El cine de Sean Baker está del lado de los desposeídos, de aquellos en los márgenes de lo que histórica y repetidamente se menciona como “el sueño americano”, un lugar de fantasía creado por el propio mundo del cine. El tramo central de la obra de Baker está dedicada al trabajo sexual.
Anora, su última película, ha estado en la conversación desde que se hizo con la Palma de Oro en Cannes allá por mayo. Se la ha venido mencionando como de las mejores de 2024 (Sight and Sound la puso segunda en su lista) y una fuerte candidata a ser la estrella de los premios Oscar. El entusiasmo se ha disipado un poco desde entonces, a juzgar por su ausencia en el palmarés de los Globo de Oro, que suelen ser una prueba piloto de por dónde anda la sensibilidad de cada temporada.
Anora es, entre otras cosas, una historia de Cenicienta ambientada en Nueva York y alrededores, la ciudad a la que Baker vuelve a filmar después de casi 20 años. Ha pasado un montón desde entonces y Baker debe ser considerado uno de los grandes directores norteamericanos contemporáneos. Anora consolida un estilo propio.
Take Out (2004) y Prince of Broadway (2008), sus dos primeras películas, eran una combinación de cinema verité con el cine de los hermanos Dardenne. Eran crónicas de inmigrantes (deliveries, vendedores callejeros de productos truchos) filmadas con una intención documental.
Ese estilo también estaba en Starlet (2011), la historia de una actriz porno que entablaba amistad con una anciana. Básicamente era una lectura con sexo explícito de Harold and Maude, el clásico de Hal Ashby y un claro ejemplo del Nuevo Hollywood del que Baker siempre estuvo cerca.
De ese legado toma cierto tono de comedia triste a lo Bob Rafelson, un aire melancólico e invernal que está en Hal Ashby y una superposición en los diálogos que recuerda a Robert Altman.
Todo eso está en Anora: Baker viene de ahí.
Tangerine (2014) seguía un día en la vida de dos prostitutas trans afroestadounidenses en una Los Ángeles soleada y barriobajera. La película fue filmada con iPhones, un detalle que pareció temerario y tecnológico pero, principalmente, fue la única manera de registrar algo de esas características y lo que aportó el aire de documental estilizado.
Como otro ejemplo de neorrealismo pop, un poco menos movido y mucho más sentimental, The Florida Project tenía a una niña pobrísima y a la buena de Dios en su cariñoso vínculo con su madre lumpen, que es prostituta ocasional. Todo transcurría en los barrios obreros de Orlando, el universo que está detrás de bambalinas de sus atracciones de feria. Baker no juzga a nadie y todo en la historia está bañada por el aire beatífico del personaje de Willem Dafoe.
Ante tamaña película era posible que Red Rocket, de 2021, pasara un poco desapercibida. Era una pieza de cámara sobre una estrella porno masculina que volvía a su pueblo de Texas. No estaba mal.
Anora es el nombre del que se avergüenza la protagonista de esta comedia que sabe ser alocada. Ella prefiere que la llamen Ani y la interpreta Mikey Madison, en una actuación que administra ilusión, ambición, inseguridades, suspicacia y amor en una sola mirada. Debería estar nominada al Oscar.
Ani es una bailarina exótica y ocasional escort en un club de striptease de Manhattan. Vive lejos del centro y su situación es económica y moralmente precaria.
Una noche es invitada a la mesa donde las vueltas las paga Vanya (Mark Eydelshteyn), quien resultará ser el hijo de un oligarca ruso. Alocado e infantil, la contrata para sexo en la mansión familiar de Brighton Beach y para ser su novia por una semana. En un viaje fugaz a Las Vegas, él le propone casamiento, ella acepta, dan el sí y están felices. Es el final de Mujer bonita, aquella en la que el príncipe azul era Richard Gere y llegaba a rescatar a Julia Roberts, de la prostitución y la infelicidad.
En Anora está claro que eso no va a pasar.
Cuando los padres de Vanya se enteran de la boda de su hijo, van a hacer todo lo posible para anular ese matrimonio. De avanzada mandan a Toros (Karren Karagulian, algo así como el actor fetiche de Baker), un sacerdote que tiene la ingrata tarea de cuidar del muchacho. A la misión de anular el matrimonio lo acompañan dos matones algo torpes; uno de ellos es Igor (Yura Borisov), un personaje en el que Baker desvía bastante la mirada. Hay una larga escena de humor de golpe y porrazo muy eficaz.
Cuando Vanya, que es un malcriado con plata, los ve venir, se da a la fuga. El último tercio de la película tiene a los matones y a Ani recorriendo la noche para dar con él: ella piensa que su matrimonio se puede salvar. Tiene eso de iluso de los personajes de Baker y esa noche les pasa de todo.
La fotografía de Drew Daniels, un habitual de Baker, da el tono gris de un invierno en Coney Island o el azul intenso de un club nocturno. La película transcurre hoy pero está filmada, el propio Baker se lo dijo a El País este mes, como si fuera 1974.
Baker no juzga ni toma partido, pero está claro de qué lado está. Su cine tiene conciencia de clase. Su enemigo es la prepotencia de esos millonarios, que son tan malos como para atropellar e ilusionar a esta muchacha buena, endurecida a la fuerza y que había encontrado, pobre, al amor de su vida o capaz, un salvoconducto a una vida mejor.
Quizás un abrazo, en esa magistral escena final, alivie un poco tanto pesar de esta comedia con toques trágicos que se vuelve, ya tan temprano, una de las películas del año.
Anora [****]
Estados Unidos, 2024. Dirección y guion: Sean Baker. Fotografía: Drew Daniels. Música: Joseph Capalbo. Con: Mikey Maddison, Mark Eydelshteyn, Yura Borisov, Paul Weissman, Karren Karagulian, Lindsey Normington. Duración: 138 minutos. Estreno: el 18 de enero, como apertura del José Ignacio International Film Festival y el 23 de enero en cines locales.
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