Zona de interés es, según Steven Spielberg, la película más importante sobre el Holocausto que vio en su vida; lo dice quien dirigió La lista de Schindler, la ficción más importante sobre el genocidio nazi.
Dirigida por el británico Jonathan Glazer, Zona de interés (que también cuenta con el respaldo del Museo Estatal de Auschwitz Birkenau, que aporta locación) se estrena el jueves y representa a Gran Bretaña en la categoría de película internacional en los Oscar, para mala fortuna de La sociedad de la nieve, la nominada que los uruguayos sienten como local. Lo mismo le pasó a Argentina 1985 contra Sin novedad en el frente.
Como ese antecedente, Zona de interés escapó del coto de esa categoría y tiene otras cuatro nominaciones: mejor película, mejor guion adaptado (de Glazer sobre novela de Martin Amis, en lo que es más una inspiración que una adaptación), mejor director y mejor sonido, un rubro en el que destaca particularmente.
Tiene a Oppenheimer enfrente, por lo que le va a costar llevarse algo de las categorías principales. Que eso no engañe: es de las más importantes del lote de la llamada temporada de premios. Gran película.
La novela de Amis (que es de 2014 y en Uruguay se conoció a través de Anagrama) era, según la dura crítica del New York Review of Books, “una historia de amor en Auschwitz, entre el personal de las SS del campo de concentración y sus esposas”. Se preguntaba si el desafío de Amis había sido “escribir sobre amor y sutil ternura compartida por los dueños de tremendo infierno, sin que la ficción se derrita en el calor, perdiendo credibilidad y colapsando en un pozo”. El cronista, Neal Ascherson, concluía que era posible, pero que Amis no lo había conseguido.
Glazer, quien corre el mismo riesgo pero sale mejor parado, le dio otra seriedad ya marcada desde el comienzo a pantalla en negro que anuncia un viaje hacia el infierno. Concentró la historia en un personaje real, Rudolf Höss (Christian Friedel), el comandante del campo de concentración de Auschwitz y responsable de la muerte de más de un millón de personas.
Zona de interés —el área de exclusión que rodeaba a los campos— sigue las rutinas laborales y familiares de Höss junto con su esposa, Hedwig, una Lady Macbeth sin cargo de conciencia construida con convicción por Sandra Hüller (nominada por Anatomía de una caída). Tienen cinco hijos y ella se encarga de la casa, con ayuda de la mano de obra barata de los prisioneros del campo y las muchachas locales. Se apropia de la ropa de las prisioneras y de sus joyas, mientras él participa en reuniones que ejemplifican la burocracia del mal.
Son la personificación del sueño nazi: un clan nacionalsocialista en la pastoral belleza de Polonia, su lugar en el mundo. Su vida es de una cuidadísima reconstrucción histórica.
“Quería desmantelar la idea de que eran anomalías casi sobrenaturales”, le dijo Glazer al New York Times en un artículo titulado “¿Cómo el cine puede encarar el tema del Holocausto?”. “Esa idea de que vinieron del cielo y se volvieron locos, pero gracias a Dios no somos nosotros y nunca volverá a suceder. Quería mostrar que estos fueron crímenes cometidos por los vecinos del apartamento de al lado”.
La cita -y la película- remiten a la cuestión de banalidad del mal con la que Hannah Arendt explicaba la distancia entre los actos y el horror que encontró en Adolf Eichmann, el superior directo de Höss.
Glazer deja el Holocausto en el fuera de cuadro, limitándolo a la silueta de las barracas, el humo de las chimeneas y principalmente, a los diegéticos ecos de gritos, trenes, balazos y el colchón sonoro de los hornos crematorios. El diseño de sonido, que incluye una inquietante música de Mica Levi, es de Tarn Willers y Johnnie Burn, y es de Oscar.
El sonido está tan presente que funciona como un recordatorio de una masacre. Y la hace aún más terrible. En un momento uno de los hijos de Höss cree identificar el canto de una garza, indiferente de los ruidos de dolor que vienen del campo. El rumor doméstico de perros y niños llorando se confunden con los que llegan de al lado. El resultado es aterrador. No es una película fácil.
La fotografía del polaco Lukasz Zal hace un uso notable del plano fijo. Está filmada con varias cámaras (muchas ocultas) y los actores están solos sin nadie del equipo técnico rodeándolos, lo que permite mayor autenticidad. La luz es siempre natural y la frialdad es palpable.
Es una maravilla técnica y parte del estilo de Glazer, probablemente el director británico más importante de este siglo con Christopher Nolan, su competidor en los Oscar.
Su carrera abarca cuatro largometrajes en 23 años. Su ópera prima, Sexy Beast, era una comedia policial con personajes bien británicos con Ryan Winstone y Ben Kingsley; los críticos la adoraron. Siguió con Birth, una de suspenso sobrenatural con Nicole Kidman como una viuda acosada por un niño que sería la reencarnación de su finado marido.
Under the Skin, que es de 2013, era una inquietante y algo hermética historia de sexuada ciencia ficción, con Scarlett Johansson como una extraterrestre en Escocia en busca de presas masculinas. Fue una de las grandes películas de su año, una estrambótica experiencia visual. Algo de eso hay en esta, su obra más ambiciosa.
“No es una película sobre el pasado”, le dijo Glazer a The Guardian sobre Zona de interés. “Es sobre el ahora, y nuestra similitud con los perpetradores, no con las víctimas”.
Y eso la hace aun más inquietante.
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