Los asesinos de la luna es una película colosal. A eso aporta mucho su duración: se lleva 206 minutos (un poquitín menos de tres horas y media) de la vida de la gente. Es más que mucho del cine actual, que tiende a las películas de largo aliento: Oppenheimer, que es igual de importante e imponente, dura 180 minutos.
Es un poco más corta, eso sí, que El irlandés, la anterior película de Martin Scorsese que requería de tres horas y media exactas. Y se veía excesiva.
Ese dato viene al caso porque Los asesinos de la luna es un proyecto de Scorsese, uno de los grandes maestros del cine americano. Aunque solo ganó un Oscar (por Infiltrados, que era una adaptación de una película china), en su filmografía se incluyen hitos como Taxi Driver, Toro salvaje, Buenos muchachos, La edad de la inocencia, Casino, Pandillas de Nueva York y El lobo de Wall Street.
Esa lista es canónicamente aprobada y deja afuera algunas de sus más grandes obras, como las favoritas personales Después de hora, El rey de la comedia y Silencio. Cada uno agregará las suyas.
Con esa obra, Scorsese es, entre otras cosas, el director en activo más importante (junto con Paul Schrader, guionista de Taxi Driver) de su generación, la del Nuevo Hollywood, y un continuador cinéfilo de la tradición del cine clásico americano. Es una figura al nivel de sus admirados John Ford, Howard Hawks o David Lean, cuyo porte se hace notar en Los asesinos de la luna.
Scorsese tiene 87 años y, considerando el tiempo que le lleva cada proyecto, hay quienes piensan que podría ser su última película. Las bocas se les hagan a un lado.
Es colosal también por eso, y porque es la primera con sus dos actores identitarios: Robert De Niro (es su novena película juntos) y Leonardo DiCaprio (la sexta). Para quienes gustan de esa clase de datos, De Niro y DiCaprio no compartían elenco desde Mi vida como hijo que es de 1993.
Los asesinos de la luna comparte algunas de las inquietudes con las que suele definirse la carrera de Scorsese. Es básicamente una historia de mafiosos, un subgénero con el que se lo suele identificar y limitar. Ha hecho películas de todo tipo.
Scorsese es un director política y esta es otra historia sobre la cultura de la violencia en Estados Unidos, las consecuencias del capitalismo a través de un héroe dañado que atraviesa un camino de imposible redención. En cierto sentido Ernest Burkhart (Di Caprio) es Henry Hill, el protagonista de Buenos muchachos siempre víctima de la tentación.
El escenario, esta vez, no son los andurriales italoamericanos de Nueva York en la década de 1960, sino Oklahoma entre 1918 y 1931. La ubicación espacial y temporal es pertinente porque es una historia real ocurrida en las tierras de los Osage, la tribu nativa americana que se hizo millonaria repentinamente cuando se descubrió la riqueza petrolera de su tierra. Tercerizaron el proceso en hombres de negocios blancos, aquí representados por William Hale, el autoproclamado rey del lugar que interpreta Robert De Niro, con aspecto de patriarca.
Es un villano de una sola pieza, haciéndose amigos de los nativos y de los forasteros, un atributo a menudo asociado a los mafiosos o a los políticos. El rey tiene de ambos rubros.
La plata siempre trae problemas -dicen los que la tienen- y la riqueza osage atrajo a buitres de toda calaña y calibre. Los nativos se pavoneaban con sus chóferes mientras eran, literalmente, diezmados por la recién llegada ambición humana.
En puro modo Shakespeare, Hale se agencia a Ernest, que es su sobrino y que acaba de llegar de la Gran Guerra. Rústico y algo dañado por el frente de batalla, se convierte en uno de sus matones. Otra tarea es seducir y hacerse con la dote de Mollie Kyle (Lily Gladstone), una nativa heredera y soltera, una maravilla de personaje.
Porque, Los asesinos de la luna es, principalmente, una de amor: Ernest y Mollie están enamorados, aunque la lealtad del hombre de la casa sea hacia los intereses de su tío.
Como para aliviar la sucesión, Hale y Ernest se van encargando de posibles competidores. El guion de Eric Roth (Oscar por Forrest Gump) y el propio Scorsese -basados en un best seller de no ficción de David Grann- acumula asesinatos en cantidades incluso altas para el director.
Un investigador del recién formado FBI (interpretado por Jesse Plemmons) intentará poner algo de civilización en ese paraje fronterizo. Ese personaje estaba más desarrollado en el libro de Grann y originalmente iba a ser, interpretado por DiCaprio, el protagonista. Aquí solo es el motor del desenlace. Los crímenes fueron el primer caso exitoso de J. Edgard Hoover; se incluye el juicio que provocó con apariciones de Brendan Frasier y John Lithgow. Buenos muchachos también terminaba en un tribunal.
Los asesinos de la luna es colosal, además, porque todos los rubros técnicos son de alta gama. La fotografía renacentista y paisajista, por ejemplo, es de Rodrigo Prieto, el mexicano que ya trabajó en El lobo de Wall Street y El irlandés, por las que estuvo nominado al Oscar.
El diseño de producción es de Jack Fisk, nominado por El renacido y Petróleo sangriento, en su primera colaboración con el director. La música es de un viejo colaborador y compinche, el recientemente fallecido Robbie Robertson, y la edición de Thelma Schoonmaker, que es parte de la marca de agua de Scorsese.
Varios de esos rubros -además de la dirección y un par de actuaciones: Gladstone debería estar allí- seguro van a estar nominados en los Oscar.
Las comparaciones son odiosas y más entre maestro y alumno, pero el capitalismo petrolero parece mejor contado en Petróleo sangriento de Paul Thomas Anderson. Las puertas del cielo de Michael Cimino, que concretaba mejor sus aspiraciones de ser un fresco histórico bien americano. Scorsese va por eso.
A pesar de su duración Los asesinos de la luna es austera, confiando el peso de las escenas al contenido más que a la forma, que resulta bastante tradicional.
Está diciendo un montón de cosas, además, sobre depredaciones, arrebatos, violencia y la inconcebible capacidad del mal. Son temas propios.
Una escena final, incluso, habla del papel del cine (y del propio director) en la construcción de pasado. Los asesinos de la luna está a mitad de camino entre la leyenda y la verdad, en la dicotomía fordiana.
Scorsese es el gran narrador americano y aun en sus excesos (la duración, claro) su nueva obra se integra perfectamente a su universo y su estilo. Porque vengan más como esta.