Sus recuerdos de la infancia están cargados de música, principalmente de las canciones que su madre tocaba en el órgano. Eran la banda sonora perfecta para que la pequeña Lucía Morales imaginara que vivía en una película. Así, la más chica —y por ende, dice, la más pícara— de seis hermanos bailoteaba por la casa y ocupaba cada espacio con gracia. Recuerda que bajaba la escalera con elegancia, decidida. Vestía las ropas de sus hermanas y daba rienda suelta a la imaginación. Un gran espejo era testigo de los personajes que jugaba a encarnar.
A los siete años empezó a canalizar esa energía creativa en las clases de danza árabe y flamenco en la Casa de la Cultura de Maldonado, su lugar. Después hizo canto popular. Ya había, entonces, una necesidad de expresarse y de hacerlo con todo el cuerpo, pero aquel era solo el principio del abanico de estilos que investigaría.
A los 13, la muerte de su madre cambió la estructura familiar. Vivió un tiempo con el padre, después con la hermana mayor. De ese núcleo, dice, siempre vino el apoyo, incluso cuando a los 15 decidió mudarse a Montevideo. Pasó por academias de danza urbana y luego empezó a estudiar tango en la Escuela Nacional de Formación Artística del Sodre. Como bailarina participó en decenas de espectáculos de artistas y proyectos regionales —Lado A, Canciones para Siempre; La Máquina a Vapor, Che Papusa Dúo y Ballet Folclórico Aborigen, por nombrar algunos— y fiestas de la ciudad. Además, vuelve cada verano para hacer temporada en shows del Este. Así, fue escribiendo su nombre en el escenario local.
“Las fiestas me divierten, siento que me dan una frescura del hoy y de la moda, lugares que no habito si no es por ahí”, dice la bailarina cuando habla con El País sobre lo que implica actuar, por ejemplo, en el escenario de una fiesta bailable como la Plop.
Morales evaluó irse a Ibiza para hacer temporada por allá también, pero después descartó la idea. Siente que hoy, con 27 años, tiene claro los lugares que desea habitar. “Antes agarraba eventos, de todo, porque hay una realidad que es la necesidad de pagar las cuentas y lo difícil que puede llegar a ser esa profesión, pero hay cosas que ya no me gusta hacer. Es distinto cuando el que está detrás de lo que vas a presentar tiene una preocupación por el arte”, considera.
Es, dice, adicta a la adrenalina de subirse a un escenario y hablar con el cuerpo, a la descarga de energía que le atraviesa el dejarlo todo ahí. “Pero busco el equilibro, porque si no un día te pasa que diste lo que podías pero no pudiste llegar a esa sensación, y no puede ser todo frustración”.
Como un boomerang, que se va por un tiempo y luego regresa, fue dedicándose de a ratos a investigar distintos estilos de baile, pero, sobre todo, a investigar el cuerpo. En Sevilla profundizó sobre el flamenco; en Buenos Aires, sobre el tango. En Uruguay pasó por diversas academias y decenas de escenarios. Estudió, también, en la Escuela de Comedia Musical, de ahí que en 2018 integrara el elenco de Postales, una obra de teatro en clave de musical sobre la dictadura uruguaya.
Sin embargo, la versatilidad que la caracteriza y que destaca también fue, y es, motivo de duda en un medio donde especializarse es la regla. “A veces me entra la crisis de: ‘uy, no me he dedicado a una sola cosa’. Después me doy cuenta de que por algo las oportunidades aparecieron; ha sido también por este abanico que fui abriendo”.
Tras la pausa forzada de la pandemia, momento en que descubrió su faceta docente enseñando expresión corporal, estos últimos años han sido los más activos de su carrera. En 2021 regresó al escenario del Sodre como parte de la ópera-tango María de Buenos Aires y en 2022 volvió a abrazar el flamenco: debutó en un tablado, con todos los nervios y la autoexigencia que eso le implicaba. Llegó, además, su primera experiencia en televisión como parte del cuerpo de baile de ¿Quién es la Máscara? en La Tele.
“A veces, por el cansancio, te dormís un poco en la silla (se ríe), pero estas experiencias te dan calle, agarrás cancha y aprendés a manejarte, a tratar con la gente, que a veces te quiere pasar por arriba porque sos chica, o porque sos mujer, y tenés que ponerte firme a la hora de, por ejemplo, fijar un cachet”.
Este, que casi se termina, fue uno de sus años más movidos: en abril llegó al Enjoy como parte del elenco de Chicago, uno de los espectáculos más icónicos de todos los tiempos, y lo repitió en setiembre en el Sodre. Hoy, cuando se estrene La Gran Vía,la zarzuela española que acá tendrá un acento montevideano, Lucía estará ahí. Es bailarina de ensamble en la obra y esta será su primera vez en el Teatro Solís. Es, por la novedad y lo que representa bailar en esa sala, pero también por el peso de una obra con la producción que esta conlleva, algo muy preciado. “Hay mucho profesionalismo, la gente de la Comedia Nacional y del canto lírico tienen una disciplina hermosa”, cuenta sobre las instancias de ensayo.
A fin de cuentas, Lucía sabe que subirse a un escenario siempre es dar un paso más en este camino que eligió. Es aprender sobre el poder del cuerpo, pero también sobre las relaciones humanas. Es mostrarse poderosa, pero también vulnerable; es sentir cansancio y al mismo tiempo satisfacción. Es entregarse.
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