local, regional o mundial tratan de reflejar el estado de los ecosistemas y, en última instancia, el estado de salud ambiental de nuestro planeta.
Huellas ambientales
Estos indicadores tienen una gran repercusión mediática, pero presentan como desventaja el reduccionismo al asociar el impacto en los ecosistemas a través de una sola categoría ambiental. Serán termómetros significativos cuando el impacto ambiental que evalúan sea relevante para el proceso o producto analizado.
Estos son algunos de los más utilizados:
- Huella de carbono. Asociada al cambio climático, representa los kilogramos de dióxido de carbono equivalente provocado por los gases de efecto invernadero emitidos a lo largo del ciclo de vida de un determinado sistema. Este indicador es muy relevante en los sistemas de generación de energía, transporte de personas y mercancías, así como en la producción y consumo de alimentos.
- Huella hídrica. Asociada al estrés hídrico y, por tanto, muy relevante en áreas geográficas con tendencia a la sequía y desertización. Mide el volumen de agua dulce a lo largo del ciclo de vida de los productos, procesos o servicios que consumimos. Es relevante en el impacto ambiental de las ciudades, diversos sectores industriales como el textil y el forestal, así como en la producción agrícola de alimentos.
Indicadores de circularidad
La economía circular es un término que ha entrado con fuerza en nuestras vidas durante la última década. Para cuantificarla existen diferentes indicadores, siendo el Indicador de Circularidad de Material (ICM) uno de los de mayor uso.
El ICM da un valor normalizado entre 0 y 1 donde los valores más altos indican una mayor circularidad considerando:
- Entrada en el proceso de producción: cuantificación de materiales vírgenes, reutilizados y reciclados.
- Utilidad durante la fase de uso: ¿cuánto tiempo y cómo se ha utilizado el producto en comparación con un producto medio de la industria de tipo similar?
- Destino después del uso: ¿cuánto material entra en vertedero (o recuperación de energía)?, ¿cuánto se recolecta para el reciclaje y qué componentes se recogen para su reutilización?
- Eficiencia del reciclaje: ¿cuán eficientes son los procesos de reciclaje utilizados para producir insumos reciclados y para reciclar el material después del uso?
Al manejar este tipo de indicadores hay que tener en cuenta que el término circular o biológico no es sinónimo de ecológico, para ello debe realizarse un análisis de ciclo de vida.
Ciclo de vida y límites planetarios
La transformación de las cargas ambientales (residuos, emisiones y vertidos) en diversos impactos ambientales –calentamiento global, eutrofización, destrucción de la capa de ozono, ecotoxicidad, acidificación, consumo de agua, uso del suelo, etc.–, definidos con sus correspondientes indicadores (kg de dióxido de carbono equivalente, kg de fosfato equivalente, etc.), puede realizarse mediante la metodología de análisis de ciclo de vida.
Estos valores pueden normalizarse y agregarse para definir un único indicador que representa el valor de la sostenibilidad ambiental de un sistema como la suma de todos los impactos.
A su vez, estos valores pueden transformase en los denominados “límites planetarios”, que tienen por objeto determinar los límites medioambientales dentro de los cuales puede mantenerse un medio ambiente seguro y sano para la humanidad.
Este método se inscribe en el concepto de desarrollo de políticas de sostenibilidad global. Su marco fue analizado por primera vez por el científico sueco Johan Rockström y colaboradores en 2009.
Día de la Deuda Ecológica
Desde el año 1971 se ha establecido el Día de la Deuda Ecológica, que define el día del año en el que la humanidad agota los recursos naturales disponibles para todo el año –lo que la Tierra puede regenerar ese año–, con lo que se entra en déficit o deuda ecológica. Este hecho está correlacionado con la publicación en 1972 del famoso informe Los límites del crecimiento, encargado al Instituto Tecnológico de Massachusetts por el Club de Roma y cuya autora principal fue Donella Meadows, biofísica y científica ambiental.
El informe ponía de manifiesto por primera vez que si “el actual incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantiene sin variación, alcanzará los límites absolutos de crecimiento en la Tierra durante los próximos cien años”. No cabe duda de que estas estimaciones científicas son tristes realidades hoy en día.
El Día de la Deuda Ecológica ha ido retrocediendo desde el primer año de medición (1971) que correspondía al 25 de diciembre –prácticamente existía un equilibro en el planeta entre recursos y necesidades– hasta el 1 de agosto para el año 2024 –aproximadamente se necesitarían 1,7 planetas para dar respuesta a la demanda de recursos anuales–.
La distribución por países no es simétrica: los países del hemisferio norte tienen un consumo de recursos notablemente superior a los del hemisferio sur. El comportamiento de Iberoamérica es uno de los mejores.
Tener datos fiables y representativos son determinantes en la medición de los límites planetarios. Esta diagnosis es clave para tomar las decisiones adecuadas a nivel individual y colectivo para lograr un desarrollo sostenible que no dañe nuestro planeta.
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