Hugo Mantilla Meluk es profesor e investigador de la Universidad del Quindío, en Colombia. Es fundador y director del Centro de Estudios de Alta Montaña, integrante de la Academia de Ciencias de su país y del Alto Panel de 30 expertos que asesora a los órganos más importantes de la ONU sobre los riesgos de que aparezcan nuevas enfermedades. Además, hace tres décadas estudia a los murciélagos, pasó varios años colgado en la selva viéndolos día y noche, y en 2019, un mes antes de que el covid-19 cambiara el mundo, dijo en una reunión de alto nivel que había “que prestar atención al modo en que el cambio climático está afectando la distribución de las especies, y el efecto que tiene sobre la generación de enfermedades que no conocemos”.
Una charla con Hugo Mantilla Meluk es un viaje por la biodiversidad, una cátedra sobre los riesgos de no respetar los ecosistemas y una explicación clara de por qué esto que muchos se niegan a llamar Antropoceno está ocasionando la sexta extinción masiva en el planeta Tierra.
Resumir una entrevista con Hugo Mantilla Meluk es una tarea demasiado compleja. Aquí va un esfuerzo de síntesis para una charla de una hora mantenida en la COP16, en Cali.
- ¿Por qué es importante mantener los ecosistemas para evitar nuevas enfermedades?
-Lo primero es la idea del equilibrio. El equilibrio es el mejor sinónimo de la salud y los desequilibrios, grandes o chicos, son situaciones a corregir: son insalubres.
La naturaleza llega a condiciones de negociación entre sus partes y establece lo que llamamos equilibrios dinámicos. Como si fuera un malabarista o una persona que camina por una cuerda floja, está constantemente haciendo ajustes a ese equilibrio. Y eso solo ocurre cuando tenemos un sistema que es capaz de auto entenderse. ¿Qué pasa con una selva, una sabana o un bosque nórdico? Si los dejas 500.000 años, vuelves y encuentras el mismo bosque, porque sabe cómo reconstruirse. Existen ciertos sistemas que, en virtud de tener muchos elementos y poder hacer esa negociación interna, adquieren lo que llamamos propiedades emergentes.
-¿El problema es cuando venimos los humanos?
-El problema es qué aprendimos nosotros de la naturaleza: entendimos que la complejidad es muy difícil de comprender y de manejar, por lo que el truco era simplificarla. Y cuando simplificamos la naturaleza, sucede que -y lo voy a decir en lenguaje técnico- perdemos en equitatividad y ganamos en dominancia. Es decir, quitamos muchas especies que hacen cosas pequeñas o que, en conjunto, hacen algo muy grande, y que se reparten la energía de ese sistema y tienen réditos pequeñitos para cada una. Como una cooperativa. Eso lleva a que ninguna crezca tanto en demografía y a que haya muchas, pero poco número de cada una.
-¿Cada una tiene su función en el sistema y, si no está, todo se resiente?
-Exacto. Nosotros (los humanos) controvertimos eso, porque entendimos que si quitamos especies y ponemos las que queremos, tendremos una gran cantidad. Y así obtuvimos muchas cosas de una sola: mucho arroz, muchos frijoles, mucha soja... Pero hasta hace poco no habíamos entendido lo que perdimos. Perdimos unas propiedades clave para la regulación del clima, de la hidrósfera y la biósfera. Y el resultado es un gran desorden, o sea, una situación insalubre.
La gran preocupación es cómo restituir esos elementos de regulación. Y este no es un tema que se pueda fraccionar: hay que trabajar en salud humana, en salud animal y en la de un tercer elemento, que es tal vez el clave y no lo tuvimos tan en cuenta hasta hace muy poco, que es el ecosistema. Él también funciona como un organismo y requiere de alguien que esté pendiente de si está en equilibrio. Hablamos de la salud ambiental.
Y cuando juntas estos tres elementos: la salud humana, la salud animal y la salud ambiental, llegas a un esquema que no es novedoso, pero que hace poco le hemos puesto el nombre de “una salud” o “salud planetaria”.
-No es novedoso, pero no se le prestaba atención.
-Eso es lo novedoso. Que le empezamos a prestar la atención que merece. ¿Pero por qué digo que no es novedoso? Porque este tema del equilibrio está en la base de todas las culturas que han vivido suficiente tiempo en un lugar para entenderlo. A eso le llamamos ancestralidad y es un llamado a lo que tenemos que aprender. Porque si dejas al ser humano vivir suficiente tiempo en un sitio, encuentra ese balance.
-¿Pero es un tema de tiempo o de actitud? Porque quienes vivimos en ciudades tomamos a la naturaleza como un recurso.
-Si el temor es la palabra “uso”, en realidad todos los seres vivos interactuamos y tomamos energía de nuestro entorno. No hay problema en decir que “usamos” recursos de la naturaleza. El problema es el equilibrio. El hombre tiende a simplificar la naturaleza porque es lo que aprendió y eso se volvió un callejón sin salida.
¿Y qué tienen esas culturas ancestrales? Que no establecen esa separación entre lo que es su vida, su entendimiento del mundo y su vínculo con la naturaleza. Hay un tema filosófico que tiene que ver con el nivel en que ubicas al ser humano: en horizontalidad con la naturaleza, debajo o encima. Quisiera pensar que, en buena fe, no nos dimos cuenta de qué implicaba ponernos encima.
-¿Estamos a tiempo de solucionar lo que destruimos?
-Quisiera pensar que sí, pero soy un biólogo de campo y he aprendido de todos los sistemas a tomar las maneras más informativas de conversar con la naturaleza. Y lo que puedo decir con certeza es que esto pasó de ser una preocupación a ser una urgencia.
En ese sentido es que aparecieron algunas herramientas. Por ejemplo, las Naciones Unidas se han volcado a la discusión ambiental y allí apareció algo que se llama Alianza Cuatripartita, conformada por las grandes plataformas que tienen que ver con el bienestar: la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización Mundial de la Salud Animal (OMSA), la Organización Mundial para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Programa Ambiental de Naciones Unidas (Pnuma). Ese grupo está tratando de corregir el hecho de que en las decisiones más importantes nos hemos movido en el ámbito de lo político, de lo comercial y nos quedó atrás el ámbito del conocimiento y de la ciencia.
Somos 30 científicos llamados por disciplinas. Yo represento -o intento representar- la voz de los investigadores que tratamos de establecer un vínculo entre la diversidad y la toma de decisiones. Trabajo con murciélagos, y como todos mis compañeros, sabíamos que iba a venir una pandemia. Y sabíamos que iba a venir más pronto que tarde. Y en eventos como este (una COP) e incluso en las altas oficinas de la Organización Meteorológica Mundial me dieron un espacio para dar una recomendación y dije: ‘hay que prestar atención al modo en que el cambio climático está afectando la distribución de las especies, y el efecto que tiene sobre la generación de enfermedades que no conocemos’.
La última vez que lo hice me dio mucha tristeza, porque fue en octubre 28 de 2019. Y un mes después, China anunció que tenía un problema. En diciembre cerró China y en marzo, el mundo entero. Lo había hecho en 2018 y en 2017, en varios foros y la voz no fue escuchada, porque no lo veíamos como una relación tan directa. También uno de mis estudiantes, en 2017, propuso para el sistema de ciencia y tecnología de Colombia su propuesta doctoral sobre el estudio de murciélagos y coronavirus, y le fue rechazado porque no era un tema importante.
-¿Que fuera un murciélago el que detonó todo tiene algo que ver?
Tiene que ver, pero pudo ser cualquiera y los responsables directos somos nosotros.
Sencillamente, los murciélagos son la maquinaria que inventó la naturaleza para capturar mosquitos. No hay nadie mejor en el mundo. Un murciélago, en una noche, consume dos y tres veces su peso en mosquitos. Y los mosquitos también son los mejores en algo: en tomar muestras de sangre. Te han tomado a ti, a mí, al perro, al mono, al tigre... Ellos son el gran reservorio de una carga de información que luego consumen los murciélagos y, supuestamente, deberían enfermar. Pero la naturaleza, en un proceso de selección natural, hizo que quedaran solo los que pueden soportar. Los murciélagos tienen un sistema inmune donde están las respuestas a muchas preguntas que nos hacemos.
¿En qué momento eso salta a los humanos? A través de un puente que hemos generado: nosotros hemos llenado nuestra casa de especies que se comen el salario energético del planeta. Una somos nosotros, que comemos el 38%, pero el 60% lo comen gallinas, vacas, perros, gatos. O sea, hemos llenado el mundo, hemos construido un mundo artificial y lo transformamos en uno de altísima vulnerabilidad.
-¿Es urgente un cambio?
-Necesitamos que el cambio sea rápido, porque la debacle no es a una economía particular, es a la civilización humana. Eso te lo digo con toda certeza. Y entiendo que no lo podemos hacer de una manera tan agresiva a ese cambio porque hay países que tienen sustentada toda su economía en los sistemas productivos que son los principales motores de la generación del desequilibrio. Entonces ahí es donde empieza a ser muy importante la negociación.
La única salida que tenemos hoy es el cambio; es la desaceleración de esas economías. Tenemos que ser ingeniosos y ese ingenio tiene una enciclopedia, que son los saberes ancestrales en combinación con lo que hemos aprendido desde la ciencia. Esta cumbre ha intentado corregir la inclusividad, pero el gran ausente es la Academia y se requiere una voz de la ciencia en la toma de decisiones.
-¿Y qué aprendiste de los murciélagos al estudiarlos en medio de la noche, en plena selva?
-La tarea empieza con una pregunta que me gusta mucho y es: ¿Cómo un murciélago podía identificar dónde estaban sus recursos? O sea, sale a volar y ¿qué hace? ¿Para dónde va? ¿Tiene memoria? ¿Lo guía el olfato o el eco? Empecé a hacer este estudio en Perú. Por casualidades de la vida, me vi en la mitad de la selva peruana y dije: quiero poner acá redes de niebla para ver qué murciélagos hay arriba y que murciélagos hay abajo. Y había que trepar a la punta de los árboles y ya cuando terminabas, bajar y mirar los que estaban abajo. Esas redes los atrapan, pero son muy finas y los liberas.
En esa dinámica me di cuenta de cómo se movía la temperatura y la humedad dentro del bosque. Y entendí que esa es la gran pista que tienen los murciélagos para ubicar su comida. En un momento del día, se levanta un colchón de humedad en la selva y queda contenido en un lugar donde se da la inversión térmica, que es la neblina que todos conocemos. Los murciélagos lo saben, entonces vuelan por esa nube, donde quedan condensados todos los aromas de los frutos y saben dónde está su alimento. Mientras, los insectívoros aprovechan el gran movimiento de aire que se da en el horario vespertino, cuando hay una diferencia de temperatura muy grande. Eso se llama bioinformación, es el gran servicio ambiental que nos brinda la naturaleza.
Ese experimento lo hice en Perú, en Colombia, en Costa Rica y en Panamá, para ver si ocurría en diferentes tipos de bosques. Y en todos ocurrió. Pero el cambio climático entró a alterar esas relaciones y esas cosas finas, que se han tejido en negociaciones de millones de años, las estamos perdiendo. Y cuando rompes lo funcional, pierdes también las propiedades de autoregeneración del bosque y los beneficios directos de los servicios ecosistémicos. Perdemos los servicios de control de plagas, perdemos las pistas para que ellos puedan hacer ese trabajo, que hacen silenciosamente y gratis todas las noches. Perdemos la polinización, que es el segundo proceso más importante para el mantenimiento de la vida en el planeta después de la fotosíntesis. Es decir: sin polinización no hay vida. Y perdemos la dispersión de semillas, que si no se da, no tenemos regeneración de bosques.
Entonces, aquí (en la COP16) hablamos de dos metas: Una es recuperar la diversidad en un 30%, pero no lo vamos a lograr si no tenemos clara la visión de esos elementos. Dos: recuperar el 30% de lo que hemos perdido, pero si ves las complejidades que hay detrás de estos sistemas, entonces no es ir y sembrar millones de árboles. Esa es una meta muy noble, pero si no se hace bajo el entendimiento de lo que realmente estamos tratando de recuperar, es un dinero, un esfuerzo y una ilusión que estamos perdiendo. Lo que necesitamos recuperar el entendimiento de la complejidad.
Eso es algo muy importante, pero esta voz está un poco silenciada aquí. A mí me da un algo adentro cuando escucho muchas de las de las participaciones. Porque sí, queremos mantener las economías, pero las economías se van a ir al piso, porque el suelo está cambiando fuertemente y no hay sistema que pueda soportar los cambios que están ocurriendo. Además, la resistencia antimicrobiana que se genera por poner químicos en el suelo, está generando una relación que no sabemos para dónde va.
Lo que estamos viendo es la conjunción de varias crisis ambientales: la climática, la de la polución, la pérdida de los circuitos que conectan la maquinaria, que es la pérdida de la diversidad, y es a lo que hemos llamado la sexta extinción masiva.
-¿No te parece que hay una resistencia a hablar de ‘extinción’?
- Entiendo que nadie quiere sentirse culpable de eso. Pero hemos tenido cinco extinciones. La primera fue muy rara, explotó una supernova, pasaron 10 segundos de rayos gamma y borraron el 75% de la diversidad del planeta. Esa misma destrucción es la que hemos hecho los humanos y por eso hay gente que dice llámele a esto Antropoceno, porque el efecto que hemos dejado es muy significativo. Y me parece que estamos condenados a vivir un tiempo evolutivo muy breve en la historia de este planeta. Eso, como representante de esta especie, me duele, pero hemos perdido más del 75% de la biodiversidad.
¿Y dónde están las bacterias que perdimos, los hongos, los microorganismos que mueven los servicios de estructuración de los sistemas? Estamos perdiendo los servicios fundamentales de soporte, un gran paquete de servicios o contribuciones de la naturaleza que están subrepresentados en las discusiones, porque no todos los entendemos.
-¿Por qué hay tantos murciélagos que viven en ciudades? ¿Se vinieron a vivir ahí o ya estaban y les ocupamos su lugar?
-Nosotros nos metimos en el ambiente de los murciélagos y les copiamos el modo de vida. Entendimos que eso que sabían los murciélagos, que era un refugio fijo con una regulación de la temperatura, aislado de la intemperie, era un lugar donde nos podíamos aglutinar y protegernos. Eso se lo copiamos a los murciélagos, porque los primates no viven en ese ambiente. Entonces, el murciélago que está en la ciudad, no ve tu casa, ve una cueva con construida con los requerimientos que él aprendió a identificar en la naturaleza. Entonces, en los ambientes que todavía mantienen una interacción con la naturaleza, es muy probable que los murciélagos lleguen a establecerse.
Y esos murciélagos, incluso en ambientes de ciudad, son increíblemente importantes porque siguen cumpliendo sus funciones de control de plagas. Claro que no hay que ser ciegos y sí requieren de un manejo, de una vigilancia, por los saltos indeseados de información que puede haber. Pero también, si los ambientes donde ellos pueden encontrar sus refugios fuera de la luz, del ruido, que es lo que predomina en las ciudades, nos hacen ver a nosotros que los que están ahí no es que estén muy agrados, sino más bien forzados.
No todas las especies son capaces de establecerse en ciudades. Algunas son un poco más resilientes y a esos los llamamos ‘murciélagos urbanos’, pero no existe una cosa que se llame murciélago urbano, solo existen especies que nos aguantan a nosotros un poco más.
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