Son poco más de las siete de la tarde. Suena de fondo la banda sonora de Michael Giacchino y emprendo viaje hacia el lugar de encuentro. Pienso durante el camino en una entrevista publicada en el diario español 20 Minutos allá por 2012, en la que Juan Antonio Bayona explicaba por qué, en su recién estrenada Lo imposible, el título de la película aparecía al final. Quería retratar “la supervivencia como una victoria, pero también algo más doloroso”. Que el título no predispusiera al espectador, sino que lo que hubiera visto le diera significado al nombre elegido. Y vaya si cobró sentido que repitiera la fórmula con La sociedad de la nieve.
Llego a Reducto Audiovisual Hub, el hogar de Cimarrón Cine y cuna de tantas producciones cinematográficas hechas en Uruguay en los últimos años. El ambiente es de fiesta: comida rica en la entrada y una pantalla gigante al final del pasillo, como si lo importante no fuera una entrega de premios, porque el verdadero premio es recibir ese abrazo de bienvenida cuando llegás a casa después de un largo viaje.
Productores, camarógrafos, iluminadores, extras, periodistas… Todos se hacen un lugar frente a la pantalla para ver los Oscar 2024 y, en concreto, el anuncio de la primera nominación que tiene La sociedad de la nieve en esta noche especial. Antes, informan que Bayona —“Jota” para los presentes— dejó un mensaje para los que vemos la gala desde Buenos Aires y Montevideo.
“Muchas gracias por reuniros todos para ver la noche de los Oscar. Una noche para celebrar todo lo que hemos conseguido. Es increíble. Pensad que nosotros ya hemos ganado. Han visto la película más de 200 millones de personas en todo el mundo. La película ha funcionado a la vez en Netflix y en los cines. Hemos conseguido muchísimos premios, pero sobre todo, hemos conseguido que se creara un fenómeno alrededor de esta historia, que volviera a estar en primera línea. Que la gente volviera a interesarse por estos personajes”, dice en un video “casero”.
“Esta noche está muy complicado (ganar), pero era mucho más complicado todo lo demás que hemos conseguido y lo hemos hecho. Es un honor haber hecho esta película, la vamos a celebrar siempre. Lo de esta noche es el punto final para demostrar lo increíble que ha sido. A celebrar, pase lo que pase”, cierra el director.
Desde el Dolby Theatre de Los Ángeles, Catherine O’Hara y Michael Keaton repasan las películas nominadas a mejor maquillaje y peluquería. Ni bien aparece el rostro de Enzo Vogrincic —Numa Turcatti en la película—, aquí se escucha un “¡Vamos nosotros!” que el resto acompaña con aplausos. El premio, sin embargo, va para Pobres criaturas. Pero el ánimo no decae. Todavía queda una nominación y la celebración, “pase lo que pase”.
Aunque todos seguimos la ceremonia con entusiasmo dispar, las miradas no se apartan del centro de la sala. En una gran fila de sillones, frente a la pantalla, hay un clima de reunión familiar. Se abrazan, se ríen y, sobre todo, suspiran los familiares de aquellos que nunca volvieron de la montaña. Están Stella Pérez del Castillo —hermana de Marcelo Pérez del Castillo, capitán de aquel equipo de rugby de los Old Christians de 1972—; Teresita Vázquez, hermana de Fernando Vázquez Nebel; tres hermanas de Rafael Echavarren; un hermano de Francisco Nicola y el músico Alejandro Ferradás, sobrino del piloto Julio César Ferradás. También uno de los sobrevivientes, Gustavo Zerbino, que hoy sonríe de oreja a oreja con el abrazo de cada uno de sus hijos, nueras, yernos y amigos.
Y finalmente llega el momento más esperado. Bad Bunny y Dwayne Johnson anuncian las nominadas a mejor película internacional. “¡Vamos!”, se anima a gritar un presente y crecen los aplausos y silbidos. “The Zo…”, dice el presentador y a más de uno se le acelera el corazón por lo cerca que está de pronunciar The Society of the Snow. Pero no. Cierra completando “The Zone of Interest” y es la señal de que la favorita de la categoría —británica, de Jonathan Glazer— se lleva la estatuilla a casa. Así termina el viaje de La sociedad de la nieve en esta ceremonia.
Hay tristeza, pero también alivio. Me acerco a Stella Pérez del Castillo, con quien esta historia me reencuentra vez tras vez, para saber qué significa para ella esta película, este momento. “Para mí es la única película. Es una película hecha con el corazón, que le da un rostro y nombre a cada uno de los que iban en ese avión”, me explica. Cuenta que al principio no quería verla, que justo se animó en la proyección en Venecia, que la sintió como si le pasara un camión por arriba, pero “a la vez como el inicio de una nueva vida”. “Ver a mi hermano y cómo actúa, cómo trabajó, la angustia y responsabilidad que sentía, y después la muerte en paz… En paz”.
Me cuenta de la felicidad que siente porque la película le haya dado tanta visibilidad a la biblioteca Nuestros Hijos, “tabla de salvación” de las madres de los que no volvieron.
“Fue muy increíble y sanador. Pero también muy abrumador. Voy a ver el Oscar y después cerramos una etapa”, dice Stella, justo cuando se acercan las hermanas Echavarren y Teresita Vázquez. Todas me abrazan afectuosamente y concuerdan con que esta noche “es un broche de oro”. “Emocionalmente fue desgastante, había noches que estaba sobregirada de emociones”, dice Teresita, y las demás asienten. Después de este suspiro grupal, me piden permiso para tomarse una foto juntas y retirarse a descansar.
Aunque la ceremonia avanza y las categorías “más importantes” todavía no se anunciaron, el ambiente en la sala ya cambió radicalmente. Unos pocos siguen con entusiasmo la entrega de los Oscar; la gran mayoría se agrupa afuera para comer, brindar por la noche preciosa y abrazarse. Abrazarse mucho.
Aprovecho, antes de sumarme a la fiesta paralela, para pedirle a Gustavo Zerbino si me concede unos minutos. Y nos sentamos. Primero a respirar con alivio, y luego a reflexionar en lo que significa llegar al final de este viaje.
“Estoy triste por Bayona y la gente que trabajó en esta película. Pero para mí un Oscar no significa nada. Estoy feliz porque mañana no me van a llamar para saber qué siento que ganamos un Oscar”, dice con humor. “Fue muy duro ver cómo la gente se emocionaba, se nos acercaba, nos abrazaba. Te hace vibrar a una frecuencia tan alta, que te agota. Lo que hemos hecho todos para compartir nuestra historia fue mucho más duro que cuando volvimos de los Andes. Porque antes no había teléfonos, ni redes… Estoy agotado, pero feliz y agradecido porque estoy vivo”.
Después de los abrazos, las risas, las lágrimas, el murmullo se va apagando. Se apagan las luces. La gente se despide. Chau, La sociedad de la nieve. Te vamos a recordar para siempre y celebrar. Pase lo que pase.
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