Damián Szifrón habla de su primera película en Hollywood y dice en qué están "Los simuladores"

Szifrón estrenó, nueve años después de "Relatos salvajes", "Misántropo", policial oscuro con Shailene Woodley; sobre eso y otras cosas charló con El País.

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Damián Szifrón, director argentino.
Foto: Archivo

Por Fernán Cisnero
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El jueves se estrenó Misántropo, la primera película en Hollywood de Damián Szifrón, el argentino detrás de proyectos tan exitosos como Relatos salvajes y Los simuladores. Es un policial oscuro ambientado en Baltimore sobre un asesino (Ralph Ineson) y la muchacha (Shailene Woodley) que se integra al FBI para atraparlo. Es un thriller intenso muy bien contado y que habla de algunos dramas contemporáneos. Sobre eso Szifrón charló (y contestó preguntas vía mail) con El País; este un resumen de sus respuestas.

—¿Cómo ha sido este limbo de nueve años sin película?

—Está bien definido: limbo. Igual, escribo y dirijo así que siempre estoy en actividad. Lo que pasa es que la escritura es invisible al público. Fue una década de mucho trabajo donde desarrollé muchos proyectos. El que iba a seguir a Relatos salvajes, por ejemplo, El hombre nuclear.

—¿Qué pasó?

—Era un proyecto que desarrollé para los Weinstein pero a raíz del escándalo, la compañía quebró, los derechos quedaron en otro limbo y los tomó Warner. Misántropo es muy crítica de la sociedad americana, o sea de la sociedad global porque esa es la lógica que ha penetrado el mundo. Eso también estaba muy fuerte en El hombre nuclear. El personaje se volvía una suerte de Julian Assange (se ríe) y sus enemigos eran el Pentágono, el complejo industrial-militar. ¡Todas las teorías conspirativas juntas! Fue muy resistida por múltiples razones pero principalmente por el guion.

—¿Quedó algo de eso en Misántropo?

—Fueron dos años de trabajo y de energía que no logró materializarse, pero afectó mucho al guion de Misántropo porque todo lo que es la línea del personaje de Ben Mendelsohn adentro del FBI, y el combate permanente con la jerarquía estaba allí. Está inspirado en mi relación con los estudios y con la forma que impera para hacer cine, y cómo me costó entrar en esa dinámica porque sentía que ceder era desmerecer la visión que yo quería contar.

—¿Qué lección aprendió de Hollywood en este limbo?

—No hablaría de lección, en el sentido de moraleja. Sí pude comprender por qué la principal usina de películas a nivel mundial dejó de producir, hace décadas, el tipo de películas que tanto amo y de hecho me convirtieron en director. Y que son las que convirtieron a la industria del entretenimiento en la segunda más importante de Estados Unidos. La lógica corporativa penetró todas las esferas y el elemento artístico del cine quedó relegado. Las grandes decisiones son tomadas por gente que antes manejó compañías petroleras o alimenticias o líneas aéreas, y difícilmente en este momento se le daría luz verde a películas como Contacto en Francia, El francotirador, Tarde de perros, Vértigo o incluso El padrino. Se prefiere por lejos lo conocido a lo original, simplemente porque es más seguro. La creación, producción y distribución de películas está sumamente infantilizada y ahoga el espacio para la creatividad, la libertad y el riesgo. Y si la tolerancia al fracaso tiende al cero, la posibilidad de que surjan películas con capacidad de sorprender queda muy reducida. Por otra parte, el espectador es considerado un consumidor con un hábito profundamente arraigado a satisfacer y perpetuar.

—El título original es Misántropo, pero en Estados Unidos la estrenaron como To Catch a Killer (“Para atrapar al asesino”), una referencia a Hitchcock pero que cambia la perspectiva. ¿Cómo ve eso?

—La cantidad de adversidades que tuve que combatir fueron inéditas para mi. Siempre es difícil hacer cine: Relatos salvajes y Los simuladores, por ejemplo, fueron muy difíciles de hacer. Pero esta fue más complicada que todas esas juntas. Casi todas las batallas fueron victorias aunque a veces haya sangrado. La del título fue la única que perdí. Mentiría si dijera que lo terminé de digerir. Por suerte, en América Latina, Francia, Rusia y China es Misántropo.

—Hay un personaje para seguir en Eleanor, tan dañada, pobrecita. ¿Lo consideraría?

—Qué linda apreciación. Coincido en que Eleanor Falco podría regresar en una nueva aventura. Más allá de que las haga, me gustan mucho las películas que admitirían secuelas, porque significa que los personajes y/o los universos son queribles y creíbles. Es un honor cuando la gente me sugiere secuelas de las cosas que he hecho.

—La película plantea un interesante debate ético: podemos llegar a entender las razones de un asesino....

—En una sociedad como la norteamericana la lectura que predomina es la de que estos eventos son aislados, manzanas podridas que hay que sacar de la cinta de distribución. La verdad no podría estar más lejos de esa lectura sobre todo cuando se producen tantos de esos sucesos. Es un claro reflejo de un mundo extremadamente competitivo, exitista, frívolo donde, a través de múltiples estímulos tenemos que ser lindos y ricos con criterios asignados por ellos. El ser humano está con el techo muy bajo y con poco oxígeno y es casi natural que surjan explosiones de violencia. Muchas estaban retratadas en Relatos salvajes a nivel ciudadano pero en este caso el que pierde los estribos es alguien superentrenado.

—¿Qué ve de inevitablemente argentino en la película?

—La perspectiva extranjera está en el ADN de Misántropo. No sólo por mí. El coautor es británico, Ben Mendelsohn es australiano y Javier Juliá, director de fotografía, también es argentino. Hay una mirada crítica, y con derecho, sobre una sociedad y una dinámica que ha conquistado la totalidad del planeta, y no necesariamente por el mérito intrínseco de sus productos. Digo con derecho porque desde que nacemos consumimos bebidas norteamericanas, autos, ropa, películas, música, tarjetas de crédito, celulares, y ahora todas las plataformas que usamos para comunicarnos y dónde depositamos todo lo que nos pasa son norteamericanas. Yendo más a lo personal, el apellido de mi abuela paterna es Lindenblatt y así le puse al bar dónde Lammark desayuna todos los días y cita a Eleanor para sumarla a su equipo de investigación. Se encuentran en Lindenblatt’s.

—¿En qué está el proyecto de la película de Los simuladores?

—Avanzando, delineándose. Para mí es un desafío enorme regresar después de 20 años a un universo tan querido, por quienes lo hicimos y por quienes lo vieron, y reencontrarme con esos personajes desde la imaginación, por un lado, y con los actores que los interpretaron por el otro. Quisiera recuperar la frescura y la desfachatez que teníamos en nuestra juventud para contar una historia que consideramos relevante y nos interpela hoy. Tengo muchas ganas —confieso que también vértigo— pero en última instancia sé que hay una experiencia potencialmente trascendente en puerta que valoro y agradezco.

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