Por Fernán Cisnero
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Todos hacemos lo que podemos, pero este es el momento de Colin Farrell, el actor irlandés que, en algún momento,se creyó que era un mero galancito. Hace tiempo que demostró lo contrario, pero si se andaba precisando certificaciones, la Copa Volpi en el Festival de Venecia, el Globo de Oro y las nominaciones (por primera vez) al Oscar y el Bafta por Los espíritus de la isla pueden ayudar al respecto.
La revista Slate, por ejemplo, tituló: “Agradecemos por el 2022, el año de Colin Farrell”. Allí incluía, entre otros aportes, su irreconocible Pingüino en The Batman, y After Yang, una de ciencia ficción indie, favorita de los críticos. También está en la elogiada 13 vidas, la película de Ron Howard sobre el rescate de unos chiquilines de una caverna tailandesa. Está en Amazon Prime Video.
Pero tanto entusiasmo y reconsideración hacia Farrell es básicamente por su papel en Los espíritus de la isla, un “bromance” ambientado en la Irlanda de hace 100 años, en el que vuelve a trabajar con el director (Martin McDonagh) y su partenaire (Brendan Gleeson) de Escondidos en Brujas.
La nueva colaboración del trío (con nueve nominaciones al Oscar) está muy bien, Farrell está muy bien y se puede ver desde el jueves 2 en Uruguay.
Farrell nació en Dublin, el 31 de mayo de 1976. Primero, siguiendo la tradición familiar, iba para atleta, aunque de adolescente se presentó a una audición para integrar Boyzone, la boy band, que pretendía ser la respuesta irlandesa a Backstreet Boys; no quedó seleccionado. Después de la Gaiety School of Acting, prestigiosa escuela de Dublín, consiguió papeles en cine y televisión.
La primera película que se estrenó en Uruguay que lo tuvo como coprotagonista, de acuerdo a Cinestrenos, fue En defensa del honor, de las olvidables de Bruce Willis. Ese mismo 2002 enfrentó a Tom Cruise para Steven Spielberg en Sentencia previa que era mucho mejor.
Como le pasa a toda estrella del momento, desde ahí la carrera de Farrell tuvo productos del montón (El discípulo con Al Pacino, Enlace mortal, S.W.A.T., y fue el improbable Alejandro Magno en la biopic del conquistador que hizo Oliver Stone). Más prestigiosas fueron El nuevo mundo de Terence Malick y, también Vicio en Miami, la película de Michael Mann que tuvo parte del rodaje en Uruguay.
Ya vamos ahí.
En tiempos recientes, Farrell ha ido combinando proyectos más independientes (estuvo en dos películas del griego, Yorgos Lanthimos) con algunos vinculados a la comedia como Quiero matar a mi jefe o su personaje en Los caballeros de Guy Ritchie). Su presencia ha ido ganando carisma y rango actoral.
Los espíritus de la isla está a mitad de camino. Es una película importante (McDonagh viene de ganar dos Oscar por Tres anuncios por un crimen en 2017) pero que parece a contramano de mucho de lo que se ve en el cine hoy.
Ambientada en una isla frente a la costa oeste de Irlanda en 1922, sigue a dos viejos amigos, Pádraic (Farrell) y Colm (Gleeson), quien abruptamente pone fin a la amistad. Con su hermana Siobhán (Kerry Condon) y el joven raro Dominic (Barry Keoghan), Pádraic inntenta reparar la relación. Los cuatro están nominados al Oscar.
“Pádraic es un buen tipo”, explica Farrell en las notas de producción. “Un tipo bueno, simple, al que no le preocupan demasiadas cosas. Mientras los animales estén alimentados, y él tenga algunos centavos en el bolsillo para poder tomarse unas cervezas y conversar con su amigo Colm todos los días, está contento. Mientras eso suceda, la vida para él es estupenda”. Cuando eso se altera, se desata la tragedia.
Una estrella en Uruguay
Ahora sí. Farrell estuvo dos semanas en Uruguay en diciembre de 2005, en un gran momento de su carrera.
“Era un tipo normal”, recuerda Andy Rosenblatt, director de Metrópolis, la productora local que participó en Vicio en Miami, la película de Michael Mann que tuvo rodaje en Montevideo y Atlántida. “Un tipo muy concentrado en el trabajo”.
El encargado del día a día de Farrell en Uruguay fue Guillermo Lockhart, quien coordinaba su agenda y lo acompañaba en muchas actividades. El actor vino con sus dos hermanos.
“A nivel laboral fue una de mis mejores experiencias”, le cuenta Lockhart a El País. “Descubrí que detrás de una estrella de Hollywood había un ser humano muy humilde: me trató como si fuera parte de su familia y siempre me saludaba con un abrazo”.
Lockhart lo recuerda trabajando con una coach vocal para transformar su cerrado acento irlandés en americano. También concentrado ensayando la coreografía que bailó con Gong Li, la otra estrella que rodó acá. Esa escena se filmó en lo que hoy es el McDonald’s del Parque Rodó, que hacía de boliche en el malecón de La Habana.
El creador de Voces anónimas lo llevó a comer a la Ciudad Vieja y a correr karting, un antojo del actor. “La gente se lo cruzaba y no lo identificaba porque estaba muy diferente con bigotes y pelo largo”, recuerda. Farrell —quien lució un poncho y un gauchesco cinturón de monedas que le regalaron— le dijo que cuando se retirara podría venirse a vivir acá. Así de mucho le gustó y así de bien lo tratamos.
Aunque su momento se habló de un quebranto de salud provocado por algún exceso (Infobae habló de “sobredosis”), ni Rossenblatt, ni Lockhart —quien lo dejaba en el hotel a la noche y lo recogía a la mañana— dicen saber nada al respecto. Nunca llegó tarde al set y se aplicó a un cronograma ajustado.
“Veinte años después sigo sin tener la posibilidad de decir algo al respecto”, dice Rossenblatt. “Digamos que es una leyenda urbana”.
De esa clase de cosas también se hacen estrellas tan grandes como Colin Farrell.