Estábamos en pandemia e Ivonne Martínez (68 años) ya no sabía qué más hacer. “No sabía más qué pintar, qué decorar…”, cuenta a Domingo quien desde 2009 se había dedicado a lo que amó hacer toda la vida: las artesanías.
Hasta ese año su tiempo había estado absorbido por el residencial geriátrico que tenía y en el que su marido Gerardo era el respaldo médico. “Cuando decidí cerrarlo me quedé con mucho tiempo libre y empecé a dedicarme a otras cosas”, recuerda quien pasó por talleres de muchas cosas, como pintura, reciclaje, pátinas, macramé, bijoux. “De todo”, afirma.
Se había creado un perfil de Instagram, pero más que nada para estar en contacto con sus primas que viven en Argentina. Un día, navegando varias páginas dio con una que le llamó especialmente la atención; tenía que ver con un arte llamado driftwood.
Se enteró de que es una técnica “hazlo tú mismo” (DIY, por su sigla en inglés) que consiste básicamente en reutilizar la madera que devuelve el mar a la costa. “Es muy antigua, de la zona de los Balcanes, de Montenegro, la costa de Turquía, Pirán…”, explica.
Ni bien se informó un poco más se dio cuenta de que eso era lo que quería hacer y por una poderosa razón: “Yo toda la vida junté maderas del mar, toda la vida. Porque las amaba”, cuenta con entusiasmo. “Llegó a ser casi una manía”, apunta su esposo entre risas y ambos recuerdan los veranos en Punta del Diablo, cuando sus dos hijos —un varón y una mujer—eran chicos e Ivonne se llenaba de maderas.
Confiesa que en una oportunidad hasta se trajo una piedra de coral de una playa de Miami y aclara que no la arrancó, ya estaba ahí suelta en la costa. Pasó a engrosar esa acumulación de maderas de todo tipo y tamaño que desde hace un tiempo empezaron a transformarse en otra cosa, en los pueblitos con casitas coloridas de techos a dos aguas que ocupan sus mañanas y muchas de sus tardes.
Eso es MaderaViva, el emprendimiento que la artesana comenzó casi sin darse cuenta, haciendo esos pueblitos europeos que aún no conoce personalmente, pero a los que algún día le gustaría ir.
“Le hice a mis nietos (tiene tres), ya le había regalado a mis sobrinos y tenía tantos en casa que ya no tenía dónde ponerlos”, recuerda del momento en que le llegó la propuesta que le daría un nuevo impulso. Federico Caldeyro, responsable del movimiento ArtesUy, la convocó para ser parte de la exposición 2024 en el Hotel Radisson.
“Federico conocía a Alicia Ferro, una profesora que tuve que una vez le había acercado un trabajo mío y él lo publicó en la revista Artes y Oficios. Vio en Instagram lo que hacía ahora y me contactó”, relata.
Al principio Ivonne dudó un poco, pero al final aceptó ser parte de la muestra y no se arrepintió. “Me encantó porque fue muy importante la repercusión que tuvo. La gente me decía cosas divinas. Nunca pensé que iba a vender así como vendí, incluso me compraban compañeros de otros stands. Prácticamente me quedé sin stock”, comenta ya pensando en participar en la edición que tendrá lugar a fin de año.
Para la artesana fue una instancia muy importante y explica por qué: “Dicen que yo soy una persona que no valoro realmente el trabajo que hago. Pasa que soy sumamente exquisita, en cuanto a que quiero que me quede perfecto. Soy muy detallista”.
Lo vivido en ArtesUy le dio la confianza que necesitaba para encarar MaderaViva con mayor convencimiento, aunque puntualiza que no quiere por nada del mundo que esto se convierta en una empresa, quiere seguirlo disfrutando como un arte en el que se refugia en su tiempo libre y que desarrolla sin presiones.
“Yo hago. Si la gente quiere lo que hay, bien”, dice dejando en claro que no realiza trabajos por encargo, sino que vende lo que produce. “No es mi intención hacer de esto una cosa comercial porque es imposible. Si me dicen: ‘Te doy $ 10.000 y haceme uno así para la semana que viene’, no puedo. ¿Qué hago? ¿No duermo?”, alega.
Igual reconoce que tiene mucha ayuda de gente que, conociendo su afición, le acerca maderas de distintos lugares. “Mi primo me trajo unas del lago Ontario. Todo el mundo me junta palos, hasta mi nieta de 3 años, hija de mi hija, que vive en Sauce de Portezuelo”, apunta y su cara cambia.
Por lo general no le faltan maderas, pero para algunos detalles recurre a maderas recicladas. El grueso es lo que va juntando por allí, sobre todo en lugares muy específicos porque no cualquier costa le sirve. “Me compré una sierra manual para cuando salimos a caminar”, cuenta sonriente quien en su taller tiene todo tipo de herramientas y sierras. “Aprendí en forma autodidacta y a golpes porque tengo heridas y cicatrices por todos lados”, acota.
Si bien las consultas de la gente van en aumento y su cuenta de Instagram subió rápidamente de 146 a los más de 2.200 seguidores que tiene actualmente, Ivonne no puede asegurar si es esto a lo que se dedicará en los próximos años. “Por mí lo seguiría haciendo por mucho tiempo, pero no quiere decir que más adelante no incursione en otras cosas”, dice y confiesa que muchas veces le cuesta vender lo que hace. “Me cuesta soltar”, admite.
Lo que está claro es que lo disfruta mucho y no se termina de sorprender con las repercusiones. “Para mí es maravilloso poder reciclar y hacer de esto un arte. Ojalá tuviera más tiempo de vida para seguir haciéndolo”, remata.
Un trabajo minucioso que puede llevar meses
Ivonne tiene dos talleres en su casa de Pocitos: uno en el fondo para el driftwood art y otro dentro del apartamento para el macramé, porque de tanto en tanto vuelve sobre esta técnica dado que le siguen encargando cosas. “Mi sobrina me pidió un respaldo para la cama”, dice.
En cuanto a sus pueblito costeros, cuenta que a veces le llegan maderas con una forma tan particular que no tiene que hacerles mucho, pero en otros casos debe realizarles un tratamiento que puede llevar meses.
“Una vez me trajeron un tronco grande que era de un puerto que había estado sumergido. Tuve que sacarle toda la parte fea o podrida de la madera. Lo tuve que curar, lavar y secarlo en el horno. Después le tallé diferentes plataformas para hacer un pueblito de montaña. En total me llevó dos meses”, describe.