Hace un par de semanas, Aldo Garay, uno de los cineastas locales más activos estrenó Carmín, la historia de la activista y artista trans Sofia Saunier y su vínculo con una octogenaria, Carmen García. Cierra lo que por ahora es una llamada “Trilogía de la identidad” que también integran El casamiento y El hombre nuevo. Este martes en Cinemateca Uruguaya se pueden ver las tres películas desde las 18.30. Sobre el proceso de Carmín, su lugar en el cine uruguayo y alguna otra cosa, El País charló con Garay.
—¿Por qué le ha interesado tanto el mundo trans?
—Habité ese mundo porque cuando decimos “mundo trans” estamos hablando de estar al margen. Yo sé cómo se vive y sé cómo es estar en esos lugares. Es así de sencillo: hay una pertenencia de clase más allá de la identidad sexual. En mi cine lo primero que hay es una clase con una estrategia de supervivencia que reconozco para sacarla un poco mejor.
—¿Cuál fue su primer acercamiento al tema?
—Eran vecinas mías y después me fui conectando en otros barrios y otras situaciones. El universo y el borde de la sociedad estaba en todos lados, no sólo en Palermo.
—¿Qué hay de nuevo en Carmín?
—En el caso de Sofía y esta historia en particular, se da un pliegue que es que ella filma esos mismos bordes que a mi durante tantos años me iha interesado filmar. Ahí se dio un combo perfecto y la posibilidad de sumarme a esta épica de TransUr (el proyecto de Saunier que graba testimonios de personas trans) y a su vez están esas estrategias de la vida cotidiana. Sofía vive con Carmen, una señora que cuida, y ahí está el tema de la vivienda, el estar siempre desplazándose.
—La primera casa de Sofía y Carmen en San Ramón 837 en Capurro está en ruinas y al borde de lo urbano...
—Ahí hay un simbolismo muy fuerte que más que hablar de ellas habla de gran parte de la sociedad. Sabemos que están ahí pero no sabemos muy bien qué piensan o cómo ven el mundo.
—¿Cómo ha cambiado el universo trans desde sus primeras películas?
—Hay cambios que tienen que ver con su calidad de vida: tienen más derechos, más protección, han ganado más respeto y están en las agendas. Pero también siguen siendo vulnerables, hay pobreza y exclusión. Siempre van a haber periferias.
—Una características de sus personajes es la soledad. Sofía en Carmín a pesar de estar con Carmen está sola.
—Hay un punto de contacto entre Carmín y El casamiento en el sentido de que dos personas optan por convivir y, en un punto, la soledad las une. Otra cosa en común puede ser la vejez que estaba también en La espera. No lo busco pero aparece eso y la necesidad de crearse un universo. Eso me parece muy interesante en Carmín por esa épica documentalista que tiene Sofía que la conecta con el mundo. Consigue cosas buenísimas porque tiene una forma de comunicarse muy natural.
—¿Cómo fue su método de trabajo en Carmín?
—Primero fue Sofía. Me interesaba una filmadora de su propia realidad, siguiendo la línea de los filmadores y filmadoras que está en mi cine . Y ahí encuentro a Carmen y me parece inevitable que aparezca en la historia. La convivencia le da muchas cosas al relato: empatía, conflicto, algo tragicómico, un tono casi de comedia. Y sobre todo hay algo que me interesa mucho que es que interpela hasta al propio documental, al que muchas veces se le reclama decir verdades. Y acá no sabemos si lo que se dice es cierto. Esa tensión entre la memoria que intenta Sofía y la desmemoria de Carmen, tiene una cosa muy hermosa para la dramaturgia de la película y da muchas herramientas narrativas. Ese vínculo suaviza, de alguna manera, el realismo crudo que tiene la película. Siempre hay que buscar asuntos que hagan que no todo se descanse en la protagonista sino que haya relatos laterales que ayuden a que la historia avance.
—¿Cuánto de eso se desarrolla recién en el montaje?
—Primero dejo correr y después voy como previendo situaciones que a veces se dan y a veces no se dan. Es un mix entre provocar y proponer y esperar a que sucedan las cosas.
—¿Cómo interviene usted en la historia?
—No me afilio al cine observacional sino que más bien intervengo de otras formas, que no son la presencia ni la voz en off. Algo más cercano al cinema verité, de estar atrás traccionando a que sucedan cosas. La presencia de la cámara y del equipo está y eso hace que el retratado sea consciente de que está siendo registrado. Y ahí no sabés hasta qué punto se sostienen las conversaciones y la puesta en escena. Igual, en Carmín no tengo claro qué papel tuvo la cámara para que las cosas sucedieran.
—¿Cómo se ve en el panorama del documental nacional?
—Me siento muy por fuera, muy al borde. Me siento un marginal en el cine uruguayo y no tiene que ver por los asuntos de los documentales que hago. No me veo parte del cine uruguayo. Y no porque me crea diferente sino que siento que no pego.