¿Cómo es "Blonde", la película con Ana de Armas y que llega el miércoles a Netflix?

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Rubia

CRÍTICA

Considerada una de los eventos cinematográficos del año, es un cruel repaso a la vida de la hermosa, talentosa y conflictiva estrella de Hollywood.

Rubia
Ana de Armas como Marilyn Monroe en "Rubia"

Era la mujer más linda del mundo y tuvo la vida más triste del mundo. La belleza de Marilyn Monroe era tal que su imagen se mantiene intacta, en su erotismo inocente, como uno de los hitos culturales del siglo XX.

Esa construcción desde el poster (su vestido a merced del subte neoyorquino, por ejemplo) y el paso del tiempo han hecho olvidar, quizás, que Marilyn -su fama es de esas que solo alcanza el nombre de pila- fue mejor actriz de lo que se pensaba y que estaba ganada por una tristeza imposible.

De lo peor de esa vida se encarga Andrew Dominik en Blonde (a la que nos referiremos como Rubia, su título en español) su adaptación de la monumental novela de Joyce Carol Oates sobre la vida de la actriz, que se estrena este miércoles en Netflix. Es una película cruel y, eso sí, muy vistosa.

Considerada -con cierta razón- por su campaña de marketing como uno de los eventos cinematográficos del año, su estreno fue un acontecimiento en el último festival de Venecia. Tenía todo para serlo.

Por ejemplo, el hecho que su protagonista, la cubana Ana de Armas, sea una de las estrellas del momento y esté aquí ante su mayor desafío; lo sortea con creces y es, por lejos, lo mejor del asunto.

Dominik, quien es australiano, ha construido una carrera de alta gama que suele generar expectativa, como si el mundo se olvidara que, como director, promete más que lo que da. De eso padecían, por ejemplo, El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford y Mátalos suavemente, dos de sus títulos más conocidos.

En ambos estaba Brad Pitt, uno de los productores de Rubia que aportó presencia, apoyo y farándula en la alfombra roja veneciana. En la banda sonora, además, vuelven a estar Nick Cave y Warren Elllis, viejos compinches del director que, por lo visto, es muy respetado por gente muy respetable.

Dominik había estado detrás de la adaptación de la novela de Oates desde por lo menos unos 10 años. Eso explicaría cierto regodeo en la presentación visual y un metraje que se acerca peligrosamente a las tres horas. Hay una versión más larga que tuvo que sensatamente reducir.

En ese rato, se acumulan la mayor densidad de desgracias posibles sobre la pobre Marilyn, nacida como Norma Jeane y con una infancia terrible. La cronología es conocida: una madre esquizofrénica que la quiso matar; un padre ausentísimo; un tormentoso ascenso en Hollywood; matrimonios frustrantes con el beisbolista Joe Di Maggio y el dramaturgo Arthur Miller; un amorío con el presidente John Fitzgerald Kennedy; se suicidó a los 36 años en 1962 tras una mala noche de barbitúricos y un infructuoso pedido de auxilio.

En su fugaz carrera como actriz figuran clásicos de Hollywood como Una Eva y dos adanes y La comezón del séptimo año, grandes papeles de comedia. Películas como Almas desesperadas, Almas perdidas, Los inadaptados o incluso Torrente pasional revelaban, sin embargo, una intensa profundidad para el drama.

Le tocó en el sorteo divino, una de las combinaciones estructurales más bendecidas. Su resaltada figura curvilínea, su pelo peroxidado, su rostro redondo terminado en una boca sensual, fueron una revolución sexual envasada en una niña triste. Todo esos ítems (su frágil psicología, su carrera artística y su sensualidad) son atendidos por Dominik con esmero. Se reconstruyen sets, escenas de películas (en algunas el rostro de De Armas es introducido por la novedosa técnica del deep fake) y las fotos más representativas de la actriz. Es una sucesión de postales.

En el medio de ese interesante aunque tal vez polémico recurso, está Marilyn sufriendo de sus demonios personales. El principal es un aborto y un feto que le habla (sí, eso), un recurso que ha enojado -atendiblemente- a algunas espectadoras. La escena del aborto es terrible.

Principalmente Marilyn es presentada como la presa en un coto de caza masculino llamado Hollywood. Los hombres son monstruosos, abusadores, extorsionadores, violentos, y ese era el catálogo en el que la actriz buscaba sustituir la figura de su padre (se refería a todas sus parejas como “daddy”), quien es una presencia fantasmal en la película. Fue la víctima de un mundo abusivo, feísimo.

Cambiando, caprichosamente, de formato y del color al blanco y negro, Dominik vuelve a demostrar una gran capacidad como puestista. Acá lo ayuda, la fotografía de Chayse Irvin (Lemonade) en su primer proyecto así de grande y al que aporta una paleta que sabe ser luminosa, onírica o profundamente oscura. El diseño de producción de Florencia Martin incluye una reconstrucción de época con réplicas de los vestuarios icónicos de la actriz.

Muchos han destacado y con razón que Rubia parece víctima de lo que critica: está más cerca de la explotación que la empatía al insistir sobre cosas que, de antemano, parecen conocidas por todos. Que lo haga durante tres horas lo pone a la altura del ensañamiento. La escena, por ejemplo, de su encuentro, drogada, con JFK, es desagradable e innecesaria.

Convertida en una víctima -y llorando en dos tercios de la película, o sea dos horas- De Armas es una verdadera revelación capaz de mantener intacto el espíritu de esa Norma Jeane escondida detrás de esa construcción que dio en llamarse Marilyn.

Rubia hace poco por ir más allá de eso. Y eso es un verdadero problema. Un poco de clemencia hubiera ayudado a entender mejor un personaje así de complejo, así de fascinante.

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