Raúl Limón, El País de España
La digitalización deja huella, aunque sea invisible. Para fabricar una laptop común de dos kilogramos de peso se precisa casi una tonelada de materiales, unos 800 kilos. Detrás de la extracción de esos recursos, hay una huella aún más gigante. Un ejemplo: hacen falta dos millones de litros de agua para extraer 1.000 kilos de litio, el material básico de las actuales baterías. Y el uso de sistemas incrementa la lista de efectos colaterales. Solo la minería de criptomonedas aumentó su consumo de energía global aproximadamente 34 veces entre 2015 y 2023 y precisa anualmente 121 TWh de energía, la equivalente a la de un país como Argentina. El grupo de expertos de la ONU (UNCTAD) alerta de esta situación en su último informe sobre economía digital (Digital Economy Report 2024).
La estela que deja un avión es una pequeña muestra perceptible de la contaminación que genera el tráfico aéreo. Pero la digitalización no echa humo y sus efectos no son tan evidentes. Sin embargo, según el informe de la UNCTAD, “las emisiones de dióxido de carbono de las tecnologías de la información y la comunicación oscilan entre las 0,69 y las 1,6 gigatoneladas, entre el 1,5% y 3,2% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero”.
Si se guardara toda la información digital actual en discos compactos apilados, la torre llegaría más allá de la Luna (más de 384.400 kilómetros), según un estudio publicado en Science. Solo los centros de datos necesarios para vehicular, almacenar y procesar esta ingente cantidad de información global consumieron 460 TWh de electricidad en 2022 (casi el doble que el consumo de un país como España), una cifra que se espera se duplique para 2026.
A estos datos más básicos hay que añadir la extracción de minerales críticos, como el grafito, el litio y el cobalto, que se prevé que aumente un 500% en 25 años o los residuos físicos de la digitalización, que creció un 30% en la última década. De estos, son los países desarrollados los que generan 3,25 kilos de desechos por persona frente al resto de países, que tiran entre 0,21 y un kilo. De toda esta basura, no se recoge formalmente ni el 24%.
Una mina de oro en la basura
La razón de este crecimiento es la digitalización general de la vida, que ha obligado a cuadruplicar la fabricación de semiconductores (los chips que conforman los cerebros mecánicos); el empuje de dispositivos en todos los ámbitos, que superarán los 39.000 millones en cinco años; y el comercio electrónico, con 27.000 millones en ventas hace dos años en solo 43 países.
Esta realidad, según António Guterres, secretario general de Naciones Unidas en relación con el Informe sobre la Economía Digital 2024, “destaca el impacto medioambiental directo de nuestra mayor dependencia de las herramientas digitales, desde el agotamiento de las materias primas, el uso del agua y la energía, la calidad del aire, la contaminación y la generación de residuos. Este [el perjuicio ecológico] se ve acentuado por tecnologías emergentes como la inteligencia artificial y el Internet de las cosas”.
Rebeca Grynspan, máxima responsable de la UNCTAD (la división tecnológica de la ONU), coincide: “La economía digital, a menudo elogiada por su naturaleza virtual e intangible, ha creado la ilusión de un mundo libre de residuos materiales. Sin embargo, este Informe revela con crudeza la falacia de esta percepción”.
No obstante, admite que existe un lado optimista en relación con el mundo informático. “A pesar de estos desafíos [el impacto en el planeta], la digitalización también tiene un inmenso potencial para el bien ambiental. Las tecnologías digitales pueden impulsar la eficiencia energética, optimizar el uso de los recursos y permitir soluciones innovadoras para la mitigación y adaptación al cambio climático”.
“Debemos aprovechar el poder de la digitalización para avanzar en un desarrollo inclusivo y sostenible, mientras mitigamos sus impactos ambientales negativos. Esto requiere un cambio hacia una economía digital circular, caracterizada por un consumo y producción responsables, el uso de energía renovable y una gestión integral de los residuos electrónicos. El creciente impacto ambiental de la economía digital puede revertirse”, afirma Grynspan.
Devoradoras de agua
El informe de Naciones subraya que, aunque la digitalización impulsa el crecimiento económico mundial y ofrece realmente oportunidades únicas pocas veces vistas, para los países en desarrollo hay repercusiones ambientales que son cada vez más serias y cada vez más graves”, resume Pablo Gámez Cersosimo, costarricense asentado en Países Bajos, desde donde es el máximo responsable de Naturally Digital, una organización especializada en sostenibilidad, comportamiento humano, ética y bienestar digital.
Gámez, autor de Depredadores digitales (Círculo Rojo, 2021), ha participado como investigador y consultor para la UNCTAD y resalta que el estudio identifica cómo, además de la huella de carbono, la digitalización está causando un problema hídrico, que considera uno de los problemas más complejos y problemáticos”.
“Me atrevería a asegurar que la suma total del agua que consumen todos los agentes involucrados en el funcionamiento de la rueda digital, por así llamarla, podría igualar o ser superior a la de la industria química o textil en el mundo”, afirma.
El agua está presente en todas las fases del ciclo de digitalización: para la fabricación de dispositivos, para el funcionamiento de centro de datos, para mantener activa la inteligencia artificial o para la creación de semiconductores.
Gámez detalla que “el consumo por persona y año de agua previsto en Europa pasará de los 0,29 metros cúbicos a 1,2 en 2030″, el cuádruple. “Esto quiere decir que cualquier europeo van a usar aproximadamente tres litros de agua por día para actividades en internet y esto supera la cantidad necesaria habitual”, incide.
El investigador lamenta la opacidad de las empresas tecnológicas en este ámbito, algo que impide la fiscalización, control, seguimiento y aplicación de medidas correctoras. “El ciberespacio tiene un límite respecto a los recursos naturales del planeta; es completamente dependiente de la minería, de toda la tabla periódica. Las grandes multinacionales lo saben, pero no están actuando lo suficiente para corregirlo, a pesar de que soluciones desde el punto de vista de madurez tecnológica”, asegura. Y añade: “Estas grandes corporaciones tecnológicas están lucrándose, están monetizando el antropoceno [época geológica marcada por el impacto global que las actividades humanas]”.
“El ciberespacio es literalmente la mayor infraestructura creada por el ser humano y no termina de crecer”, concluye.
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