Un stand de la Expo Sostenible, que se realizó en el mes de junio en el Antel Arena, se robó todas las miradas. En una de sus entradas había un vestido largo, muy llamativo, hecho con recortes de varias telas, de una originalidad y buen gusto que invitaban a arrimarse a preguntar talle, precio y todo lo necesario para tener uno. Era el local de Curtina Recicla Tacuarembó, un grupo que integran mujeres rurales que trabaja desde la economía circular en la gestión de residuos.
De ese vestido, de una campera y un chaleco de jean -todos elaborados con recortes de ropa reutilizada- se llevaron varios pedidos y por estos días las pocas máquinas de coser que tienen, funcionan a ritmo acelerado para cumplir los encargos. Y, aunque vender algunas decenas de prendas pueda sonar a poco en este mundo del fast fashion, para este grupo de mujeres de pueblos chicos, de zonas con escasas oportunidades de trabajo, cada pedido y cada felicitación significaron, realmente, mucho.
Susana Tabárez es la referente de este colectivo, que tuvo como origen un emprendimiento de recolección y clasificación de residuos que nació en 2017 y se llamó Curtina Verde e Inclusiva. En ese proyecto, con el apoyo de la Intendencia, recolectaban residuos, los clasificaban, los compactaban y los vendían. De allí surgió la posibilidad de revalorizar parte de esos desechos, principalmente los textiles, que eran muchos. Pero no había máquinas, no sabían coser y hubo que ingeniárselas.
Con mucho empeño, pocas excusas y aún menos dinero, este grupo de mujeres fue generando su propia fuente laboral, extendió su influencia a pueblos cercanos a Curtina, y ahora venden, enseñan, reciben pedidos y trabajan para marcas establecidas que las tienen como proveedoras fijas. Entre otras marcas, está Mare Sustentable.
“Nos dimos cuenta de que lo que estábamos haciendo, pero sin saberlo, era economía circular”, dijo Tabárez en nota con El País. Ellas llegaron a la sostenibilidad por la vía de los hechos y no por buscarlo y ahora van por más. Su creadora -que además tiene su proyecto personal llamado Florares Curtina- contó su historia y sus apuestas.
- ¿Cómo fueron los inicios?
-Acá en Curtina lo que no hay es trabajo. Tenemos todos los servicios, eso es una bendición, pero no hay trabajo. Entonces, en 2017 iniciamos con un proyecto que se llamó Curtina Verde Inclusiva, en el que con apoyo de la Intendencia recolectábamos residuos, clasificábamos y compactábamos para luego venderlos. Así nos generábamos ingresos. De allí surgió que podíamos dar otro valor a algunos residuos y con el apoyo de la Embajada de Canadá conseguimos financiación para traer profesores que nos enseñaron a trabajar en vidrio, en tela y lo orgánico, y vender nuestros productos.
Al tiempo, nos avisaron que había una convocatoria de Deres en Tacuarembó y fuimos y ahí descubrimos el concepto mágico de ‘economía circular’, que era lo que estábamos haciendo sin saberlo. Allí encontramos además a la persona que nos ayudó a escribir el proyecto para que nos presentáramos a un concurso, que nos cambió la vida.
Yo había estado 22 años trabajando en Montevideo, en Comunicaciones de la Armada, y por motivos familiares me vine a Curtina. Todo lo que había hecho antes no tenía nada que ver. Pero empezamos a generar oportunidades, a estar con otras personas, a ayudarnos y me comprometí a ser referente.
-¿Qué obtuvieron en ese concurso?
-Llegamos a ser finalistas y Fundación Verde y UPM nos compraron las máquinas de coser que habíamos pedido. Yo estaba convencida de que lo que faltaba eran herramientas, porque teníamos material, teníamos la ropa. Además, el proyecto incluyó que la Intendencia nos diera un local para trabajar.
Tiempo después encontré la forma de poner en uso esas máquinas de coser y conseguí un salón para empezar con cursos de costura. Yo no sabía coser y la profesora tampoco sabía usar esas máquinas industriales, pero valió la pena. Esas personas estábamos destinadas a encontrarnos. Fue empezar de cero, se anotaron 40 mujeres, de las que terminaron 28 y fue “la Revolución de la costura en Curtina”. Fue “la Revolución de las oportunidades”.
-¿Y cuándo dieron el paso a formalizar el proyecto?
-En mayo de 2022 formalizamos el proyecto con el nombre de Curtina Recicla y el año pasado, a los cursos de costura le sumamos otros de panadería, de cocina y había actividad en el pueblo, se empezó a mover la economía; los almacenes vendían, las tiendas vendían. Pasó algo re lindo, fue la “Revolución del trabajo”. Y fue maravilloso cómo con tan poquito se puede cambiar la vida de otra persona, de una familia. Porque estamos en un pueblo en que a veces hay casas donde no hay cultura del trabajo. Hay generaciones que no han visto a nadie trabajar en la familia y enseñarles panadería a los chiquilines, por ejemplo, era emocionante.
-¿Cómo fue la experiencia en la Expo Sostenible, en Montevideo?
Nos vinimos con pedidos del vestido, de chalecos, de camperas. ¡No te puedo decir cuántos! ¡Fue realmente maravilloso!
Yo había hecho un curso de economía circular de seis meses que me abrió la cabeza, y pude entender que un vaquero usado lo puedo vender a $ 100, pero si yo lo hago cartuchera, lo hago bolso, lo hago vestido... ¿Cuánto puedo hacer con esto? Y ahí empecé a mostrarles a las mujeres el valor que se podía generar, a cambiarles la mentalidad y que sepan que nosotros sí podemos y que vamos a hacer la diferencia. Y la hicimos.
-¿La ropa de Curtina Recicla, que presentaron en la Expo, la hace un grupo especial dentro del proyecto?
-Sí, Cosiendo Sueños, que nació por la necesidad de organizar y separar el trabajo con los residuos de Curtina Recicla, porque pasaba que llevaban la ropa mezclada con los residuos en general y después había que separar, lavar o pedirles a los compañeros que lo hicieran.
Entonces, lo separamos. En Cosiendo Sueños hay mujeres que no son solo de Curtina, también hay de Achar, de Sauce de Batoví, que vinieron al curso y siguieron trabajando. Nos vamos repartiendo de acuerdo al trabajo que tenemos, no todas hacen lo mismo. Lo único que se necesita es tener ganas de salir adelante.
Una de las mujeres que participó en el taller de costura de Curtina fue Santa María Herrera, oriunda de Sauce de Batoví y “fue la mejor alumna”, según Susana Tabárez. “Ella tenía necesidad y quería trabajar y nadie aprendió tanto como esta muchacha. Desde el primer momento lo tomó con ganas, con voluntad, nos llegó al alma a todos”, contó la mujer.
Pero cuando terminó el curso de costura y Santa ya no volvió a Curtina, no tenía máquina para coser. “Así que juntó pesito por pesito y se compró una máquina por Mercado Libre y con ella enseña a las mujeres de su localidad, porque quería que ellas también tuvieran la misma oportunidad”, apuntó.
Santa está sola con sus hijos, viene de un contexto complejo y tiene un don. “Ella le pone voluntad y ganas de salir adelante”, resumió Tabárez.
Tanto en el taller de Santa, como en el de Tabárez, tienen una sola máquina overlock (la que sirve para hacer las terminaciones) y esta va y viene de ciudad en ciudad, donde se turnan para usarla. Esperan poder comprar una o que alguien las ayude con alguna donación para tener más y producir más.
Por ejemplo, vino una profesora desde San Gregorio de Polanco a enseñarnos a hacer cartucheras. Ahora va a venir otra a enseñarnos a trabajar con papel y se forma una sinergia entre las mujeres.
-¿Además de haber participado de la Expo, dónde venden sus productos?
-La mayoría de las veces vamos a ferias en Tacuarembó y también vendemos por redes sociales. Ahora, hace unos meses abrieron acá un parador en Curtina, en la ruta, y ahí vendemos. Fue la bendición que necesitábamos.
Además, como tenemos local de El Correo acá, podemos hacer envíos a todo el país y vendemos mucho de esa forma.
-¿Imaginábas que podían llegar a generar esta movida cuando arrancaron?
-Lo más emocionante de todo es que, cuando estábamos escribiendo el proyecto, yo estaba segura de que no se trataba solo de pedir las máquinas de coser. Era todo lo que venía después. Porque esa mujer que lleva el dinero a su casa va a ver lo que significa el tener tu propio dinero, la libertad, la dignidad del trabajo. Yo creo que a veces necesitamos solo un empujoncito, que te digan que podés.
“Tuvimos talleres de marketing digital, de costos, no nos quedan diplomas por recibir. Y después de eso, lo único que necesitábamos era generar esto que estamos generando ahora: trabajar y cobrar por lo que hacemos”, agregó Tabárez.
“Además del taller de costura, traje una contadora que nos ayudó con la parte de costos. Con el Ministerio de Ganadería hicimos capacitación para mujeres rurales en digitalización. Yo soy una de esas 1.500 mujeres que aprendió a lo que es una arroba, lo que es un numeral”, contó.
“Es todo un mundo nuevo, porque pasó por ejemplo con el tema números: había mujeres que sabían costura, pero no sabían qué precio ponerle a una cartuchera o a un chaleco. La gran mayoría no tenía ni idea de la importancia de tener un logo, la importancia de tener una red social, porque acá estás en un medio rural, ¿a quién le vas a vender a tu vecino?”, agregó.
-¿Y de aquí para adelante qué se viene?
-Ahora estamos seleccionadas por Sembrando para ponerle más pienso al proyecto y yo tengo el objetivo de que Cosiendo Sueños llegue a los shoppings. Esto forma parte de una convocatoria para 19 becas que se entregan en todo el país y por Tacuarembó fuimos seleccionadas nosotras. La idea es seguir trabajando en reutilizar telas y sumarle diseño, trabajo, conocimiento y que se puedan vender en cualquier lado.
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