Más de 3.500 muestras de semillas uruguayas aguardan bajo una montaña en el Polo Norte. No están solas: hay de Corea del Norte, Estados Unidos, Ucrania y otros cientos de países que eligieron respaldar su acervo fitogenético en la Bóveda Global de Semillas de Svalbard, en Noruega. Este lugar —también conocido como La Bóveda del Fin del Mundo— preserva la diversidad de semillas de cultivo del planeta y funciona como copia de seguridad en caso de que alguna catástrofe amenace la agricultura de alguna zona geográfica o del mundo entero.
En setiembre de 2023, el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) hizo el segundo envío de semillas uruguayas a través de La Estanzuela, uno de sus bancos de germoplasma. Esto significa que, en caso de ocurrir un evento indeseado, el país tendrá un respaldo al otro lado del mundo aguardando a ser retirado. El ingeniero agrónomo Federico Condón, curador de La Estanzuela, habló acerca de este proyecto y lo que se espera para el futuro.
“Un banco de germoplasma puede guardar semillas —que es lo más común—, pero también plantas conservadas como cultivo de tejido in vitro, semillas u otras partes congeladas en nitrógeno e incluso plantas vivas. En La Estanzuela se mantienen semillas que se secan a muy baja humedad y se congelan, lo que permite mantener muestras vivas por 40 a 50 años”, explicó en diálogo con El País.
— ¿Por qué es importante contar con bancos de germoplasma?
— Muchos de los cultivos que se hacen en Uruguay no son originarios de nuestra región. La soja, por ejemplo, es proveniente de China, y el trigo de Medio Oriente. Entonces, cuando requerimos diversidad genética para hacer un mejoramiento y obtener nuevos cultivares, tenemos que traerlos de afuera. Y elegimos conservarlos en un banco de germoplasma por si se necesitan nuevamente. De esta forma, si bien siempre existe un grado de dependencia de proveedores externos, hay un tema de tiempos y logística de importación e incluso cuestiones fitosanitarias (enfermedades que se mueven con las semillas) que hacen que, si logramos mantener la planta viva dentro del país, todo sea mucho más fácil.
— ¿Cómo impacta el cambio climático en la importancia de tener un backup de semillas?
— Se vuelve aún más importante. Los expertos muestran que con el cambio climático aumentará la frecuencia de los eventos climáticos extremos y empezarán a darse años atípicos; por ejemplo, inviernos sin frío seguidos de inviernos extremadamente fríos. Las plantas monitorean continuamente el clima para decidir en qué momento florecer y cuándo producir la fruta. De hecho, hubo casos de inviernos relativamente calientes en el país, en los que frutales como la pera, la manzana y otros de hoja caduca no llegaron a detectar que pasó esa estación, florecieron tarde y dieron poca fruta.
Además, con el cambio climático aparecen nuevas enfermedades, insectos y hongos que antes se mantenían en ambientes más tropicales y de a poco entran dentro del área de influencia de nuestro país. Por lo tanto, es necesario acceder a nueva diversidad genética que florece sin que haga frío o que resiste nuevas enfermedades. Y el banco de germoplasma es uno de los lugares donde los programas de mejoramiento obtienen esa diversidad.
— ¿Cuántas muestras de semillas hay hoy en La Estanzuela y cómo eligen cuáles guardan?
— En este momento tenemos alrededor de 21.500 muestras de semillas y se eligen en función de las actividades que hace el área de Mejoramiento genético y biotecnología vegetal del INIA. Hay un programa de mejoramiento de trigo, de cebada, de arroz, etcétera, y de acuerdo a sus tareas es que se conservan materiales que ingresan desde el exterior y también sus propios productos, es decir, el material generado a partir de sus investigaciones.
También se obtienen muestras por colectas. Nuestro campo natural es uno de los lugares donde hay una gran diversidad, sobre todo de pastos, que son fuente de alimento para el ganado. Es un bioma muy resiliente que logra recuperarse después de sequías y de exceso de agua. Y es una fuente natural de alimento para el ganado que, en algunos casos, puede verse afectada por la expansión del área agrícola. El INIA ha recolectado especies de campo natural en unidades de suelo que han sido ocupadas en gran porcentaje por cultivos extensivos como la soja y el trigo. Estas colectas son eventos que se dan cada cuatro o cinco años; de hecho, ahora estamos empezando un plan estratégico que nos llevará a colectar el año que viene y el siguiente.
— ¿Por qué algunas especies se guardan como semillas y otras como plantas vivas?
— Las semillas de las plantas pueden ser ortodoxas o recalcitrantes. Las del primer tipo son de un origen geográfico de latitud media, muchas veces con inviernos fríos, como es el caso de Uruguay, y suelen ser relativamente chicas y compactas y con bajo contenido de aceite y agua. Esas semillas normalmente toleran ser secadas y congeladas. En cuanto a las del segundo tipo, son de origen más tropical, normalmente contienen más cantidad de agua y aceite —por ejemplo, la semilla del cocotero—, y no pueden ser conservadas en un banco de germoplasma por frío. Ahí hay que mantener la planta viva, como sucede, por ejemplo, con las naranjas, los limones y las tangerinas.
— Además del mejoramiento genético, ¿para qué se usan las semillas que guardan?
— Para conocerlas. Las plantas son diversas; incluso dentro de una misma especie no son todas iguales. Es como la variación que hay en los humanos en cuanto al color de ojos o de pelo. Entonces, una parte importante es conocer la diferencia entre ellas y saber cómo se adaptan al lugar donde viven. No es lo mismo una planta que está adaptada a vivir en un suelo del Este del país —que tiene problemas de drenaje, pero que nunca le falta el agua—, a una planta que vive en el basalto con suelos de 15 a 20 centímetros y problemas de exceso y de falta de agua, porque cuando llega la sequía es el primer ambiente donde pega. Puede ser la misma especie, pero genéticamente la naturaleza ha llevado a cada población a ser distinta para adaptarse al lugar donde vive. Comprender esa diversidad nos ayuda a elegir la mejor planta para determinado ambiente y, por ejemplo, reconstruir un campo natural.
— En 2022 hicieron el primer envío a la Bóveda Global de Semillas de Svalbard. ¿Por qué era importante hacer eso?
— Toda actividad humana implica factores de riesgo. Uno puede trabajar en una computadora porque es mucho más rápido y práctico en un montón de aspectos, pero si el disco duro se rompe, pierde toda la información que hay en él. Algo parecido sucede con las semillas. Si las concentramos en un único banco, aumenta el riesgo de perderlas, ya sea por un evento fortuito, un accidente o un incendio. Es necesario generar copias y guardarlas en lugares seguros. Y la bóveda de Noruega es uno de los lugares más seguros donde se pueden duplicar colecciones y hacer copias de seguridad.
— ¿El hecho de que hayan hecho el primer envío en 2022 tuvo algo que ver con la sequía que sufrió el país?
— No lo creo, sinceramente. Trabajamos en un sistema que tiene un presupuesto suficiente, pero no excesivo, entonces debemos establecer prioridades. Respaldar semillas es algo que estaba hace tiempo dentro de nuestra lista de actividades y en 2022 se dieron las circunstancias que nos permitieron cumplir con ello; en parte, porque hubo cooperación internacional para financiar la actividad.
— ¿Siguieron haciendo envíos?
— Sí. Se han hecho dos en total y tenemos alrededor de 3.500 muestras respaldadas en Noruega, es decir, un 16% de las 21.500 que hay acá en Uruguay. Nos planteamos el objetivo de duplicar esa cantidad y llegar aproximadamente a un 35% del total, eligiendo las muestras de semillas de origen uruguayo, es decir, aquellas que sean colectadas en nuestro territorio o que sean producto de nuestros programas de mejoramiento. También priorizamos aquellas que son difíciles de obtener y que tienen valor agregado para nosotros. En 2024 no se hizo un despacho, pero probablemente hagamos uno entre febrero y junio del 2025. La idea es entrar en un ritmo relativamente constante, año de por medio.
— ¿En qué casos Uruguay tendría que recurrir a la bóveda de Noruega?
— Esperamos nunca tener que recurrir a ella. La bóveda ha respondido a situaciones extremas; por ejemplo, cuando el banco de germoplasma del Centro Internacional de Investigación Agrícola en las Zonas Secas (Icarda), con base en Siria, quedó en el frente de batalla durante la Primavera Árabe, fue bombardeado y perdió todo. Ellos tenían respaldo de sus colecciones en Noruega y en México, así que obtuvieron nuevamente las semillas y se instalaron en otra zona geográfica para seguir trabajando. Pero lo cierto es que no se necesita una guerra ni un terremoto para que se dé la eventualidad de la pérdida de un edificio o de una colección de semillas y más vale estar precavidos, que lamentar algo que después no puede ser reemplazado.
— ¿Qué es lo que hace que la bóveda de Noruega sea uno de los lugares más seguros del mundo para conservar las semillas?
— Primero, que no depende de la energía eléctrica. Es un túnel que entra en la base de una montaña al norte del círculo polar. Fue la primera vez que salió una caja de La Estanzuela con una etiqueta que decía ‘Polo Norte’, es decir, está en un lugar donde la temperatura naturalmente está debajo de cero. Es tan inhóspito que abren la puerta del banco solamente tres veces al año para depositar y retirar semillas, en caso de que sea necesario. Luego, se controla por circuitos de televisión. No hay personas allí porque está literalmente en el medio de la nada.
— ¿Tiene un costo para los países?
— Hemos recibido ayuda económica para multiplicar las semillas y obtener muestras frescas, recién cosechadas, que sobrevivan el periodo más largo posible. Pero en cuanto a la bóveda no, no hemos tenido que pagar nada. Noruega lo hace como un servicio a la humanidad en el sentido de dar un respaldo al cual todos los países pueden acceder de forma igualitaria. No dicen que no a nadie y muestran fotos donde hay cajas de semillas de Corea del Norte junto a otras con la bandera de Estados Unidos. Es un lugar donde todos somos iguales, donde todas las semillas son iguales, sin importar de dónde fueron.