CRÍTICA

Está claro que este El escuadrón Suicida es mejor que aquel Escuadrón Suicida de 2016, pero no se precisaba mucho. Por lo visto bastaba con un director más avispado y volverla a hacer.

No es que esta nueva sea la gran cosa pero James Gunn, que la escribió además de dirigirla, le da un tono un poco más fresco y divertido. Es lo que mostró en Guardianes de la galaxia, la saga que muchos ven como su obra magna. Hay quienes lo mencionan como el Lucas o el Spielberg de esta generación pero, sin pecar de anciano, suena exagerado.

Su Escuadrón Suicida es medio entreverada y quizás haya que estar acostumbrado a su lenguaje para entender las intenciones y las causas y efecto que mueven su historia. Implican a un grupete de villanos reunidos para la ocasión por la severa Viola Davis para cumplir una misión suicida, valga la redundancia.

En el grupo están Bloodsport (Idris Ebra) y Harley Quinn (Margot Robbie), una comadreja, un tiburón antropomórfico con la voz de Sylvester Stallone y una innecesaria manada (¿se dice así?) de ratas.

Todos van a dar a Corto Maltés, una isla en América del Sur, con el nombre más encantador del mundo y que, claro, es un homenaje al personaje de Hugo Pratt. Por el acento y algunos localismos (un llavero de Mafalda y alguien dice “boludo”, por ejemplo) sus habitantes parecen argentinos pero no está especificado.

Con ese escenario y con un villano (intepretado por Peter Capaldi) y su ejército de estrellas de mar (es parte del chiste), Gunn desarrolla un par de ideas visuales interesantes y un poco sangrientas de más. En algunos momentos, la sangre salpica la cámara como para dejarnos claro que tanto gore es de gusto.

Con todo eso, más allá de que mejoró y revitalizó la franquicia, esta Escuadrón Suicida no conquistará nuevos públicos pero con lo que tiene le alcanza para llenar el ojo de los feligreses de siempre.