Crítica
La película de Leticia Jorge desembarcó en la plataforma tras un interrumpido pasaje por los cines
Ernesto no está bien y siente que nadie le está dando una mano. Murió su padre, lo que lo deja como el patriarca de una familia que incluye a su madre y sus dos hermanas, y teme no estar a la altura. Con una de esas hermanas, la mayor, no se anda llevando bien y a aliviar eso ayuda poco una sucesión que incluye una casa de balneario de la que él no se quiere desprender.
Alrededor de Ernesto (interpretado por Néstor Guzzini) gira Alelí, la película uruguaya dirigida por Leticia Jorge. Después de un fugaz pasaje por sala (debido al cierre de los cines a mediados de marzo) aterrizó este viernes en Netflix. Desde entonces se ha mantenido en el Top 5 de lo más visto en Uruguay de la plataforma.
En el elenco están Cristina Morán (como la madre), Mirella Pascual (como la hermana mayor, Lilián) y Romina Peluffo (como la más chica, Silvana). Es un emsemblefemenino que se hace notar.
A Ernesto le pesa seguir el modelo de su padre quien, encima, se le aparece como recordándole sus nuevas obligaciones. Es por eso que busca refugio en esa casa de balneario que esconde mejores momentos. Allí va a dar también la hermana chica, quien también anda buscar algo que ni ella sabe qué es. Lilián lidia con todo el asunto como puede y, entre sus herramientas, está enfrentarse a Ernesto.
Alelí es una película sobre un duelo familiar. Pero la directora Leticia Jorge (a partir de un guion escrito a medias con Ana Guevara, con quien había dirigido Tanta agua) va por el lado de la comedia costumbrista. Podría ser un drama pero en todo momento se privilegia la identificación cómica con la que se está contando.
Y eso funciona. Alelí está llena de momentos graciosos: una torta con la cara del padre, un choque en la calle entre los dos hermanos, el encuentro con un exnovio, un diálogo entre Lilián y su mama (“¡ya te traigo las tacitas del juego!”), la visita de un agente inmobiliario y su hijo a la casa son pasos de una comicidad que algunos podrán hallar asordinada. Pero que alcanzan.
La película tiene también una mirada entrañable sobre sus personajes, todos al borde un ataque de nervios. La relación entre Ernesto y Silvana, por ejemplo, va ganando cariño a partir de sus propias desventuras. Quizás porque Ernesto puede hacer de padre, una función que mide contra el modelo de su propio padre. Ni siquiera escucha los argumentos de que capaz que no era tan buen modelo.
A que todo marche así de bien en Alelí aporta mucho el diseño de producción de Nicole Davrieux, quien en películas como Los tiburones o Belmonte ha conseguido sumar a la narración con su ojo por el detalle que revela una idiosincracia que bien se puede definir como uruguaya. La fotografía de Lucio Bonelli llena de luces todas las escenas y la música de Stefano Mascardi, Santiago Pedroncini y Maximiliano Silveira dan un ritmo juguetón.
Y lo otro es el elenco con una Morán brillante como esa madre algo pesada que arruina nietos y recrimina a sus hijos. Pascual y Peluffo están a la altura, aportándole algo de capas a personajes un tanto lineales.
Son como niños, en definitiva, tratando de comportarse como adultos, ahora que son huérfanos y deben encargarse ellos mismos de las cosas. La historia se cuenta con un detalle por lo cotidiano (una charla entre madre e hija, el rencor entre cuñados) que la hace un buen ejemplo de un cine uruguayo que se escapa del prejuicio sobre el cine uruguayo. Jorge filma con brío y gusto.
Termina (no es muy spoiler, ¿no?) con una guerra de agua, y una posible recuperación de un cariño contra un enemigo en común es un afectuoso y divertido homenaje a ese asunto tan serio que es una familia.