Por Flavia Tomaello / Especial para Domingo
"No puedes pasar un solo día en la Tierra sin causar un impacto en el mundo. Lo que haces marca una diferencia, y tienes que decidir qué tipo de diferencia quieres hacer”, asegura Jane Morris Goodall, primatóloga y antropóloga reconocida mundialmente por su compromiso con el medio ambiente. Este mensaje parece haber dejado una profunda huella en Mariano Esaudia y Graciela Díaz Veiga.
Los dos nacieron en Villa Colón, a solo seis cuadras de distancia. Ella conocía al hermano, a la madre y a la hermana de él. Sin embargo, no fue hasta los 18 años, en el Colegio Pío, que lo conoció a Mariano. Él soñaba con ser futbolista; ella, con ser maestra. Mientras él pasaba los días jugando al fútbol, ella alternaba entre juegos de policías y ladrones y su amor por la lectura. Él estudió electrónica, pero terminó dedicándose al fútbol profesional hasta que una fractura lo apartó de las canchas y lo llevó de regreso a la tecnología. Ella, por su parte, estudió magisterio, se recibió y, al empezar a trabajar en el sector infantil de la Biblioteca Nacional, quedó cautivada por ese mundo. Juntos tuvieron tres hijas, que a su vez les dieron seis nietos.
Antes de que Mariano y Graciela se conocieran, sus familias ya visitaban Melilla, en las afueras de Montevideo, como un lugar para desconectar de la rutina. Años después, ese rincón se convirtió para ellos en un refugio y en el escenario de un nuevo propósito en sus vidas.
Espacio de biodiversidad.
Melilla se ubica en la confluencia del Río Santa Lucía y el Río de la Plata, formando parte de un sistema de humedales salinos costeros que tienen una importancia significativa para Uruguay, tanto en biodiversidad como en sus particularidades frente a los humedales de agua dulce más comunes. Estos ecosistemas nacen de inundaciones temporales o permanentes, y los humedales del Santa Lucía son parte del Sistema Nacional de Áreas Protegidas desde febrero de 2015. Se extienden al oeste de Montevideo y cruzan también los departamentos de San José y Canelones, alcanzando un total de 86.517 hectáreas, de las cuales 2.500 corresponden al departamento de Montevideo.
La zona destaca por sus diversos ecosistemas, que incluyen bosque nativo, matorral, praderas, humedales, bosques asociados a bañados y áreas urbanizadas.
“Son ecosistemas de transición, es decir, se ubican entre un ambiente terrestre y otro acuático. Suelen encontrarse en tierras bajas respecto a las zonas adyacentes y presentan una vegetación adaptada a las condiciones de inundación”, explica Mariano.
En Uruguay, estos ecosistemas también se conocen como bañados. Habitualmente, funcionan como reservorios de agua dulce que acumulan agua subterránea, lo que los convierte en una fuente clave para la recarga de acuíferos. Sin embargo, en el caso de Santa Lucía, son salobres.
Entre sus funciones medioambientales, que los convierten en una pieza clave para el equilibrio natural, se encuentra la prevención de la erosión. La profusa vegetación de los humedales reduce el impacto de los vientos, las tormentas y las corrientes, evitando el desplazamiento de los suelos. También regulan y controlan los efectos de las crecidas, ya que las plantas y el suelo de los humedales actúan como esponjas, absorbiendo el agua de las precipitaciones o desbordes. Posteriormente, liberan lentamente el agua absorbida al río, minimizando así el riesgo de inundaciones. Además, desempeñan un papel importante en la mitigación del cambio climático.
“La vegetación del humedal captura carbono, uno de los principales responsables del efecto invernadero, y contribuye a reducir su acumulación en la atmósfera. Además, estos ecosistemas albergan una alta biodiversidad y funcionan como filtros ecológicos. Gracias a la acción conjunta de cangrejos y plantas, impiden que muchas sustancias químicas sean transportadas a otras corrientes de agua. Históricamente, una parte importante de la actividad hortifrutícola se ha desarrollado en las zonas adyacentes”, señala Mariano.
Rural y natural.
En el horizonte, los álamos plateados ofrecen sombra mientras se relatan anécdotas entre risas. Alrededor, cultivos de manzanas, duraznos, ciruelas, peras, arándanos y olivos marcan el paisaje. A través de los senderos del monte nativo es posible experimentar paseos en zorra o caminatas, donde se entrelazan las sombras de ceibos, espinillos, acacias y madreselvas.
La embarcación Garza Mora, con capacidad para nueve pasajeros, navega cañadas embellecidas con juncos y pajonales, alcanzando el río El Colorado a través de un paisaje agreste que permanece grabado en la memoria de quienes lo visitan.
Mariano y Graciela comenzaron con una parcela destinada al cultivo de frutas de hoja caduca y un área natural donde pasaban sus días en familia. Sin embargo, fue Mariano quien tuvo la idea de crear un parque temático en Montevideo.
“Así nació el concepto de biodiversidad de producción al final del humedal”, explica Graciela. Y agrega: “Renovamos La Macarena como un refugio de vida silvestre y un hábitat protegido. El río Santa Lucía, que abastece de agua potable a Montevideo, tiene un valor global que a menudo pasa desapercibido”.
La Macarena es hoy un establecimiento frutícola familiar que combina producción agrícola, biodiversidad y una propuesta turística con diversas actividades. Los visitantes pueden realizar paseos náuticos, recorridos por el monte criollo, explorar los humedales, participar en actividades al aire libre y disfrutar de experiencias que conectan con la naturaleza.
De las 80 hectáreas del establecimiento, la mitad está destinada a la producción, mientras que el resto corresponde a los humedales del Santa Lucía.
El paso inicial fue una idea de buenas intenciones, pero con el tiempo, se capacitaron, lograron la colaboración del Ministerio de Turismo, la Sociedad Uruguaya de Turismo y el Ministerio de Medio Ambiente para mejorar la sostenibilidad de sus prácticas y abrir sus puertas al turismo rural.
“Ofrecemos verduras, frutas y vinos producidos en la zona. Cocinamos, asamos al disco y experimentamos con frutas en nuestras dietas”, explica Graciela.
Además, en este espacio habita cerca de la mitad de las especies de aves de Uruguay, además de animales propios de los humedales salobres como ciervos, capinchos y mulitas. Mariano afirma: “Contar con montes nativos en Montevideo, a tan solo 30 minutos del centro de la ciudad, es un valor incalculable”.
Hoy, Mariano y Graciela intentan integrar La Macarena a una red de turismo rural con el doble propósito de proteger el patrimonio natural y educar a los visitantes. “Solo cuando el visitante se acerca, comprende y aprende, es cuando realmente cuida el entorno”, sentencia Mariano.