Alfonso Tort, el actor uruguayo que está en pleno apogeo: "No sé si soy una persona con grandes ambiciones"

"A los hombres heterosexuales nos cuesta mucho la emoción, hablar la emoción", dice Alfonso Tort sobre "Un pájaro azul", que acaba de llegar a cines. Mientras aparece en series y películas de plataformas y festivales, charló con El País.

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Alfonso Tort
Alfonso Tort, actor uruguayo, sentado en el café de Cinemateca.
Foto: Francisco Flores / El País

Amante secreto de los sintetizadores, galán montevideano envuelto en un aire de inocencia y languidez, hombre de cine sin más pretensión que la de hacer películas, el Marmota Chico en 25 Watts y Fernández Huidobro en La noche de 12 años, Danielito de Feisbuk cuando la creación de contenidos no era, todavía, una realidad cotidiana, y “el cuerpo más bonito que se habrá encontrado nunca en este lugar” desde que actuó el texto de Josep María Miró. Y ahora, un actor codiciado.

Post pandemia, los créditos de la filmografía de Alfonso Tort se han multiplicado. Estuvo en Terapia alternativa de Star+, en Barrabrava de Prime Video, en No me rompan de Netflix, y en tres de las películas del reciente Festival de Cinemateca: La burbuja, Naufragios y Un pájaro azul. Esta última, de Ariel Rotter y que le valió un premio como actor en Biarritz, acaba de estrenarse en cines locales y es, quizás, su mejor vez.

Es la historia de Javi, que lleva seis años buscando un hijo con Valeria (Julieta Zylberberg) cuando otra mujer le dice que está embarazada y lo deja lleno de preguntas. Es la historia de un hombre que lo intenta torpe, lento, como si todas las verdades le llegaran un poco tarde. Es la historia de un hijo y de las cosas que no se dicen.

Es, un poco, algo de lo que le está pasando a Alfonso Tort. El muchacho que un día quiso ser actor y que hoy, con 45 años, dio vuelta el juego.

—¿En qué momento te sentís?

—Creo que es un momento de cierta madurez, se puede decir; hay algo de 20 años de estar actuando, que siento que no es coincidencia que en estos últimos años esté trabajando un poco más. Eso evidencia que pasó un tiempo, hay una experiencia, hay algo de ser hombre maduro que hizo que me llamen más. También se dieron cosas, como que se empezó a filmar más en estos últimos años y a hacer más coproducción entre Argentina y Uruguay. Y directores de Argentina que ya me habían visto en películas uruguayas quisieron trabajar conmigo. Como que se dieron ciertos factores que hacen que hoy día esté en un cierto auge de la carrera.

—Junto a este auge está el premio que recibiste en el Festival de Biarritz, por Un pájaro azul. ¿Qué significan esos reconocimientos?

—Es una película muy querida para mí, entonces puse una energía: la acompañé a Biarritz, fue como lindo porque dije: si voy quizás gane el premio. Fui con ganas de que a la película le vaya bien, porque entendía que no estaba entrando en muchos festivales. Porque creo que todos los temas que toca están buenísimos, pero no sé si a nivel de curaduría de festivales son los temas que están en auge ahora. Entonces tenía esa dificultad. Lo de los premios está buenísimo. Tampoco me genera mucho más de lo que es.

—¿Que sea una película tan querida es por cómo acompaña ciertos procesos personales?

—También, y una búsqueda de un hijo... Creo que cuestiona mucho temas de vínculo amoroso, de estructura amorosa de generaciones de los 40 para arriba. Ariel Rotter, el director, dice que somos una generación que somos padres más de grandes, con lo cual la madurez es ya en la adultez, y la película es un arco hacia la madurez. Y estaba atravesado por eso. Me parecía una historia relinda de contar por contemporánea, que toca las cosas que estoy viviendo, y eso hace más tesis a la película. Donás más a la obra.

—¿Cómo te llegó?

—Un año antes de filmarla creo. En pandemia. Ariel había visto Las olas de Adrián Biniez y le interesaba trabajar conmigo, nos juntamos, me imprimió el guion, leí y me encantó. Era muy para ahora, para hacerlo ya.

—Cuando empezaste a construir a Javi, ¿qué preguntas le hiciste al personaje?

—En eso soy un actor medio intuitivo, como que no soy muy metodológico con mi trabajo creativo. Me dejo llevar por la intuición, y quizás si hay una metodología sea esa. No tengo certezas, nunca. Pero también era un guion muy bien escrito, y cuando te pasan algo así y nada te hace ruido, no hay tanto para cuestionar. Es aprender la letra y vivirlo.

—Sandra Huller dijo que Justine Triet no le contó quién era el culpable de la muerte en Anatomía de una caída. ¿Te surgían las inquietudes de hacia dónde iba a ir el futuro de Javi, por ejemplo?

—Creo que la dificultad mayor es que es un personaje que a priori no lo querés tanto, porque él se la manda y ahí hay otro gran tema que son los pactos que uno construye con un vínculo amoroso, y él lo rompe. Entonces la dificultad era qué argumentar. En el rodaje yo no sabía qué inventar, qué improvisar inclusive. No me venían palabras salvo pedir disculpas. Quizás hay algo de su cansancio en esa búsqueda de un hijo que evidentemente da a pensar que estaba como... agotado. Pero nunca lo puso en palabras, y ahí veo un gran tema: que a los hombres heterosexuales nos cuesta mucho la emoción, hablar la emoción. Y me pasaba a mí en el rodaje.

—Hay una escena bellísima entre tu personaje y Norman Briski, que hace del padre, mientras intentan tocar en la guitarra “De nosotros dos” de Eduardo Mateo. ¿Cuál es, para vos, LA escena?

—Esa escena tiene algo mágico, ¿viste? Estaba estructurada, pero como también a Briski le costaba realmente poner los dedos, salió un poco improvisada. Y quedó una escena muy genuina, de mucha verdad, más allá de que también con Briski generamos un vínculo muy lindo por fuera de las escenas que después creo que se transmitió a la hora de filmar. En el vínculo de ese padre y ese hijo, como que son re padre e hijo. Esa escena es relinda.

—En otras entrevistas has hablado de la verdad de las escenas de Un pájaro azul, pero la verdad en la actuación es diferente entre, por ejemplo, el cine y el teatro. ¿Dónde la ves?

—Sí, decir “la verdad” es un poco abstracto. En eso está la obsesión actoral: que sea creíble, que para mí sea creíble y por ende quizás para el espectador también. Desde siempre fue una obsesión mía, trabajar desde la verdad, que pase algo que sea verdadero, que sientas algo. A priori hay muchos factores en el cine: el guion, la dirección, la ambientación, y en ese sentido, esta película tiene muy buenos directores, y creo que todo eso ayuda a algo de esta construcción de la verdad. Dónde pones la cámara, cómo ambientás... Hay detalles que te llevan a la verdad, a la cotidianidad, a algo conocido. Es una cuestión estética la verdad. Es desde ahí: es una búsqueda de lo estético de la verdad.

—¿Qué cosas has perseguido en tu vida con tanto anhelo como esta pareja busca a ese hijo?

—En lo personal... También, la búsqueda de un hijo (sonríe). En lo profesional no sé. No sé si soy una persona con grandes ambiciones. Inclusive me cuesta la ambición. Sí me frustro, tengo mis búsquedas, pero no me enloquezco. Además puede ser algo muy contemporáneo esto del triunfo, de lograr algo, ¿no? Tampoco me copo tanto cuando vamos a Biarritz y me gano un premio: sé que después la vida sigue. Pero bueno, el deseo de ser padre creo que es algo que mucha gente tiene, muy de la vida. Pero también me cuestioné que si no llegase un hijo, va a estar todo bien. Tampoco es que no me realicé como ser humano.

Tort: "Hay algo muy del circo del cine; yo prefiero hacer películas"

—¿En qué te sentís realizado?

—En lo profesional me siento realizado. Elegí muy tempranamente ser actor, fue una elección cuando estudiaba en la EMAD y hacía dos carreras y en un momento dije: no, no, voy a ser actor, quiero ser actor, y ahora pasaron veintipico de años y sigo siendo actor. Y me automimo a al decir: bueno, elegiste algo que te gusta hacer y hoy podés vivir de eso.

—¿Se puede ser actor de cine sin grandes ambiciones?

—Sí, yo creo que sí. El cine siempre estuvo rodeado de algo espectacular: los festivales, los premios, las alfombras rojas... No es mi afán ir a festivales todo el tiempo. Hay algo muy del circo del cine. No me va por ahí. Yo prefiero hacer películas. Hacerlas, estar en el presente más que en el resultado que me pueden dar.

—¿Cómo crees que hubieras vivido La sociedad de la nieve si hubieras sido parte, teniendo en cuenta esta locura que generó?

—Creo que a mi edad hubiese entendido que es un producto ambicioso y sumamente capitalista. Creo que hubiese tenido la conciencia de eso: es un producto, hay mucha plata puesta y tengo un contrato firmado para tener que ir a hacer todo eso. Los actores que trabajaron en esa película tuvieron que hacer todo un recorrido, toda una exposición a la que yo no estoy tan acostumbrado. Inclusive con La noche de 12 años, que creo que fue lo más comercial que he hecho, lo viví como una historia muy humana. Y es muy actual todo este fenómeno de plataformas poniendo millones de dólares para un producto. Y es medio efímero, porque después pasa esa ola y ya está. De todas formas cada proyecto tiene su propio diseño de producción, su propia ambición de expectativa comercial. No sé si el cine independiente es sólo eso, el resultado del producto vendido; pertenece a un mercado, pero no es el fin. Hay otros aspectos, más de estar con el lenguaje, que en definitiva es lo que más me interesa. Hacer una película me parece un viaje alucinante.

—¿Lo creativo está presente en otro plano de tu vida?

—(Sonríe) Tengo sintetizadores y trato de hacer música con sintetizadores. Siempre me gustó, pero eran caros cuando yo era chico, y ahora salieron algunos más baratos y hace un año que vengo comprando. Me encierro a hacer música así, solo, que no muestro o muestro a amigos. Pero no es que ahora voy a hacer música. Hago música que me gusta.

—¿Tu base sigue en Uruguay?

—Sí. Hubo un tiempo que viví en Buenos Aires, pero no por aumentar el trabajo, sino porque tenía una pareja que vivía allá, pero no me gustaba mucho vivir en Buenos Aires y me volví. Pero por momentos Montevideo también te abruma. Es muy chico y el techo es bajo, que es lo bueno también de Uruguay, porque en las carreras artísticas rápidamente podés acceder a trabajar con un director con experiencia, porque somos pocos. Otros países donde se hacen, no sé, 200 películas, son lugares dificilísimos para un actor o actriz. Y yo no estoy dispuesto a irme. Nunca estuve dispuesto, ni de chico, a irme a otro país a ver si podía crecer. Tuve una representante argentina que era muy sabia; ella siempre decía que odiaba que sus actores dijesen “mi carrera”, como que si esto fuera una carrera. ¿Llegar hacia dónde? Yo me dedico a hacer esto, no sé. Punto.

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