CRÍTICA
Este jueves se estrenó en cines uruguayos la película que retoma situaciones y personajes que han estado rondando el Universo Cinematográfico de Marvel desde la primera "Iron Man"
Shang-Chi es un personaje menor en una mitología sobrecargada de personajes enormes. De hecho, en The Marvel Encyclopedia se le dedica un cuarto de página. Su entrada tiene bastante menos despliegue que la de, por ejemplo, She-Hulk, que tiene casi toda una página para ella.
Sin embargo, ahora, ese maestro del kung fu e hijo de Fu Manchu, con quien mantiene un vínculo, digamos, shakesperiano, tiene su propia película. ¿Y dónde está la de She-Hulk, eh? Bueno, justo acaban de anunciar una serie con ella, pero ese no es el punto.
Habrá varias razones para este coyuntural destaque de uno sobre el otro, pero para el espectador ocasional y poco dedicado al Universo Marvel, pueden resumirse en una cuestión crucial en la actual industria del cine: el mercado chino.
Shang-Chi y la leyenda de los 10 anillos, que ayer se estrenó exclusivamente en cines en todo el mundo (y esta vez eso incluye a Uruguay) es, de hecho, un buen diagnóstico del actual panorama.
Al igual que Mulan —de esa nave nodriza que es Disney—, está más cerca de las tradiciones cinematográficas chinas, su iconografía y de las demandas de la audiencia de ese país que del cine de acción occidental, del que las películas de Marvel siempre fueron un espectacular representante moderno.
Un reciente artículo de la revista Variety hacía notar la preocupación de los grandes estudios por el distanciamiento que se ha generado entre sus productos y el público chino. Eso se debe, conjeturemos, a que el cine local alcanzó un nivel de producción indistinguible del de Hollywood, con su propio sistema de estrellas y con referencias culturales mucho más cercanas a la ebullición social y económica que está atravesando China.
Todo eso resulta en un sincretismo cinematográfico que Shang-Chi resume adecuadamente, en su combinación de cine de superhéroes con la tradición del wuxia, el género de artes marciales muy taquillero en China y que de este lado conocimos con la vistosísima El tigre y el dragón de Ang Lee.
Eso incluye una tendencia a una acrobacia coreográfica e irreal en las escenas de acción, un código ético que respeta la tradición y una superficialidad de cultura de masas.
En Shang-Chi y la leyenda de los 10 anillos, el papá de nuestro héroe es Mandarin (Tony Leung), un hombre poderoso e inmortal (al que se había conocido en la tercera Iron Man) quien está en posesión de los 10 anillos, una herramienta impresionante para hacer el bien o el mal pero que él quiere usar para ir a rescatar a su finada esposa de su pueblo natal, un paraíso en una realidad paralela. Y también para hacer algunas maldades.
Lejos de esas ambiciones paternas, Shang Chi (Simu Liu) vive una vida algo sin futuro en San Francisco junto con su amigovia Katy (Awkwafina) haciendo valet parking para así poder dar una vuelta a toda velocidad en autos carísimos y ajenos. Cuando unos sujetos con pinta de trabajar para un villano poderoso (incluyendo un matón con un brazo que es una espada) los atacan en un ómnibus y le roban un colgante, se da cuenta de que su hermana, Xia Ling (Meng'er Zhang) está en peligro. Hay que ir a Macao para un reencuentro.
Es todo un plan de Mandarin quien necesita los dos colgantes para abrir un portal que lleva a esa pequeña aldea a la que bien podrían llamar la Wakanda asiática. Allí está Jiang Nan (Michelle Yeoh), la tía de nuestro protagonista. Van a defender su posición ante un ejército invasor y un dragón malísimo y sus soldados dragones malísimos.
La acción, porque puede ser importante, transcurre después de Avengers Endgame y en la escena de entrecréditos del final se establece un vínculo más directo con la saga principal.
O sea que, como pudo percatarse, si no le interesa esta clase de películas, no haga el esfuerzo. Esto es puro artificio como lo delata el uso exagerado de escenarios y efectos generados por computadora, una característica que el director Destin Daniel Cretton utiliza a su favor para dar un aire de fábula y de historieta al producto.
Y así, con un par de escenas de pelea construidas con esmero (en un ómnibus desaforado en San Francisco, por ejemplo), con Akwafina robándose todas sus escenas y con Ben Kingsley repitiendo aquel engreído actor de Iron Man 3, algunos amortizarán ese par de horas dedicadas a algo que está más cerca (ética y estéticamente) de un dibujo animado que de una película hecha y derecha.
Y en eso Martin Scorsese sí que tenía razón. ¿Esto es cine?