AFP
Más del 90% de la producción mundial de aceite de oliva procede de la cuenca mediterránea. Sin embargo, según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), la región —un "punto caliente" del cambio climático— está caldeándose un 20% más rápido que el promedio. Esto afecta las cosechas, dispara los precios y exige soluciones.
"El cambio climático es una realidad a la que debemos adaptarnos", afirmó el miércoles Jaime Lillo, director ejecutivo del Consejo Oleícola Internacional (COI), durante el primer Congreso Mundial del Aceite de Oliva, que reunió a 300 participantes hasta el viernes en Madrid.
Una "realidad" dolorosa para el sector, que enfrenta desde hace dos años una caída sin precedentes de la producción, en un contexto de olas de calor y sequía extrema en los principales países productores, como España, Grecia e Italia.
Según el COI, la producción mundial cayó de 3,42 millones de toneladas en 2021-2022 a 2,57 millones en 2022-2023. Y según los datos transmitidos por los 37 Estados miembros de la organización, debería volver a disminuir en 2023-2024, hasta 2,41 millones de toneladas.
Como resultado, los precios han aumentado entre un 50 y un 70% en función de las variedades. En España, que produce la mitad del aceite de oliva mundial, los precios incluso se han triplicado desde principios de 2021.
"Nunca antes habíamos vivido nada similar", aseguró Pedro Barato, presidente de la organización interprofesional del aceite de oliva español.
Aceite de oliva y cambio climático
"Nos enfrentamos a una situación compleja" que implica "cambiar la forma en que tratamos los árboles y el suelo", resumió Georgios Koubouris, investigador del Instituto griego del Olivo.
"El olivar es una de las plantas mejor adaptadas al clima seco, pero en caso de sequía extrema, activa mecanismos para protegerse y no produce nada", subrayó.
Entre las soluciones propuestas está la investigación genética. Desde hace varios años se prueban cientos de variedades de olivos para identificar las especies más adaptables al cambio climático, en función, sobre todo, de su fecha de floración.
El objetivo es dar con "variedades que tengan menores necesidades de horas de frío en invierno y que resistan mejor a la disminución de precipitaciones en momentos muy específicos", como la primavera, explicó Juan Antonio Polo, responsable de asuntos tecnológicos en el COI.
El otro gran campo en el que trabajan los científicos es el del riego, que se busca mejorar gracias el almacenamiento de agua de lluvia, el reciclaje de aguas residuales o la desalinización del agua de mar.
Esto implica abandonar el "tradicional riego superficial" y generalizar los "sistemas por goteo", que llevan el agua "directamente a las raíces de los árboles" y evitan pérdidas, aportó Kostas Chartzoulakis, también del instituto griego.
Otra propuesta, más radical, es abandonar la producción en determinados territorios que se vuelvan demasiado desiertos y llevarla a otros más propicios. Un fenómeno que "ya empezó", aunque a pequeña escala, con "nuevas plantaciones" en regiones hasta ahora ajenas al olivo, precisó Lillo, quien se dijo "optimista" pese a los retos que enfrenta el sector.
"Con la comunidad científica, con la cooperación internacional, iremos poco a poco encontrando soluciones", agregó.
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