Entre animales y plantas, cielos estrellados y cazadores furtivos: la fascinante vida de un guardaparques

“Si uno se digna a apagar el celular, el gran remedio es la naturaleza”, dice Juan Carlos Gambarotta, guardaparques pionero en Uruguay, y repasa historias de una profesión apasionante.

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Juan Carlos Gambarotta
El guardaparques Juan Carlos Gambarotta con una tortuga.
Foto: Juan Carlos Gambarotta.

Custodian cerros, quebradas, llanuras, bañados, lagunas y zonas costeras. Conservan los ecosistemas, defienden la flora y la fauna nativa, controlan las especies exóticas invasoras y vigilan para evitar la caza y la tala furtiva. Estos guardianes de la naturaleza —los guardaparques— están en áreas protegidas del país; en ocasiones, viviendo en lugares remotos, cuidando cientos de miles de hectáreas de a una o dos personas y enfrentándose a visitantes que no recogen su basura o que cortan plantas juveniles con el fin de hacer espacio para su carpa.

Es un trabajo “cuesta arriba”, pero la vista es genial. Juan Carlos Gambarotta, guardaparques del Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP) —y uno de los primeros en dedicarse a esta tarea en Uruguay—, siempre se sintió atraído por el “contacto extremo con la naturaleza”.

A diferencia de otras labores rurales que tienen más que ver con la producción, los guardaparques buscan preservar el entorno “lo más natural posible” y eso hace que vivan experiencias únicas, muy distintas a las que vive el resto de la sociedad. Gambarotta habló con El País acerca de su experiencia y los desafíos que afrontan las áreas protegidas.

Laguna de Castillos
Flora y fauna en Laguna de Castillos.
Foto: Observatorio Ambiental Nacional.

— ¿Cuál es su entorno natural favorito en Uruguay?
— No sé si tengo un favorito. Los bañados me encantan y los humedales son espectaculares. La Laguna de Castillos (Rocha), donde trabajé durante 27 años, es un lugar impresionante. Siento que fue un privilegio haber vivido allí. Montes del Queguay (Paysandú) es un lugar apartado, grande, que tiene eso que escasea en el mundo: lo remoto. En Laguna de Castillos, por ejemplo, uno sale caminando y al rato llega a la carretera, pero en Montes del Queguay hay que caminar 11 kilómetros para recién ahí salir del monte y ni siquiera llegar a una carretera. El hecho de saber que uno está en un sitio tan apartado, mirar hacia arriba y encontrarse con un cielo increíblemente oscuro y, al mismo tiempo, asombrosamente iluminado por estrellas… Es uno de los sitios más importantes del país.

Y después está el mar. En 1982 estuve embarcado y tuve un encuentro impactante con una orca. Duró unos pocos segundos; estábamos en la cubierta de un barco pesquero y apareció así, de pronto, a tres metros. Tremendo bicho, una cosa espectacular. Estar en alta mar, ver cachalotes, peces luna, noches espectaculares… El fondo está a 2.000 metros de profundidad y tierra firme a 300 kilómetros.

En realidad, creo que tengo un favorito: los alrededores de Laguna de Castillos. En poco rato en bicicleta uno puede ver palmares, serranías, montes excepcionales, dunas, playas e islas pobladas de lobos marinos.

— ¿Qué funciones cumple el guardaparques en estos entornos naturales?
— El sello del trabajo es el control y la vigilancia. Hay una parte de educación ambiental y atención al público, una vinculada al equipamiento, otra de planificación… Es muy amplío y depende de cada área protegida. También es importante el monitoreo de especies y ecosistemas. Por ejemplo, en Laguna Garzón hay guardaparques que supervisan la altura de la barra de arena para ver cuándo conviene abrir la laguna. Yo vivo hace seis años en Montevideo y actualmente monitoreo cangrejos en el río Santa Lucía, aves en Playa Penino (San José) y aves y lobos marinos en la Isla de Flores, a la que voy dos veces por mes.

Juan Carlos Gambarotta
El guardaparques Juan Carlos Gambarotta.
Foto: Juan Carlos Gambarotta.

Otro aspecto fundamental —cada vez más, en Uruguay y el mundo— es el control de especies exóticas invasoras. Es un tema preocupante. La gleditsia, por ejemplo, es una planta muy común en el río Uruguay y el río Negro, que está sustituyendo al monte nativo. Lo que al principio parece que son dos o tres arbolitos, con el paso de no tantos años —diez, como mucho— quedan casi solos. Lo estamos viendo. Y están los pinos, muy invasivos en las sierras y en la franja costera. Si las dunas siguen existiendo en Uruguay es porque están siendo protegidas arrancando pinos.

Después, están los animales. El ciervo axis y el jabalí son especies exóticas. También las cabras en Quebrada de los Cuervos, que no dañan las palmeras grandes porque no llegan, pero comen las pequeñas, interrumpen su proceso reproductivo y eso erosiona el suelo. Es un tema muy grave.

— Y el monitoreo, ¿por qué es importante?
— Porque, si no, uno no sabe qué es lo que está protegiendo. Cada país debe cuidar las especies que son nativas de ese territorio y si uno no conoce cuáles son esas especies y cómo va modificándose el ecosistema, puede terminar por proteger especies exóticas invasoras, sin saberlo. Actualmente, el SNAP está prestando más atención al tema del monitoreo e incluso contrata técnicos para este cometido o para sistematizar la información obtenida por los guardaparques.

Ñacurutu
Ñacurutu.
Foto: Animalia.

— ¿Qué especies ha encontrado cuando trabajaba y vivía en Laguna de Castillos?
— Durante años me dediqué al monitoreo de aves y aparecieron especies que nunca antes habían sido registradas en el país. Por ejemplo, el zorzal herrero, que tiene un canto muy distintivo, como si alguien estuviera golpeando una copa de vidrio. Y después fue visto en otras partes del país. También vi especies que habían sido registradas una sola vez y yo soñaba con encontrarlas. Me pasó con el pato medialuna, un año antes de venirme a Montevideo. Hay tanta cacería de patos —legal e ilegal— que cada año era menos probable que lo encontrara. Pero me crucé con una pareja.

Después, lo más común era ver zorros de monte y zorros grises; eso era algo de casi todos los días. Veía gatos monteses enseñándole a sus crías a cazar, manos peladas con sus cachorros, lobitos de río, que son súper simpáticos. También viajé mucho porque fui vicepresidente de la Federación Internacional de Guardaparques, asistí a los primeros congresos y siempre me quedaba haciendo recorridos en los distintos países, entonces he tenido encuentros con grupos de gorilas y chimpancés y con manadas de elefantes.

— ¿Recuerda algún encuentro que haya sido significativo?
— Lo que más queda son las pequeñas cosas. Una vez, me llevaron un ñacurutú —la especie de búho de mayor tamaño que habita en Uruguay— que había sido atacado por unos perros… Lo cuidé, cacé ratas y ratones para darle y lo salvé. Fue hermoso verlo salir volando. También cuidé un pichón de halcón junto a mis hijos y fue muy lindo ver cómo se fue independizando. Lo mismo con tres cachorros de zorro que criamos, pero sin agarrarlos, para que fueran buenos zorros silvestres. Si los mimábamos y luego los liberábamos, estarían muertos a los pocos días.

TRABAJAR EN LA NATURALEZA

La realidad de los guardaparques en Uruguay

Uno de los principales problemas de los guardaparques en Uruguay es que son muy pocos, comentó Gambarotta. Hay alrededor de 40, pero el número varía mucho porque “se decepcionan y renuncian”. “Fui de los poquísimos que contó con habitación. Tuve una casa que era del Estado y eso me permitió vivir en Laguna de Castillos, pero la mayor parte de las veces el guardaparques recibe un sueldo que no es gran cosa y tiene que encontrar un lugar donde vivir en las cercanías”, expuso, y agregó que a veces incluso demoran en darles un vehículo para trasladarse.

Tanto la isla de Flores como las islas del Río Negro no tienen guardaparques, señaló, y hay zonas grandes que tienen uno solo, como Valle del Lunarejo (Rivera, más de 29 mil hectáreas), Paso Centurión y Sierra de Ríos (Cerro Largo, más de 37 mil hectáreas) y Montes del Queguay (Paysandú, más de 43 mil hectáreas). “De a poquito se trata de conseguir personal, pero nunca es suficiente”, expresó.

La formación para guardaparques se da en el Polo Educativo Tecnológico Arrayanes (PET Arrayanes) en tres modalidades: Educación Media Profesional (EMP) de Conservación en Recursos Naturales (dos años), Bachillerato Profesional (BP) en Guardaparques (un año) y Tecnicatura en Gestión y Conservación de Áreas Naturales (dos años).

— ¿Cuáles son los principales errores que comete la gente cuando visita entornos naturales?
— Lo más común es tirar basura en cualquier parte o acampar y, al irse, dejar basura que luego comen los animales. Pasa, por ejemplo, cuando dejan latas de atún; eso sigue teniendo restos de comida y aceite y el bicho lo lame y se le corta la lengua. También está el tema del nylon, que si los animales lo comen, pueden morir.

Otro error muy usual en el caso de los pescadores es que dejan a los peces chicos afuera, agonizando. Es algo totalmente innecesario y pasa mucho en nuestro país. Luego, están quienes cortan árboles jóvenes para tener leña o para hacer espacio y poner la carpa. No debería ser así; el lugar para la carpa se elige recorriendo. Uno puede elegir un espacio con todas las condiciones sin necesidad de cortar arbolitos.

— ¿Cómo ha cambiado el vínculo de las personas con los entornos naturales?
— En realidad, hay gente que utiliza el ámbito natural como cancha. Algunos salen a correr por las serranías o hacen canotaje, pero utilizan el medio como una pista y no lo aprecian. El impacto de un pie caminando es prácticamente nulo, pero el de una persona corriendo es mucho mayor y todavía más cuando son muchas personas. Lo mismo ocurre con las bicicletas: cuando van por senderos que no fueron hechos para ellas, tienen un gran poder erosivo. Y está la gente que ve al entorno natural como lugar de donde sacar leña y nada más. Pero son más las personas que empiezan a darse cuenta de que la naturaleza es otra cosa. Basta con pasar por un parque arbolado en la ciudad: baja el ritmo cardíaco, regula la presión arterial… Y eso se intensifica en el ámbito rural y natural.

TRABAJOS PELIGROSOS

Guardaparques asesinados, un problema mundial

Hay lugares en los que trabajar como guardaparques es sumamente peligroso. En África y Asia, por ejemplo, “tienen asumido” que está la posibilidad de morir cumpliendo sus funciones. A veces es por ataques de animales, pero “muchos son asesinados por fanáticos o leñadores”, resaltó Gambarotta. “Hay guardaparques alrededor del mundo que protegen árboles con las maderas más finas del mundo”, destacó.

Otro motivo son los ataques al corazón debido a que “hacen patrullajes muy largos y exigentes, en zonas donde muchas veces falta el agua y tienen que seguir porque el cazador o el talador furtivo va adelante”.

Según la Federación Internacional de Guardaparques, en el último período (junio 2023 - mayo 2024) se registraron 140 muertes en 37 países. La mayoría (38) fueron por homicidio; seguidas de ataques de animales (36); accidentes ocupacionales como incendios, inundaciones o caídas (31); incidentes o enfermedades relacionadas con las condiciones laborales (20) y accidentes vehiculares (15).

En Uruguay no ha habido guardaparques muertos, principalmente, porque “la vigilancia nocturna se hace muy poco”. En otros países, estos trabajadores están habilitados a actuar en cualquier momento del día y en cualquier condición, y se les da armamento y entrenamiento, contó Gambarotta.

Por el contrario, “en Uruguay las áreas protegidas son básicamente para cuidar el paisaje y no tenemos la presión de proteger una fauna monumental como, por ejemplo, en la India. Al no estar el conflicto, tampoco está la exigencia”. El especialista concluyó: “Si un guardaparques en Uruguay sale de noche a interceptar un cazador o talador furtivo, no tiene el debido apoyo legal. Yo lo hice. Hay otros que todavía lo hacen. Pero se la están jugando”.

Sin embargo, aún tenemos mucho que aprender. Hace seis años, cuando llegué a Montevideo, había una colonia de cría de garzas en la Isla de las Gaviotas frente a Playa Malvín. Fotografié a los pichones durante dos veranos consecutivos, pero cuando empezó el kitesurf, no aparecieron más. Si bien no todos los que hacen este deporte paran en la isla, el solo hecho de usar una vela asusta a los animales. Era un proceso que venía bárbaro y se cortó ahora.

En el Cerro Arequita, por ejemplo, entiendo que los deportistas hayan querido utilizar las paredes espectaculares que tiene para hacer rutas de escalada, pero son tantas las rutas que han perjudicado a una planta que es el Clavel del aire de flores blancas, que vivía exclusivamente ahí. Hay que ver cómo se redujo la población…

— ¿Qué hace falta para mejorar el vínculo de las personas con la naturaleza?
— Desconectarse más. La inmediatez es el gran enemigo de la naturaleza. Esa necesidad de estar en todo y al final no estar en nada… Es un problema grave que hasta los niños lo tienen. Por otro lado, si uno se digna a apagar el celular, el gran remedio es la naturaleza. Yo lo apago, siempre. Ahí aflora el verdadero ser humano y se nota el cambio.

Libros para conectar con la naturaleza

Además de trabajar en Laguna de Castillos, Gambarotta participó en la formación de guardaparques en Uruguay, República Dominicana y Brasil, y fue vicepresidente de la Federación Internacional de Guardaparques (IRF) durante dos períodos. Escribió libros para niños sobre fauna y flora nativa y también es autor de De mochilero a guardaparque, donde comparte sus experiencias como viajero y amante de la naturaleza.

Ahora está dictando un curso de interpretación ambiental y, de hecho, en julio publicó su primer libro digital titulado Traduciendo el lenguaje de la naturaleza: introducción a la interpretación ambiental. Está disponible en Amazon.

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