ARTES PLÁSTICAS
Una exposición retrospectiva se puede recorrer en la sala María Freire. Estará hasta mediados de setiembre.
Se trata de no perder la memoria. O de construirla. Ver a Lily Salvo en el Museo Blanes es darse de frente con una esencia visual que retiene. Hay un magnetismo en su trazo más libre, hay un magnetismo en sus rostros más definidos. En los trajes sucesivos, en los cuerpos desnudos, en los encuentros, en los desencuentros, en los abrazos que, ante el ojo ingenuo de una observadora que recién empieza a formarse, insinúan a una creadora pasional.
Son cuadros donde predominan tonos tan fríos como el verde o tan ardientes como el naranja, pero que transmiten algo similar: cuerpos suspendidos en una aureola de ensoñamiento. Otros más ceremoniosos con sombreros y caras masculinas serias. Otros asustadores, de hombres dominando mujeres, que denuncian la posición de la mujer en el siglo que le tocó crecer.
Los rostros de hombres, mujeres y seres indefinidos, las manos y las piernas alargadas, las tetas, los pelos que envuelven, las cabezas encerradas y apretadas en cajas hablan de su historia. Y su historia es la de una niña argentina que desde muy chica pasó a vivir en Uruguay para, por obligación, por la dictadura, terminar en una Italia lejana, que no solo la distanció del país, sino que básicamente la borró del mapa de la historia pictórica. Fueron contadas las exposiciones que tras su partida en 1972 la reaproximaron al público uruguayo: en 1983, en Galería Ciudadela y en 1997, en Galería Latina.
Su obra tiene una expresividad tan fuerte que no requeriría de explicación alguna para atrapar, pero que a su vez despierta un querer saber más —saberlo todo— sobre ella, sobre Lily.
Lily Salvo y la exposición De la misma materia que los sueños, una retrospectiva antológica con 60 obras inaugurada en marzo en la Sala Maria Freire del Museo Blanes que ahora con la reapertura de los museos se puede volver a disfrutar, tiene como fin el reencuentro entre la artista y Uruguay. Coorganizada entre la familia y el museo, estará abierta al público hasta mediados de setiembre. Además de cuadros al óleo y grabados, hay diseño de vestuario, material gráfico de distintos proyectos: programas del Cine Club del Uruguay o escenografías para dramaturgos como Micha Van Hoeke, Andrej Wajda, Thadeusz Kantor, por ejemplo.
La artista también colaboró con el semanario Marcha, participó de las tertulias en el Café Sorocabana, trabó amistad con el argentino Ernesto Sabato —el escritor la incluyó como personaje en su novela Sobre héroes y tumbas—, asistió a clases en Bellas Artes, fue una de las pocas mujeres en el Taller Torres García de la época. Frecuentó salones de los festivales de Cannes y Venecia. Su obra se expuso en Europa y Estados Unidos, uno de sus cuadros fue adquirido por el senado italiano y conforma la prestigiosa colección del Palazzo Madama.
Martha Canfield, intelectual uruguaya radicada en Italia, analiza la obra de Lily Salvocomo vínculo de las etapas que transitaba: la oscuridad de la dictadura, la luminosidad de una vida nueva y del reencuentro con la fe y la filosofía en Italia. Pero destaca, ante todo, lo rupturista. “¿Qué es lo que puede llevar a una mujer que se ha formado en el refinado ambiente de la pintura contemporánea, en un pequeñísimo país, culto y muy evolucionado socialmente como el Uruguay de los años 50, a pasar por encima de la vocación ‘geométrica’ y ‘constructivista’ de su maestro Joaquín Torres García y desarrollar su vocación más personal y su extraordinaria capacidad para retratar la realidad?”, se preguntó Martha en el catálogo de la muestra.
“Las obras no son escudos, son espejos”, dijo Fabricio Guaragna, artista visual y performer en un conversatorio que nada tenía que ver con Lily Salvo, pero que en esas palabras encerró un poco todo lo que expresa esta muestra. Darle un lugar tan preponderante como es la Sala María Freire a una artista con la que hasta ahora no teníamos casi diálogo como público fue asertivo. Nos invita a redescubrir una generación de artistas que ya creíamos tener bien vista, nos presenta un mundo nuevo desde el que percibirnos. Lily nos interpela.
Se trata de no perder la memoria. O de construirla. La individual, esa que se va poblando de un archivo visual donde predomina lo que impacta por estética o sensibilidad (valga decir que en Lily Salvo se activan estos dos modos), y la colectiva. Porque sí, porque el arte visual nacional es un campo vasto, pero todavía con blancos inmensos, artistas que por rumbos o circunstancias de vida se convirtieron en un gran ausente de la memoria artística común.