Al hacer el recorrido que propone Fantasías africanas, la retrospectiva de Carlos Páez Vilaró que se inauguró ayer en el Museo Nacional de Artes Visuales, una sensación puede ser la de sorpresa. Tan acostumbrados estamos a lo que debe ser una obra de Paéz Vilaró que todo lo que hizo por fuera de ese prejuicio se ve tan novedoso, tan de otro. Ningún artista uruguayo fue tan popular como él y sin embargo por momentos se nos presenta extraño.
“Carlos fue un artista extremadamente popular fuera de las artes visuales”, dice el curador de la muestra, Manuel Neves. “Y al mismo tiempo ha quedado preso de ciertos estereotipos: Casapueblo, Punta Ballena, la frivolidad del verano, la farándula argentina. Él construyó todo eso”.
Así, él y su obra se volvieron una suerte de marca país. Neves está más o menos de acuerdo con eso, pero cree que esa idea de la identidad uruguaya, en alguna forma, lo terminó limitando.
“Casapueblo se convirtió en un emblema del Uruguay y fue como una prisión porque quedó encerrado en estereotipos, y eso quizás no permitió ver que es un artista mucho más complejo y mucho más diverso”, dice.
“La idea de la muestra es sacarlo de ese encierro”, agrega.
Así, recién muy al final de Fantasía africana se llega a territorios más reconocibles: los de los soles en los aviones de Pluna y la escenografía del programa de Omar Gutiérrez, por ejemplo, que no están pero están bien representados en la última estación del recorrido.
El proyecto cultural de Paéz Vilaró, dice Neves (quien el año pasado curó la muestra en este mismo lugar de Jorge Páez Vilaró, el otro artista de la familia) se desarrolla en tres espacios: las artes visuales, la literatura y la música, donde fue instrumentista y compositor.
Nacido en 1923 (la retrospectiva es en conmemoración de su centenario) dentro de una familia de clase media, Páez Vilaró fue encontrando su personalidad artística a comienzos de la década de 1960.
“Es parte de una generación fundamental de artistas visuales uruguayos”, dice Neves en un breve texto. Allí ubica a nombres como Ventayol, Freire, Raúl Pavlotzky, Aguerre, Testoni, Barcala, Solano Gorga, Espínola Gómez, Fonseca, Hilda López, Jorge Páez Vilaró y Spósito.
Fue así, dice, “un actor fundamental dentro de la vanguardia uruguaya”. Fundó, por ejemplo, el Grupo 8, exponiendo en espacios comprometidos con las nuevas estéticas y participando en eventos internacionales como la Bienal de San Pablo de 1965.
“Fue un autodidacta que siempre tuvo una relación muy desprejuiciada, hasta inocente, con el arte”, dice Neves a El País. ¡Y además trabajaba mucho!
“Es, por ejemplo, el artista que más murales hizo en Uruguay: hay al menos uno en cada departamento y hay en Estados Unidos (el de la sede de la OEA, por ejemplo), en Oceanía, en Europa y en África, donde pintó murales en hoteles para sobrevivir, pero también en escuelas”, dice el curador, que vive en París.
África mía.
“El hilo conductor de la obra de Carlos es el tema de la africanidad”, dice Neves, quien seleccionó 44 obras que abarcan un poco más de medio siglo de su carrera. “Desde muy chico estuvo fascinado por lo africano, al punto de que lo primero que hizo fue, precisamente, ir a África”. Lo hizo en tiempos convulsionados para el continente, además.
Lo africano lo abordó en toda su dimensión. “No sólo lo que está asociado a la historia del arte moderno como el origen del cubismo sino de haber viajado, de haber pintado murales en África, de haber hecho música”, dice Neves. “Cuando descubre el candombe y el Mediomundo está descubriendo también África. Lo mismo cuando va a Bahía”.
Vivió 10 años en el conventillo Mediomundo y era muy querido por los referentes de la cultura afrouruguaya.
“Esa pasión por África que lo habitó toda la vida está más vinculada con un elemento de extrañamiento”, dice Neves, “Un hombre blanco de clase media cuando se enfrenta al candombe no entiende nada, lo que capta son elementos subjetivos, la música, el color, los cuerpos”.
Lo corporal está muy presente en la muestra.
A través del candombe, y a pesar de que se lo asocia con Punta Ballena, Páez Vilaró es también “un artista montevideano, urbano”, dice Neves. Fue en las calles del Cordón donde descubrió el candombe, por ejemplo. Y contra el mito del artista platero también polemiza Fantasías africanas.
Por cosas así, además de por la familiaridad, es una buena manera de revalorar un artista al que todos creemos conocer desde siempre. Y revalorizar porque, como suele suceder, su popularidad y su flexibilidad fue muchas veces saludada con desdén y desconfianza por los enterados de siempre.
Fantasías africanas estará en el Museo Nacional de Artes Visuales, o sea el del Parque Rodó hasta mediados de febrero. Está abierto de martes a viernes de 13.00 a 20.00 y siempre es un paseo convocante. Y gratis.