Disney presentó su nueva adaptación Live Action de uno de sus clásicos animados pero, entre otras cosas, le falta Robin Williams
Es un blanco fácil esto de criticar que Disney esté haciendo en “live action” (o sea con actores), algunos de sus clásicos animados. Lo primero que surge es qué necesidad de hacerlo pero las razones son más económicas, se supone, que artísticas así que conviene no meterse en eso. En todo caso, Aladdin es una nueva entrega de una estrategia que se continuará de aquí en más con Mulan, La espada en la piedra, El jorobado de Notre Dame, Lilo y Stitch y La sirenita, entre otras. Habrá de esto para rato.
No es que el asunto esté necesariamente mal (funcionaba muy bien en El libro de la selva, La cenicienta y en la reciente Dumbo) aunque a veces puede carecer absolutamente de gracia (Alicia en el país de las maravillas, La bella y la bestia). Aladdin está más cerca de esta última categoría.
Quizás se deba a que en los mejores ejemplos de la tendencia había directores interesados en imponer su estilo (Tim Burton, Kenneth Branagh, Jon Favreau), una inquietud que Guy Ritchie dejó olvidada en algún lugar entre Rockanrolla y Sherlock Holmes y de eso hace ya 10 años. Su primera película para Disney es impersonal. No es que la principal atracción de esta clase de películas sea la personalidad de su director, está claro, pero ayudaría un poco.
Esta Aladdin la tenía difícil porque la original de 1992 es uno de los clásicos de la firma gracias, en buena medida, a la espontaneidad de Robin Williams dándole voz al genio de la lámpara. Ese papel acá lo cumple el más medido Will Smith que está bien.
La historia es la misma que, con algunas variantes ha estado en la vuelta desde los tiempos de Las mil y una noches y de eso hace 400 años y es una réplica de la versión animada. Aladdin es un ladronzuelo bueno que se flecha con la princesa Jazmín, se cruza con la lámpara y le pide a un genio piola que lo convierta en príncipe como una manera de conquistarla; eso le cuesta uno de los tres deseos que exige el protocolo. Tras esa lámpara está el malvado Jafar, el visir del sultán que quiere su poder para cosas malignas y, por lo tanto, imposibles en este universo. A Aladdin, lo acompaña Abu y hay una doncella simpática que se enamora del genio aunque es azul y sus extremidades inferiores son de humo.
A eso, Ritchie le agrega poco e incluso los grandes momentos (el encuentro entre el genio y Aladdin, por ejemplo) quedan como insulsas. Usa las mismas canciones aunque su efecto, sin la sorpresa de antes, no suele ser el mismo.
Hay algo de animación, igual, en el diseño de producción. La ciudad es una maqueta poco inspirada y las actuaciones (Mena Massoud como Aladdin; Naomi Scott como Jazmín) son del mismo cartón piedra.
Poco van a importar todas estas amargadas disidencias: Aladdin tiene un público cautivo de padres que van a compartir con sus hijos, uno de los momentos clásicos de su infancia. Pero capaz que conviene mostrarle la original.
Director: Guy Ritchie. Guion: John August y Guy Ritchie. Director de fotografía: Alan Stewart. Música: Alan Menken. Edición: James Herbert. Diseño de producción: Gemma Jackson. Vestuario: Michael Wilkinson. Con: Will Smith, Mena Massoud, Naomi Scott, Marwan Kenzari,Navid Negahban, Nasim Pedrad.