Una novela con bibliografía, dato que habla del trabajo meticuloso de Teresa Porzecanski, quien en cuatro décadas ha publicado numerosos libros de ficción y ensayo. Sobre eso y más, la escritora habló con El País.
—¿Cómo nació este libro?
—La primera edición es de 2011, y había estado dos o tres años escribiéndolo. Es lo que me lleva un libro, a veces cuatro años. Es una novela, con una dimensión filosófica, histórica. Yo incluí una bibliografía, porque está apoyada en historias que ocurrieron hace mucho tiempo. Hay personajes que existieron: es qué hace uno con toda esa información, más la experiencia, más la interpretación. Uno teje este tipo de novela metafórica.
—¿La frontera entre el ensayo y la ficción, en tu caso, es muy permeable?
—El ensayo también es ficción, una forma de ficción. No creo que haya un tipo de descripción de la realidad que sea transparente. Hay una opacidad siempre entre la representación y lo real. Más aún: hay una brecha entre lo real y su posibilidad de representación. Si pensás en el Desembarco de Normandía, en las películas que se hicieron, en las novelas: ¿y cuál es la verdad? Son todas juntas, más otras que todavía no se escribieron.
—Tú fuiste cambiando de carreras, ¿cómo interpretás esos cambios, qué sentido tuvieron?
—Sí, pasé del trabajo social, un mundo donde la compasión y una base científica te invitaban a hacer cosas buenas por el prójimo, a la antropología y las ciencias sociales, donde lo que querés es entender ciertos núcleos que no tienen sentido de las relaciones humanas. Y de ahí a la filosofía y la hermenéutica, para entender el último núcleo final de lo humano, si es que existiera. Es una carrera que fue de lo muy particular a los más universal.
—¿Qué lugar ocupa el judaísmo en tu obra y en tu vida?
—En mi generación, según la describió Ángel Rama, señala una preocupación por la identidad, no sólo colectiva, sino de un yo, ese yo que escribe. En el yo que escribe hay una indistinción, es un yo incierto. El judaísmo, sin embargo, está en las raíces de esa construcción de un yo. Uno no nace con un yo. Uno lo va construyendo. Y lo que me interesa del judaísmo es más que nada la parte moral, ética, la definición del bien y del mal como conceptos absolutos, que deben ser de alguna manera puestos en relación con lo real. No soy una persona ritualista, pero sí soy una persona judía. Y en todos estos años en Uruguay he vivido algunas situaciones personales de antisemitismo: en la escuela pública, en el liceo, en otros ámbitos. Hay como una incomprensión de por qué alguien sigue siendo judío, después de miles de años de sufrimiento. A mí no solo no me molesta: yo amo esa condición.
—¿Cómo ves la comunidad judía en Uruguay?
—Muy pequeña, se ha ido achicando. No solamente porque el crecimiento vegetativo es más bajo todavía que el de la población en general, sino porque también (siguiendo las líneas migratorias de la sociedad nacional) se ha ido gente joven a todos lados: España, Estados Unidos, por supuesto también Israel. Es una comunidad pequeña envejecida, que ha perdido la fuerza de aquellos inmigrantes, que llegaron para rehacer la vida desde cero; que llega pensando que aquí va a solucionar el problema de la discriminación, que va a ser aceptado. Esa fuerza se ha perdido, pero tengo la confianza en que los jóvenes siempre renuevan las tradiciones. En todos los sistemas religiosos.
TERESA PORZECANSKI