Con base en EFE y AFP
"Ustedes son brasileños y no desisten nunca”, le dijo el presidente Lula da Silva al equipo de Aún estoy aquí el jueves, cuando se supo que la película había conseguido tres nominaciones al Oscar incluyendo una histórica en la categoría mayor. Es la primera vez que un film brasileño logra colarse en la categoría máxima.
Fue el último espaldarazo para una historia nacida en Sudamérica y que, con perfil bajo, logró convertirse en una de las sensaciones de la temporada.
“Estoy muy orgullosa de que una historia brasileña haga sentido en el mundo”, dijo por su parte la actriz Fernanda Torres, que se metió en la pelea por el Oscar a mejor actriz y tiene aspiraciones serias tras haber ganado el Globo de Oro a mejor actriz de drama. Torres es hija de la legendaria actriz Fernanda Montenegro, que hace 26 años también estuvo nominada a ese premio por una película de Walter Salles, Estación Central.
“La literatura, la música y el cine son instrumentos para crear memoria pero, sobre todo, son instrumentos contra el olvido”, dijo a Efe el director Walter Salles sobre Aún estoy aquí (Ainda estou aqui). El largometraje narra la historia de la familia Paiva que, como muchas, vio su rutina interrumpida a manos del régimen militar que azotó el país entre 1964 y 1985. En Uruguay se la anuncia para el 20 de febrero.
Compuesta de varias tomas analógicas -algunas grabadas por los propios actores- que permitieron “recuperar la textura de los años 70”, la película busca construir memoria ya que relata “lo que sucede en una dictadura militar a través de la óptica de una familia”.
Para el director de Diarios de motocicleta (la película que le valió un Oscar al uruguayo Jorge Drexler por la canción “Al otro lado del Río), es a través del matrimonio de Rubens y Eunice Paiva y de sus cinco hijos, protagonistas de la película, que se cuenta una historia que “estaba sumergida”.
Ainda estou aqui, basada en el libro homónimo de uno de los hijos de la familia, Marcelo Rubens Paiva, ha llenado las salas de cine brasileñas con más de tres millones de entradas vendidas, pero también abrió un debate sobre la recuperación de la memoria de las víctimas de la dictadura.
A diferencia de otros países de Latinoamérica, como Argentina y Chile que llegaron a sentar en el banquillo de los acusados a sus militares, Brasil negoció una amnistía, lo que hasta el día de hoy genera roces en el seno social y político. “Es, con el tiempo, una amnesia. No crea un marco entre un antes y un después”, dice Salles, para quien la película tuvo éxito ya que presenta “una comprensión precisa de la memoria de aquel periodo”.
Sin embargo, ve que las cosas van cambiando de a poco y que sociedad e instituciones locales van “cuestionando ese olvido colectivo”. Celebra una nueva norma que establece que las víctimas de la dictadura deberán tener en sus certificados de defunción que la muerte fue “antinatural, violenta” y “provocada por el Estado brasileño”.
Para el director, la objetividad de Aún estoy aquí fue un problema ya que conoció a la familia Paiva, por lo que “fueron muchas las capas de memoria” con las que tuvo que lidiar para el guion. Por eso tardó casi siete años en contar más de tres décadas de trayectoria de esta familia residente de Río de Janeiro. El resultado final logra abarcar correctamente sus momentos de “luz, angustia y reinvención”, piensa.
Aún estoy aquí ya ganó el premio a mejor guion en el Festival de Venecia, y se convirtió en la primera película brasileña nominada al Goya a mejor película iberoamericana.
En Brasil, el impacto de la película ha sido tal que la casa en que se rodó la historia se convirtió en un punto de interés para los turistas y curiosos.
Ubicada cerca de una playa en Río de Janeiro y con vistas al Pan de Azúcar, la locación fue “un personaje más de la película”, dijo Salles. El jueves, tras el anuncio de las nominaciones (además de mejor película y mejor actriz, compite por mejor película extranjera), muchos fueron a visitarla para prolongar la alegría.
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