Estreno

Del dúo de directores surgidos en la década de 1990 y que marcaron con su cine una identidad británica que se hizo símbolo global de “tener onda”, Guy Ritchie es el menos confiable. El otro, Danny Boyle, que aportó Trainspotting, tiene una obra irregular en la que fue madurando ideas y maneras de contarlas en películas correctísimas como Quien quiere ser millonario, 127 horas, Steve Jobs y hasta la segunda parte de Trainspotting. Tiene de las otras, también.

Ritchie patentó una fórmula, que resultó más fugaz y recurrente en su carrera, con películas como Juegos y trampas y dos armas humeantes y Cerdos y diamantes que probablemente sean lo mejor que ha hecho. De ahí en más repitió el chiste (en Rockanrolla, que tiene sus fanáticos) o lo convirtió en un atisbo de personalidad en la saga de Sherlock Holmes o en Rey Arturo antes de hacerla desaparecer en Aladdin, que no parece a la altura, incluso, de sus antecedentes.

Quizás por eso, Los caballeros que está escrita, dirigida y producida por él, tenía todo para jugar sobre terreno seguro y, se supone, es lo más autoral a lo que puede llegar Ritchie.

Acá está todo en su lugar: un elenco fuerte de figuras masculinas (Matthew McConaughey, Colin Farrell, Charlie Hunnam, Jeremy Strong, Hugh Grant) que aportan la dosis de testosterona que precisa el cóctel. Hay una historia con lujo de bajo fondo en el que se mueven personajes de moral discutible pero que se visten con una elegancia de revista The Face de fines de la década de 1990. Hay un par de chistes y situaciones divertidas aunque no muy ocurrentes y quizás ofensivas.

Es la historia de Mickey Pearson (McConaughey), el rey de la marihuana en Londres que ahora pone a la venta su instalaciones secretas y la infraestructura que incluye contactos con la nobleza británica. Hay un comprador poco confiable y otros que quieren arruinar el negocio. La historia es contada, como un guion, por un periodista inescrupuloso (Grant, empalagoso) a un matón/consiglieri (Hunnam) que vendría ser el peso moral de una historia amoral.

Lo más interesante y novedoso es la idea de una película dentro de una película, y que incluye una visita a los estudios Miramax, que financian el proyecto. Hay, además, un uso apropiado de una banda de sonido que recurre al rock y al northern soul para dar contexto y, aun, un poco más de onda a todo este invento.

Perdida la novedad de aquellas primeras películas a la que está reciclando, Los caballeros es, más allá de los reparos, una película pasatista, violenta que pretende jugar con algunos convencionalismos del género pero, eso sí, sin llegar a la autoparodia, lo que hubiera estado bueno.