Redacción El País
Hizo una casa que se convirtió en referencia. Puso su imagen y su color al servicio del candombe. Fue el que nunca perdió la fe cuando su hijo desapareció en la montaña. Pintó cuadros, hizo esculturas, escribió libros. Se codeó con Pablo Picasso y con Pelé. Viajó por África, fue premiado en Brasil, llevó su obra a Estados Unidos y a Beijing. Era blanco y, decía Waldemar "Cachila" Silva, director de la comparsa C 1080, "un grande de la cultura negra".
Fue un artista popular. Ahora es centenario.
Carlos Páez Vilaró nació el 1 de noviembre de 1923 en Montevideo, aunque su vida y su obra estuvieron siempre ligadas a Maldonado, donde levantó Casapueblo, un lugar que ha sido ícono, museo, hogar, emblema. La empezó en 1958 y la definía como "una escultura habitable".
Con 18 años emigró a Argentina, impulsado por las artes gráficas y dos años después, de vuelta en Montevideo, el candombe lo flechó. Estudioso de las culturas africanas y muy cercano al ambiente y la historia del conventillo Mediomundo, dejó que su obra pictórica se tiñera por los colores vibrantes, la raíz, los tambores, el movimiento del baile. Compuso candombes, hizo estandartes para los desfiles y él mismo, verano tras verano, salió a la calle para ser parte de la fiesta popular.
"Hoy a la noche, cumpliendo mis 90, cerraré mi aventura entre tambores. Un final que nunca quise aceptar, pero que la vida nos obliga a cumplir. Del brazo de Cachila, en Cuareim 1080, y frente a la sonrisa de Carlitos Gardel, trataré de darme el gusto de retirarme dándome un baño de pueblo", escribió a El País en febrero de 2014. "Recorrer entre humaredas de chorizos al pan las callecitas doradas del barrio Sur y abrazarme con su gente por última vez".
El Desfile, previsto para el 7 de febrero de aquel año, se realizó el 14; Páez Vilaró cumplió con su deseo (foto) y falleció 10 días después.
Como su obra, Casapueblo fue un lugar de puertas abiertas, que estuvo en permanente proceso de desarrollo y que recibió tanto visitas escolares como ilustres, incluyendo las del astro futbolístico Pelé, el músico Vinicius De Moraes y la escritora Isabela Allende, entre tantos otros.
Su producción fue prolífica. Fue pintor autodidacta pero también escultor, ceramista, muralista; alternó entre técnicas y colores distintos y en sus comienzos, aunque su arte quedó asociado a los colores primarios y vibrantes, trabajó el negro con énfasis. Algo de eso se puede ver en Fantasías africanas, la exposición que conmemora su centenario en el Museo Nacional de Artes Visuales.
En su desarrollo, un encuentro con Pablo Picasso a mediados de la década de 1950 le dejó una profunda huella. En un derrotero europeo lo visitó en su taller, y también conoció a Salvador Dalí, Giorgio De Chirico y Alexander Calder. Más adelante expuso en Francia, vivió en Nueva York y por años articuló su vida entre Uruguay, Estados Unidos y Brasil. Vivió 14 años en Buenos Aires. En todos los lugares desarrolló proyectos y trabajó con ahínco.
En 1972, su hijo Carlitos Páez cayó en la cordillera de los Andes, como uno de los pasajeros del avión uruguayo que protagonizó uno de los accidentes aéreos más famosos de la historia. Desde Montevideo, Páez Vilaró fue pilar en la búsqueda y fue quien, al momento del rescate, leyó el nombre de los 16 sobrevivientes en una comunicación radial que quedó para la historia. Su propia perspectiva de esa vivencia quedó reflejada en el libro Entre mi hijo y yo, la Luna.
Páez Vilaró murió en Casapueblo en 2014. Había pintado hasta el final y en una entrevista con El País, justo seis meses antes del deceso, había dicho esto: "Picasso pensaba en la muerte todos los días y cuando tenés 90 años ves que la puerta está cercana y hay que prepararse para entrar con todo. ¡Mirá que tema que tocamos!… Pero es verdad, y creo que voy a meterme en la valija una cantidad de colores y ver si hay paredes para pintar".