Crítica
El jueves se estrenó esta comedia con Elle Fanning, Timothée Chamelet, Selena Gómez y la Manhattan de siempre
Intrascendente y deliciosa. Así es Un día lluvioso en Nueva York, la película número 49 de Woody Allen, uno de los cinco más grandes directores del cine estadounidense ( los otros cuatro serían Welles, Hitchcock, Keaton y Ford) y, probablemente uno de los más criticados. Delicioso e intrascendente es poco para una carrera como la de Allen pero un montón para lo que se ve en el panorama actual.
Es su primera película tras el golpe a su reputación y su financiamiento que generaron las renovadas acusaciones de abuso sexual a una de sus hijas cuando era una niña. Los dos protagonistas, por ejemplo, donaron el caché que cobraron por Un día lluvioso en Nueva York; otros se mostraron espantados y arrepentidos de haber trabajado con él; los menos lo defendieron y Amazon se negó a distribuir esta comedia y a honrar el contrato de cuatro películas que tenía con Allen.
Como parte de ese trato, ya se había estrenado Crisis in Six Scenes, una serie que parecía un rejunte de chistes e ideas viejos. Eso hacía que, no tuviera mucha más gracia que ver a Allen haciendo de Allen, lo que, vamos, siempre tiene su encanto.
Un día lluvioso en Nueva York amenaza con irse a esos territorios pero termina acomodándose entre las comedias deliciosas e intrascendentes que hizo, principalmente en el ostracismo con el que empezó este siglo y entre las que están La mirada de los otros, La vida y todo lo demás y Melinda y Melinda, ejercicios menores de comedia de equívocos.
Ahora vuelve a jugar en su territorio (Manhattan) y en la clase social a la que ha retratado (con mayor o menor crudeza) a lo largo de su carrera. Sigue a una pareja de estudiantes -de una universidad de ficción pero que se ve carísima- que van a pasar un fin de semana entre romántico y laboral en la ciudad de Nueva York.
Ashleigh (Elle Fanning, muy bien) es hija de una familia de banqueros de Arizona y como tal es algo campesina, naif y afortunada; él (Timothée Chalamet) es un nene intelectual y malcriado que reniega de la riqueza de su propia familia pero se aprovecha de ella, y se llama Gatsby Welles, lo que es tremendo lugar común que nadie parece notar. Reúnen tantos estereotipos en el vestuario, sus tics, sus citas cultas, sus ambientes y sus reacciones que pueden ser vistos como fantasmas millennials de otros personajes de Allen.
Ella tiene que entrevistar a un director de cine que admira y pasa por un bloqueo creativo y la envuelve en una trama que incluye un posible romance con el latin lover del momento, Francisco Vega (Diego Luna). Gatsby, mientras tanto, deambula por la ciudad, visita a su hermano e insistentemente se cruza con una suerte de ángel (Selena Gómez) con la que intercambian sarcasmos y alguna que otra cosa.
Les va a pasar de todo y uno de los dos (el muchacho, como siempre en Allen) va a salir mejorado. Llueve todo el tiempo aunque en muchas escenas se ve un sol de fondo que no queda claro si es un descuido del continuista o una forma de aislar a los personajes en sus tribulaciones y su universo. La fotografía es de Vittorio Storaro (con quien Allen viene trabajando desde Café Society) quien vuelve a aprovecharse de los brillos para iluminar todo de un aire fantástico.
Una escena en el ala egipcia del Metropolitan y una confesión maternal de las importantes, son las más creativas de un conjunto homogéneo de situaciones resueltas de manera austera y lejos de inquietudes cinematográficas propias del director.
Ya desde los créditos clásicos con tipografía Windsor, Allen nos coloca en esa zona de confort compartida desde hace 50 años. Y que esta vez viene con todos los ammenities: buena música, nostalgia cinéfila, citas cultas, misoginia, síndrome de Pigmalión y las cuitas de un personaje que, una vez más, se parece mucho a él.
Es, en definitiva lo que uno va a buscar con Allen, y que hay de sobra en algo tan delicioso e intrascendente (y menor en su carrera) como Un día lluvioso en Nueva York.