La Nación / GDA
Cuando Julia Hill trepó los 60 metros que la separaban del suelo, pudo contemplar una postal inigualable del bosque, logró captar el aroma fresco de la flora, oír por unos instantes los sonidos tan particulares de la naturaleza y sentir la humedad propia de esa zona de California. Cuando miró hacia abajo, se paralizó por el vértigo y la única manera de esquivar ese miedo fue concentrarse en un punto fijo del árbol al que se había subido con una finalidad superadora y novedosa.
Intentando no perder el equilibrio, la joven de 25 años se enfrentaba al primero de los cuantiosos obstáculos que le esperaban en su estadía de 738 días, en la parte más alta de una secuoya milenaria que pretendía defender de la tala masiva de una compañía maderera que, en ese entonces, era una de las más importantes de Humboldt.
Julia Lorraine Hill llegó hasta la copa de la secuoya impulsada por su ferviente conciencia ambiental y por el avasallante avance de la empresa que pretendía talar este ejemplar de 1500 años. Ante la inminente decisión comercial, Hill se propuso salvar a este árbol con una demostración de perseverancia pocas veces vista.
Los fotógrafos y camarógrafos de los grandes medios de comunicación rodearon la base de la secuoya en la mañana de 10 de diciembre de 1997, cuando Hill, también conocida como Butterfly Hill, su apodo desde niña, subió hasta la parte más alta del árbol para establecer una pequeña plataforma en la que, se estimaba, permanecería por dos semanas. Los más optimistas decían que podía extenderse hasta un mes.
Entumecimiento, niebla y miedo a morir: cómo sobrevivió Julia Hill los 738 días en una secuoya
Ningún pronóstico indicaba que la joven podía estar a 60 metros de altura y con las inclemencias del tiempo durante dos años ininterrumpidos. Ni la propia joven pensó, entonces, una estadía tan prolongada. Se subió con la idea de permanecer en la cima del árbol un par de semanas, y una vez que el ojo público, con los días, dejó de posarse en esta curiosa forma de protesta, Hill debió sortear diversas dificultades propias de la vida a la intemperie, en un escenario de esa magnitud.
Los días de Hill en la secuoya transitaban con algunas curiosidades: descansaba en una bolsa de dormir, le subían alimentos a través de un balde, y se comunicaba a través de un teléfono celular que se cargaba con energía solar. Además, tenía un pequeño hornillo, un balde con una bolsa hermética para hacer sus necesidades y una esponja con la que recogía el agua de lluvia o nieve para asearse.
Las tormentas fuertes, el frío extremo y la nieve calaron en su cuerpo que, en más de una ocasión, sufrió entumecimiento y extremidades congeladas, que tardaron días en volver a la normalidad. Más de una vez, las ráfagas de viento superaban los 100 kilómetros por hora, y esa violencia le rompió parte de la cobertura de su plataforma de tan solo dos metros por uno, para la que uso una lona a modo de paredes y techo.
“Había mucha humedad y frío. Aun con la lona de plástico que me servía de techo y paredes, hasta la niebla penetraba y la lluvia encontraba pequeños agujeros por donde gotear desde las ramas a la plataforma”, supo relatar Hill a la BBC. Sobre su experiencia, también contó: “Soportar el peor invierno registrado en la historia, a 18 pisos de altura, en una pequeña plataforma en el cielo, me desafió en todos los aspectos. Mi deseo de sentir calor y secarme, el miedo a morir... Fui llevada al borde de todos los posibles temores que tenía. Y fue a través de esa experiencia que evolucioné como un ser humano”.
El invierno era lo más duro, porque granizaba y había viento. “Las tormentas eran tan estruendosas y tenía tanto frío que no conseguía dormir y empecé a derrumbarme. Sabía que iba a morir si continuaba allí”, llegó a recordar Hill. Sin embargo, su determinación era más fuerte: quería salvar a la secuoya.
Incluso, dos años después de descender, la joven brindó una entrevista a La Vanguardia, en la que llegó a admitir: “La Pacific Lumber comenzó a talar árboles a mi alrededor. Aparecieron helicópteros, quemaron los bosques durante seis días, el humo destrozó mis ojos y mi garganta, y me llené de ampollas. Montaban guardia día y noche para que no me suministraran comida. Terminé amargada, chillando, dando golpes y al borde de la locura”.
Fueron muchos días en los que las circunstancias adversas se alternaban con momentos únicos, como aquella mañana en la que Hill se despertó con tanta niebla que, a medida que podía hacer foco en algún punto cercano, se iban notando tonalidades naranjas, doradas, amarillas, verdes y lo definió como haberse despertado en un arco iris.
La familiaridad entre la secuoya y Julia Hill, hizo que al árbol/hogar en el que pasaba días y noches fuera bautizado como Luna, y conocido mundialmente con ese nombre, a través del libro que, posteriormente, se publicó y se convirtió en best seller.
Esta manifestación inusual y la permanencia por tanto tiempo en la cima de un árbol, generó un debate nacional sobre la conservación de los bosques y la responsabilidad de las empresas que, en esos años, hacían uso de los recursos naturales sin escrúpulos ni controles estatales.
Un éxito agridulce: del rescate del árbol milenario a la vandalización de su tronco
El llamado tree sitting, ocupación de los árboles, es un movimiento que se originó en la década del 70 en California, y tiene como principal objetivo la concientización ambiental y proteger a los ejemplares como resultado de la tala indiscriminada.
La protesta de Julia Hill terminó el 18 de diciembre de 1999 cuando se llegó a una negociación entre los activistas y la empresa maderera Pacific Lumber Company, en la que se acordó el pago de US$50.000 a la compañía para rescatar al árbol y proteger un área circundante de 12.000 metros cuadrados.
Julia Hill bajó del árbol luego de 738 días
Previamente a la protesta de Hill, en los años 50, los aserraderos procesaban más de dos millones de metros cúbicos de madera al año, nivel que se mantuvo hasta mediados de los años 70. Los efectos de esta industria provocaron serios cambios en la flora, pero también un significativo impacto en los bosques de secuoya, por la escasez y migración de numerosas especies de animales.
Pese a este contundente logro, Luna, al año siguiente del descenso de Hill, fue vandalizada y el tronco fue cortado con una sierra, con una profundidad de casi un metro. Sin embargo, el daño pudo detenerse gracias al trabajo de especialistas que pudieron estabilizar a la secuoya, que sigue en pie en el bosque californiano.
La hazaña de Hill fue tal, que hasta Los Simpson, en su temporada 12, decidieron homenajearla con un capítulo donde se narran los particulares días de una niña en la cima de una secuoya.
Casi tres décadas después, los reclamos persisten
De aquella experiencia, Julia Hill escribió: El legado de Luna: la historia de un árbol, una mujer y la lucha para salvar los secuoyas. Allí dejó un contundente mensaje a favor del medio ambiente, y actualmente sigue comprometida con todas las políticas destinadas a aminorar los efectos del cambio climático.
En un video reciente, publicado en YouTube, se puede ver a Hill hablando sobre la deforestación y el concepto de cuidado del ambiente para las generaciones que ni siquiera llegará a conocer la población actual.
“Considerando que la tala y la quema de nuestros bosques es la causa principal de la crisis climática. Entonces, ¿cuál sería la solución? No talar ni quemar nuestros bosques, eso sería simple. Lamentablemente, hoy tenemos sistemas que dan valor a talar y quemar bosques, solo vemos el bosque como un producto. Los científicos llevan décadas diciéndonos que debemos frenar la deforestación para mitigar la crisis climática. Si queremos que nuestros hijos hereden un planeta en el que puedan vivir y respirar, debemos proteger los últimos bosques primarios que contienen tanto de lo que necesitamos para sobrevivir y prosperar”, remarca Hill sobre este problema que se va agravando con los años.
Según los datos del sitio Global Forest Watch, en 2010, Humboldt tenía 716 kilo hectáreas (unidad de medida que equivale a 1000 hectáreas) de bosque natural, que se extendía por el 83% de su superficie terrestre; y en 2023, perdió 5,54 kilo hectáreas de bosque natural.
Ante este panorama en el que la deforestación no se detiene, Hill continúa con su lucha: “Los árboles son los pulmones de nuestro planeta, son nuestros propios pulmones. Estabilizan el clima, no solo para nosotros, sino para generaciones futuras. Estos árboles han vivido 2000 o 3000 años, debemos reconocer que somos los antepasados del futuro. Debemos pensar cómo vivir de forma que impacte en generaciones que nunca conoceremos, porque nuestras decisiones hoy elevarán sus vidas, o ayudarán a destruirlas”.