Una coalición de botánicos trabaja en megaproyecto que reunirá a toda la flora uruguaya para 2030

Los expertos buscan proteger colecciones botánicas que tienen gran valor para el desarrollo sostenible; el proyecto requiere una inversión de tres millones de dólares.

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Ejemplar de herbario Facultad Agronomía.jpg
Ejemplar de herbario de una colección de la Facultad de Agronomía.
Foto: Cortesía Mauricio Bonifacino.

“Uruguay es uno de los pocos países de la región que aún no cuenta con una flora reciente publicada”, resaltó el doctor en Ciencias Naturales Mauricio Bonifacino en diálogo con El País. Esto significa que no existe un tratado que reúna y sistematice toda la información sobre las especies de plantas presentes en el territorio. A lo largo de la historia, decenas de botánicos han trabajado para revertir esta situación, pero es difícil hacerlo sin financiación suficiente y, sobre todo, con colecciones botánicas (también llamadas herbarios), en condiciones de preservación muy precarias.

Bonifacino integra un grupo de expertos con un objetivo ambicioso: actualizar la flora uruguaya para el año 2030 y hacerla pública. El proyecto se llama ‘Flora Uruguaya 2030’ y busca crear un portal web donde se presente de forma libre y gratuita la información disponible para las más de 3.000 especies de plantas que viven en Uruguay. También plantean la construcción de un edificio específicamente para salvaguardar las colecciones botánicas, lo que implicaría una inversión de tres millones de dólares.

En esta entrevista con El País contó acerca de esta propuesta y la necesidad de crear una nueva infraestructura para salvaguardar los herbarios que resultan de más de un siglo de investigaciones.

— ¿De qué se trata el proyecto Flora Uruguaya 2030?
— Muchas veces, cuando hablamos de flora o decimos que debemos ‘preservar la flora’ nos referimos al conjunto de plantas que hay en determinado lugar. Sin embargo, la palabra ‘flora’ también hace referencia al tratado que da cuenta de todas esas plantas. Es decir, a una lista que incluye los nombres científicos de las especies —y toda la información que eso conlleva (quién publicó ese nombre, cuándo, en qué revista científica, etcétera)—, descripciones morfológicas —que indican cómo reconocer esas plantas en la naturaleza—, ilustraciones, datos de la distribución geográfica y de la historia natural, nombres comunes y usos, entre otros. Entonces, el objetivo central de este proyecto es que lo que llamamos ‘Flora uruguaya’ esté disponible para el año 2030. Pero, ¿qué es lo que valida toda esa información? Las colecciones botánicas. Tanto acá como en cualquier parte del mundo, para decir que una especie está presente, hay que citar al menos una muestra que haya sido colectada en el lugar del que trata la flora y que esté depositada en una colección botánica.

— ¿Qué es una colección botánica?
— Es un conjunto de muestras de plantas prensadas, secas y montadas —decenas, a veces cientos de cada especie— colectadas por botánicos a lo largo de la historia y preservadas de modo tal que podamos acceder a una cantidad infinitamente mayor de plantas que las que podríamos acceder si solo dependiéramos de nuestra observación directa. Cuando estudio muestras de una colección —también llamada ‘herbario’—, estoy mirando ejemplares colectados por nuestro equipo y generaciones de botánicos que nos precedieron. Si salgo al campo, puedo ver, por ejemplo, una, dos o tres carquejas, pero el herbario me permite analizar una cantidad enorme de muestras de carquejas de distintos departamentos y épocas.

En este sentido, las colecciones botánicas son, por un lado, las que tienen la información a partir de la cual se elabora la flora y, por otro lado, las que posibilitan que las demás personas puedan validar la información presentada en dicha flora. Por eso son tan importantes. Además, permiten realizar estudios posteriores sobre las especies que representan e incluso es posible extraer ADN de muestras con más de 100 años de antigüedad para análisis genéticos.

Mauricio Bonifacino, Eduardo Marchesi y Ary Mailhos
De izquierda a derecha: Mauricio Bonifacino, Eduardo Marchesi y Ary Mailhos, parte del equipo de Flora Uruguaya 2030.
Foto: Cortesía Mauricio Bonifacino.

— ¿Qué valor tiene la flora y las colecciones botánicas para la conservación y el cuidado del ambiente?
— Imaginemos la siguiente situación. Una persona se muda y no tiene claro dónde poner sus cosas, así que deja todo en cajas desperdigadas por la casa y sale. Al regresar, hay un incendio. Los bomberos le dicen: ‘Solo podemos sacar cinco cajas’. Pero esta persona no tiene claro qué tiene ni dónde. En cambio, si tuviera su casa ordenada y supiera dónde está lo más valioso, podría rescatarlo. No es una metáfora muy feliz, pero nos ayuda a entender cómo se vincula lo que venimos hablando con el desarrollo sostenible.

Desde un punto de vista antropocéntrico, hay muchas razones por las que querríamos conservar ciertos espacios naturales. Por ejemplo, si sabemos que en determinada área hay parientes de la papa silvestre, sería de nuestro interés protegerla porque esas plantas contienen genes que podrían utilizarse para mejorar genéticamente los cultivos de papa. Lo mismo sucede en zonas donde hay especies de interés medicinal. Hay casos más intangibles que tienen que ver con plantas que son el hogar de insectos polinizadores de nuestros cultivos frutales o que combaten plagas que atacan a los cultivos. También está el tema de los efectos que tiene la vegetación natural en la regulación del ciclo del agua y el control de la erosión. E incluso si en este momento no sabemos para qué puede ser útil cierto organismo, eso no significa que no esté jugando un rol clave o que no pueda servirnos más adelante, así que es importante tomar los recaudos necesarios para conservar la mayor parte de diversidad genética posible.

Entonces, preservar las colecciones botánicas y elaborar una flora uruguaya no solo es cuestión de orgullo, sino de interés estratégico y soberanía nacional. Los uruguayos debemos tener claro qué tenemos en materia de diversidad vegetal porque recién ahí es que podremos tomar decisiones informadas y serias sobre si vale la pena o no conservar determinado lugar. De lo contrario, ¿con qué criterio decimos: ‘Sí, acá se puede hacer una plantación de eucaliptos’? Quizás estamos tomando en cuenta una visión muy cortoplacista del beneficio económico que tendremos de la producción de pulpa en 12 años, cuando puede ser que en ese lugar tengamos una población de plantas con una diversidad genética impresionante que en el futuro puedan servirnos aún más.

Aún hay mucho por descubrir. La naturaleza es un mecanismo complejo, con una cantidad de partes que interactúan entre sí, y apenas estamos empezando a entender cómo es que esas partes están conectadas. Debemos tratar de conservar la mayor diversidad posible y tener la casa ordenada para que, cuando vengan los bomberos, podamos decir: ‘Salven esto, esto y esto’ o ‘Tiren agua en este sector’.

— ¿Qué tanto sabemos acerca de la diversidad de plantas que hay en el país?
— El registro más temprano que existe en formato de catálogo lo hizo una persona llamada Ernest Gilbert en 1873. Después, hubo otros botánicos que contribuyeron; algunos estudiaban grupos específicos y otros todas las plantas de determinada región. Estos aportes varían en qué tan detallados son, si tienen o no imágenes, y lo cierto es que en la actualidad tenemos un conocimiento bastante aproximado de las plantas que hay en Uruguay, pero no existe un tratado que cubra toda esa diversidad vegetal. Hay un trabajo más reciente —de principios de siglo— acerca de leguminosas y hay otro del 2019 en el que Uruguay participó junto a otros países de la región para hacer un catálogo de plantas del cono Sur. Pero la última flora nacional con nombres, descripciones e ilustraciones data de principios del siglo XX, a cargo de un español radicado en Uruguay, José Arechavaleta.

— Entonces, ¿estamos mal?
— Uruguay es uno de los pocos países de la región que no tiene una flora reciente publicada. El proyecto Flora Uruguaya 2030 viene de hace décadas; tradicionalmente ha estado vinculado a la Facultad de Agronomía y al Jardín Botánico de Montevideo, pero también hemos tenido aportes de la Facultad de Química y Facultad de Ciencias, y de otros países. El tema es que avanza a partir del impulso de los investigadores. Por ejemplo, el último tratado sobre las especies de pastos fue hecho hace más de 50 años por el ingeniero Bernardo Rosengurtt y colaboradores… Estamos hablando de la familia más importante en términos ecológicos, es decir, lo que más se ve en los campos del Uruguay, y está en necesidad urgente de revisión por la importancia de este ambiente, las nuevas especies que se han citado y la pérdida de superficie de campo natural por el desarrollo de otras actividades.

Grazielia brevipetiolata
Grazielia brevipetiolata, especie endémica de Uruguay.
Foto: Cortesía Mauricio Bonifacino.

— ¿Cree que es posible que el proyecto cumpla su meta de estar terminado en 2030?
— Sí. No estamos partiendo de cero; contamos con los aportes que han ido haciendo los especialistas y sobre todo con un manuscrito en el que ha estado trabajando el profesor Eduardo Marchesi durante toda su vida, donde ha acumulado una enorme cantidad de información. Se ha formado una suerte de coalición de botánicos que trabajamos de manera mancomunada para llevar adelante este proyecto.

Tradicionalmente, la solución para este tipo de trabajos era publicar una serie de libros, pero nuestro objetivo es diseñar un portal online y aprovechar los múltiples usos y beneficios de tener un sistema de información que permita hacer cualquier tipo de consulta y análisis. Este portal será de acceso libre y no solo incluirá los datos de las plantas, sino también de las colecciones en las cuales se basa la información presentada. Tenemos alrededor de 3000 especies en Uruguay —entre las nativas y las de otras regiones, pero que se han ‘naturalizado’, como los pinos, que no son originarios de acá, pero crecen de forma prolífica— y nuestra idea es que para el año 2030 tengamos imágenes y datos descriptivos de todas o la mayoría de ellas.

— ¿Qué apoyos necesitan para terminar el proyecto?
— El apoyo principal que requerimos tiene que ver con salvaguardar las colecciones botánicas y posibilitar su desarrollo. Esto implica construir un edificio con el espacio suficiente y las condiciones climáticas adecuadas para conservar las colecciones actuales y permitir la incorporación de nuevos registros. En Uruguay hay cinco colecciones: las dos más importantes, en términos de cantidad de ejemplares, son la del Museo de Historia Natural y la de la Facultad de Agronomía. Después, están la del Jardín Botánico, la de la Facultad de Química y la de la Facultad de Ciencias. En total, hay alrededor de 250 mil muestras. Las muestras sobreviven porque fueron descontaminadas con bicloruro de mercurio, pero, al tratarse de una sustancia cancerígena, hace años que se ha dejado de usar. Hoy, las muestras se descontaminan sometiéndolas a temperaturas de -18° y luego se mantienen en habitaciones con temperatura y humedad controlada, y con una infraestructura que impida el ingreso de plagas. Pero no existe ninguna colección en Uruguay que preserve sus muestras de esta forma. Y si uno deja una muestra sin las condiciones adecuadas, en un mes y medio estará comida por insectos.

Panorámica Sierra de las Ánimas, hotspot de diversidad.jpg
Vista panorámica de Sierra de las Ánimas, un hotspot de diversidad.
Foto: Cortesía Mauricio Bonifacino.

— ¿Y cómo no ha pasado eso aún con las colecciones que tenemos?
— Las muestras más antiguas, preservadas con bicloruro de mercurio, tienen más resistencia al ataque de plagas, pero, en el caso de las nuevas, la única forma que tenemos de conservarlas implica que queden prácticamente inaccesibles para su estudio. Tenemos que colocarlas aun sin montar en bolsas de nylon, sellarlas y guardarlas en tapers gigantes, lo cual dificulta de sobremanera el acceso.

Entonces, vinculado al proyecto Flora Uruguaya 2030, está el objetivo de unificar a todos o la mayoría de los herbarios en un lugar que cumpla con los estándares internacionales para la preservación de estas muestras y que nos permita estudiarlas. Y en términos de lo que son las grandes inversiones del Estado, representa una inversión estratégica para el futuro del conocimiento botánico en Uruguay. Necesitamos cerca de tres millones de dólares para hacer un edificio que albergue la mayoría de las muestras —lo mismo que cuesta construir dos kilómetros de ruta— y que serviría para trabajar por al menos 100 años y llevar la botánica al siguiente nivel. Las autoridades son conscientes de la relevancia de esto; ya se iniciaron conversaciones en la administración anterior y nuestra intención es retomarlas en este nuevo período. El fuego sigue prendido y el compromiso continúa vigente: necesitamos conocer qué conservar y dónde y para esto las colecciones son un factor clave.

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