Cada vez se habla más de desarrollo sostenible. Hablan los países, las empresas y los científicos, y en ocasiones parece algo complejo y lejano. Sin embargo, la sostenibilidad está en el día a día y hay acciones mucho más cercanas que tienen que ver con vivir en armonía con el planeta y los demás seres que lo habitan. De eso se trata la permacultura.
“Somos una especie capaz de transformar lo que toca, pero eso tiene un sustento y no lo reconocemos. El sustento es que somos parte de un sistema vivo y hay algo más grande que nosotros. Ese ‘más grande’ se expresa en las plantas del balcón, en la lluvia que cae, en el que camina delante mío en la calle, en el perro que está comiéndose la basura y en la persona que más quiero en la vida. Se expresa en cómo me levanto, en qué pienso y siento, en cómo me lavo los dientes y cuánto contamino cuando lo hago, en cómo trato a los que viven conmigo. Se expresa en la manera de estar en la vida”.
Así piensa Ana Lucía Rapetti Rava, que se crió en Mercedes, hoy vive en las sierras de Rocha y siempre supo que quería “cuidar el monte”. Forma parte de Canto Rodado, un colectivo que habita la permacultura, “una cultura que hace todo para permanecer como parte del sistema vivo que integra”, dijo a El País. Se trata de un estilo de vida que promueve prácticas sostenibles, como la conexión con la naturaleza, la presencia con el otro y la economía circular, entre otros principios.
Otra mujer que integra el colectivo es Maia Ibi García, que vive en la costa de Rocha. “El término ‘permacultura’ significa ‘cultura permanente’ y refiere a acciones y herramientas que permiten permanecer en la naturaleza de forma sostenible”, explicó a El País. En general, se asocia a la agricultura orgánica y la bioconstrucción, y, si bien tiene que ver con eso, abarca más aspectos de la vida, como la educación, la salud, la espiritualidad y los vínculos. “Nos da un enfoque, una manera de mirar y accionar”, aseguró.
Es un enfoque, pero no una receta, matizó Irina Aldabe, integrante del colectivo Permacultura Popular. Ella se crió en Montevideo, conoció esa forma de vida a sus 30 años y hoy vive en el campo, en Maldonado. Fue “como encontrar unos lentes” que usa para diseñar cómo se integra al medio donde está, dijo. “Eso no es sinónimo de ruralidad ni significa vivir en la edad de piedra. Se puede ser próspero y estar a favor de la vida”, aseguró.
En esa línea, Lucía Battegazzore, del mismo colectivo, explicó que no todos viven de la misma forma, pero sí que siguen ciertos principios, como no contaminar y observar e imitar a la naturaleza.
El vínculo con el territorio y la naturaleza
Rapetti Rava se dedica a la docencia de diseño en permacultura —un modo de crear entornos humanos sostenibles basado en el cuidado de la tierra y la gente— y trabaja con plantas medicinales en una botica popular. También está vinculada a una propuesta de “diseño participativo” para llegar al territorio haciendo el menor daño posible; sobre todo, en el caso de las personas que migran de la ciudad al campo. Se trata de observar la naturaleza, comprenderla y minimizar nuestro impacto, gestionando los residuos, los efluentes y el calefaccionamiento, entre otros aspectos.
¿Cómo? “Identificando el sueño con el que la persona llega y viendo si se amalgama con el territorio o si hay algo que debe ser resignado para que el territorio cumpla su propio sueño”, dijo. “Eso de que los humanos podemos habitar cualquier parte de cualquier forma es una manera de mirar, pero no la única. Podemos mirar de otras maneras. Y eso es parte de lo que propone la permacultura; que el territorio hable, ya sea que vivamos en el campo o en una casa en la ciudad”, agregó.
Por su parte, García es consteladora familiar, da talleres de gestión del agua en el hogar y diseña terrenos y cultivos en base a las necesidades de las personas. Siempre está atenta al entorno: cómo está el Sol, cuándo lloverá, cómo está la Luna, qué precisa la compostera. En su casa tiene un baño seco —tipo de baño que no emplea agua, sino que utiliza la compostación y la desecación para degradar la materia fecal— y trata las aguas residuales de las piletas y la ducha con filtros biológicos para reutilizarla como agua de riego.
En cuanto a Aldabe y Battegazzore, la primera es productora rural y la segunda es artista plástica. Dan un curso inmersivo de permacultura que dura 10 días —conocido como PDC por sus siglas en inglés: Permaculture Design Course— y es el único de este estilo en Uruguay. “Es una forma de acercarnos, darnos ánimos y sentir que es posible”, señaló Aldabe.
Comida, consumo y comunidad
Un aspecto clave de la permacultura es cambiar la mirada respecto a lo que comemos. “Podemos pensar qué compone el plato, de dónde viene, quiénes lo produjeron, cómo lo hicieron, qué tanto se contaminó en el proceso. No es lo mismo, por ejemplo, un kilo de papas de Canelones que del norte de Chile; la huella ecológica es otra”, expresó Rapetti Rava e indicó dos principios básicos: comer local y de estación.
García contó que intenta cultivar lo más que puede en su jardín orgánico: lechugas, acelgas, coles, mostazas y mizunas en invierno, y tomates, morrones, berenjenas, zapallitos y zapallos en verano, entre otros. También tiene árboles frutales: higueras, membrillos, manzanos, durazneros, nísperos y pitangas.
Otra característica de la permacultura es el consumo consciente. Según García, es un estilo de vida más económico porque se compra menos y se usa menos agua y luz. Además, mencionó la arquitectura bioclimática, que es parte de la bioconstrucción e implica aprovechar las fuentes naturales —como el calor del Sol— para generar confort y requerir menos calefacción.
Para ella, la comunidad es fundamental: “Apoyarnos en lo cotidiano, con amigos y amigas, estar juntos, vivir más en común. Que haya redes de sostén; hacia allí quiero ir y es lo que debemos fortalecer como sociedad”.
En la misma línea, Aldabe expresó: “La idea es diseñar nuestros vínculos para que sean permanentes, armoniosos y saludables. Las relaciones tóxicas nos enferman y no son permaculturales por definición, porque no perpetúan la vida”. El desarrollo personal es igual de importante: “Puedo separar la basura, pero si no soy consciente de cómo manejo mis emociones, no llegaré muy lejos en esto de ser feliz”.
Primeros pasos en permacultura
“No es que la permacultura sea la única manera ni la mejor de hacer las cosas bien, pero a mí me sirve porque puedo practicar la coherencia con simplicidad”, afirmó Rapetti Rava. En cuanto a cómo conectar con este modo de vida, sugirió poner plantas en el balcón y relacionarse con ellas; hacerse preguntas sobre el origen de lo que uno come; vincularse con la gente de forma más personal; cuestionarse qué tanto uno consume y qué tanto necesita realmente; recurrir a la producción local, cultivar las amistades más profundamente y/o participar de algún proyecto social.
La permacultura permite ir “paso a paso, cambio a cambio”, sostuvo García; “tomar lo que nos hace sentir cómodos y ver hasta dónde podemos llegar”. En este sentido, dijo que no deja de ser una persona que habita la permacultura por hacer algo que no está del todo alineado con sus principios, como tomar una cerveza en lata. Y aplica en cualquier ámbito, incluso en la ciudad: “Va desde saber en qué Luna estamos ahora hasta comprar local o tener plantas en el balcón. Son prácticas simples que nos acercan a lugares más coherentes”.
Por último, Aldabe expresó: “Más que deseable, es necesario que nos pongamos estos lentes, que cambiemos la mirada, porque estamos en la cuenta regresiva en un montón de aspectos sociales y ambientales”.