Estreno
Diego "Parker" Fernández habla de su segundo largometraje que llega a los cines este jueves, una comedia muy divertida sobre un hombre perdido en un pueblito del interior
Claudio Tapia está en uno de esos momentos de la vida. Su esposa está embarazada y él consigue un traslado que estaba esperando y que, aunque él no lo quiera ver, no es precisamente un ascenso. Todos, en algún momento, fuimos Claudio Tapia.
Y más cuando llega a una ciudad de frontera como representante de Seguros Santa Marta justo en el medio de una inédita ola de incendios de autos en el pueblo. Lo presionan por todos lados: desde la capital, el jefe que no quiere pagar ninguna póliza y un compañero que lo hostiga y los locatarios empiezan a exigir de la manera menos amable y entre los que hay un político algo mafioso, un comisario algo torpe y un trío de vecinos de esos que conviene no enojar. ¿Quién no se ha sentido así de forastero?
Alrededor de eso, y un par de cosas más muy divertidas, se desarrolla la comedia uruguaya La teoría de los vidrios rotos que acaba de ganar el premio a la mejor película internacional y el premio del público en el Festival de Gramadoy se estrena en cines uruguayos este jueves.
La teoría de los vidrios rotos es el segundo largometraje de Diego “Parker” Fernández, quien en 2013 estrenó El rincón de Darwin, que tampoco estaba nada mal. Y acá tiene una comedia que tiene todo para ser exitosa. Está, aunque es muy diferente, en la línea de El baño del papa, una de las más taquilleras del cine uruguayo.
Viene con un elenco de superproducción que incluye al argentino Martín Slipak en el protagónico y la presencia de César Troncoso, Robert Moré, Verónica Perrotta, Jenny Galván, Christian Font, Jorge Temponi y el uruguayo nacionalizado brasileño Roberto Birindelli. El rodaje fue en Aiguá y varios vecinos tienen apariciones rutilantes.
Y entre otras ocurrencias, la banda de sonido reúne a Gonzalo Deniz (o sea Franny Glass) y la parte más crooner de Humberto de Vargas. La combinación es muy llamativa y las canciones funcionan como una suerte de coro griego que comenta la acción o increpa al pobre Tapia.
Sobre hacer comedia en Uruguay, el largo proceso de filmar una película y otras cosas, El País charló con Fernández.
—¡Una comedia! Felicitaciones.
-La comedia es el género más difícil. Es mucho más fácil hacer llorar porque cómo te hago reír. O al menos divertir: esa es la vara, Y después tenés eso que la comedia funciona localmente y son más difíciles de vender. El desafío era meternos en el género y quedé satisfecho.
—Ya la anduviste mostrando. ¿Funcionó?
—Todo indica que sí. Por lo menos muchos nos dijeron “se nos pasó volando”. A partir de ahí, todo es para arriba.
—El estreno de La teoría de los vidrios rotos cierra un proceso de ocho años. ¿Qué fue cambiando del guion en todo este tiempo?
—El guion que presentamos con el guionista Rodolfo Santullo, el mismo año que estrené El rincón de Darwin, ya era un roble de estructura. Durante la preproducción, sí, empecé a soltar la cuerda y empezar a jugar con varias cosas.
—¿Y en el rodaje cambia mucho?
—No. Yo soy medio old school y trabajo en digital como si fuera en fílmico: solo tres tomas. El fotógrafo Lucio Bonelli es un crack porque entiende para dónde vas y defiende eso más allá de lo que el pueda querer otra cosa. Llegamos al rodaje con el guion con el story board y 80% de los planos son los que habíamos dibujado.
—Todo ayuda a que la película se vea tan estructurada...
—Sí, creo que sí. Acá hay grandes aprendizajes del oficio. El laburar con un coguionista, tener todo trabajado y que cuando fuimos a Aiguá solo tuvimos que adaptar algunas cosas al escenario. También está el actor con el que laburás y Slipak es un actorazo.
—La locación es increíble y funciona como un personaje más. ¿Cómo llegaste a Aiguá?
—Había estado hace tiempo y me había encantado Pero en ese momento, el proyecto estaba detenido y no quería empezar a poner expectativas por si no se hacía. Y después cuando salimos a buscar locaciones con la productora Micaela Solé y el diseñador de producción, Gonzalo Delgado, nos dimos cuenta que era el lugar. Era una escenografía que nos sumaba a ese universo que queríamos crear.
—E integraron a los propios lugareños.
—El asistente de dirección fue reclutando en función de lo que precisábamos. Los tres adolescentes que incendian los autos, por ejemplo, los empezamos buscando en Montevideo entre bikers pero después nos pareció que era más importante que fueran de ahí. Y cuando filmamos a los vecinos, íbamos a dejarlos sin sonido pero estaban buenísimos.
—Estuvieron 20 días instalados en la ciudad. ¿Cómo fue?
—Al principio como raro y la última noche se acercaron a decirnos que nos iban a extrañar. Y por eso fue muy lindo presentarla ahí e hicimos tres funciones. Estuvo bueno para todos.
—La música tiene un protagonismo en la historia, interviniendo y comentando la anécdota. ¿Cómo se te ocurrió eso?
—Me gustaba que la música fuera un personaje. Eso siempre estuvo porque me gusta cómo la música deja de ser incidental y se vuelve un personaje en películas como Loco por Mary o La vida acuática. Lo quería llevar un paso más allá y me gustó eso de que termine criticando a Tapia, retirándole la confianza y que al final se vuelva a subir al carro.
—Está buenísima la combinación Franny Glass y Humberto de Vargas...
—Mucha gente no sabe que Humberto canta y cuando se lo mostré a Franny con un video de La revista estelar cantando “A mi manera”. se quedó de cara. Necesitábamos alguien con mucha técnica y que supiera actuar.
—Fuiste parte de Control Z, la productora de 25 Watts y en La teoría de los vidrios rotos hay muchos de aquella promoción. ¿Cómo ves todo aquello?
—Antes éramos un grupo mucho más homogéneo pero nos fuimos diversificando igual que, más allá del prejuicio, lo hizo el cine uruguayo. Se cumplen 21 años de mi primer corto, Manolo (Nieto) estrenó su tercera película en Cannes, yo estoy estrenando mi segunda película que es una comedia. Cosas así dan como un sentido de cómo cambió el cine uruguayo y aquella generación.