GALA "VOLVEMOS CON VOS"
Otra sala, distancia, mucho menos público, un espectáculo diseñado especialmente y la excelencia de siempre en el escenario
Fue extraño, al principio. El Ballet Nacional del Sodre (BNS) volvió al escenario después de seis meses. La última vez había sido el 12 de marzo, en la primera y única función que pudieron hacer de Un tranvía llamado deseo. Fue extraño, al principio. El Ballet Nacional del Sodre volvió a bailar pero no lo hizo donde siempre lo hace. Esta vez era en el Auditorio Nacional Nelly Goitiño y no el Adela Reta. Fue extraño, al principio, porque había butacas vacías decoradas con algo que era como una máscara o como una galaxia, o como un sol o como una luna redonda.
Fue un regreso mirado con atención desde el exterior: esta noche el BNS, bajo la dirección de Igor Yebra, se convirtió en la primera compañía oficial en la región en recuperar funciones con público.
Es rara la sensación de vacío en un teatro y más rara es una sala con poco público para mirar al Ballet Nacional, que hace varios años agota, casi siempre, todas sus temporadas. Es raro que no haya murmullo y que no haya programas y que no haya encuentros. El alcohol en gel y el tapabocas ya no resultan tan extraños.
El Ballet Nacional del Sodre volvió al escenario con el espectáculo Volvemos con vos, que incluía piezas sueltas de ballets clásicos, como La Bella Durmiente o El Cascanueces, coreografías contemporáneas y hasta creaciones de bailarines que hicieron durante el tiempo de aislamiento, como Díptico, de Ignacio Lombardo o Trilúdico, de la nueva primera bailarina de la compañía, Nadia Mara.
A las 20.10, justo antes de que se abriera el telón, las luces de la sala bajaron y una voz dijo que nos daba la bienvenida, que era un placer reencontrarnos, que debido a la situación por la pandemia de coronavirus la sala estaba distribuida de esa manera, que nos mantuviésemos sentados en nuestros lugares, que al final esperáramos las indicaciones para salir y que mantuviésemos siempre la distancia.
Cuando el telón se abrió el escenario estaba totalmente despojado. Bailarinas y bailarines hicieron algunas de las variaciones de La bella durmiente, con el vestuario diseñado por Ágatha Ruiz de la Prada para la versión que el BNS hizo en el 2018. Le siguió Raíces, con unos fragmentos sensibles y conmovedores de Zitarrosa en todos y de Encuentros, dos creaciones de la uruguaya Marina Sánchez.
Intros, una creación de Luiz Santiago, fue el momento en el que todo cobró sentido. Incluso el tiempo en el que estuvimos encerrados, aislados y solos. Porque Luiz creó esa coreografía desde el encierro del cuerpo y en el escenario, con una silla y una luz que llegaba desde arriba muy tenue, con los ojos vendados y vestido de negro, Luiz bailó como liberándose y con su movimiento también nos liberó a nosotros.
Siguieron Bolero, con coreografía de Alejandra Martínez y Díptico, otro momento sensible y desesperado, una creación e interpretación de Ignacio Lombardo, acompañada por un audiovisual, y Trena, una pieza de Jorge Ferreira.
Ciro Tamayo, el bailarín español que siempre está, el que el público conoce y quiere, salió al escenario con Gopak, una coreografía corta en la que se dejó todo lo que tenía guardado, todo eso por lo que la gente lo reconoce, todo eso que tiene que ver con los saltos más altos, con la presencia, con el carisma.
El espectáculo cerró con Trilúdico, de Nadia Mara, una creación que la puso por primera vez frente al público uruguayo como primera bailarina de la compañía. La acompañaron Ciro Tamayo y Sergio Muzzio. Y aunque quizás no fue una primera vez ideal, sí fue un encuentro, una caricia y una certeza: la de que a pesar de todo, hay algo floreciendo, la de que a pesar de todo, el ballet seguirá bailando.