Benjamín Naishtat está cansado: debe ser gratificante aunque agotador acompañar en todos sus viajes a la película del momento. Puán, la comedia que codirigió y coescribió con su esposa, María Alché.
Así acompañar a su película, incluye asuntos llenos de glamour como el estreno con ovación y premio incluidos en el Festival de San Sebastián, el circuito de salas en Argentina y esta visita a Uruguay, donde Puán se estrena hoy después de haber sido exhibida como apertura del reciente Monfic.
Es el cuarto largometrake de Naishtat quien con Rojo, el anterior, ganó el premio a mejor director en justamente el Festival de San Sebastián, un evento que lo tiene en gran aprecio. Y es la segunda de Alché, quien fue la niña santa de Lucrecia Martel y tuvo una prometedora ópera prima en Familia sumergida con Mercedes Morán.
Puán, que es la enviada argentina a los premios Goya, sin embargo, no se parece en nada a esos antecedentes. Para empezar es una comedia lisa y llana que incluye situaciones muy graciosas que van de lo escatológico a lo filosófico; el título refiere al apelativo de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires que queda, justamente, en la porteña calle de Puán.
La historia sigue al profesor de Filosofía, Marcelo Pena (Marcelo Subiotto, premio en el festival vasco), quien es un docente dedicado y algo torpe. Cuando queda vacante la cátedra parece el candidato ideal pero justo se aparece Rafael Sujarchuk (Leonardo Sbaraglia), quien dispuita el puesto con su aire europeo, sus citas en alemán y un carisma inversamente proporcional a cierta tristeza que carga el pobre profesor Pena.
Esa oposición es el centro de la trama de Puán a los que se se le suman unos divertidos papeles secundarios cubiertos por actores y actrices prestigiosas. Hay muy buenos gags.
A partir de eso Alché y Naishtatt consiguen una comedia muy divertida y que se permite reflexionar sobre historias mínimas pero también sobre temas más universales. Lo hacen, siempre, sin perder de vista el humor y tiene escenas con justas aspiraciones de clásicas.
Sobre la película y otras cosas, Naishtat, cansado pero comprometido, conversó con El País; este es un resumen de esa charla.
-Al mostrar Puán por el mundo, ¿se encontró con chistes que no los pensó así o con reacciones que no esperaba?
-Las reacciones siempre son distintas pero el lugar donde más se ríe la gente con la película es en Brasil. Ahí se rieron de todo; en Argentina, un poco menos y en una función en la propia Puán, se reían de cosas de las que nadie se ríe. Es curioso, cada función tiene su sorpresa.
-¿Cómo fue el proceso con Alché para llegar a una comedia hecha y derecha, teniendo en cuenta los antecedentes de los dos?
-La comedia fue una especie de herramienta para cargar de ligereza y luminosidad, los temas que estaban atravesando la película...
-¿Que serían?
-La muerte, el legado, la transmisión, la precariedad de la educación pública. O sea, asuntos que si no eran tomados con humor, iban a generar una película solemne, pesada y eso era lo que no queríamos hacer. Esta es una buena época para hacer comedia.
-Hablamos en otra charla sobre Alexander Payne como un referente, pero ¿en qué otros modelo pensaron para darle la forma?
-Payne, sí claro, y la alemana Maren Ade (Toni Erdmann) Pero también vimos cosas de Peter Sellers, por su humor más físico para pensar chistes para Marcelo. Y el costumbrismo argentino del tipo Esperando la carroza. Hay un poquito de todas las escuelas, de la más fina a la más grotesca.
-Y lo escatológico aporta un gag que debe ser de los más festejados.
-Esa es la escena con la que todo el mundo se ríe. Debe ser algo cultural.
-Y que el chiste está bien armado...
-¡Es una historia real que la pasó al padre de María!
-¿Cómo construyeron a Marcelo?
-Todo se hizo alrededor de Marcelo Subiotto y el punto de partida eran su timbre de voz, sus gestos, su cabeza: es un personaje a su medida. No es lo más normal escribir con tanta certeza de quién lo va a interpretar pero acá los chistes se hicieron para ese ser que conocíamos y admirábamos. Lo mandamos a clases de filosofía y se terminó empapando con el personaje.
-Subiotto es un actor secundario recurrente en el cine argentino. ¿Por qué él?
-La gente lo identifica aunque no conoce su nombre. Y es un tremendo actor que no estaba teniendo la pista que se merecía, una injusticia que, quizás, quisimos subsanar dándole un protagónico con sus desafíos, con matices para que se pueda lucir. Y es lo que está pasando.
-¿Y cómo se integró Sbaraglia?
-Lo conocimos en Errante corazón de Leonardo Brzezicki en la que hizo un trabajo magnífico. Y nos animamos a decirle que venga con todo su peso icónico y se prestó y el dúo con Subiotto funcionó muy bien. Son el agua y el aceite en la película y en la vida.
-¿Cuál es la escena de Puán que lo hace reir más?
-Varía. A veces me río cuando Marcelo se pone a cantar. Esa nos quedó linda: es tan triste y tan graciosa.
-Además de lo personal de su carrera en el cine, ha dirigido series por encargo como Jardín de bronce. ¿Cuánto de su impronta puede incluir en un proyecto para una plataforma?
-Por mi experiencia, poco o nada. Los guiones y las decisiones artísticas (el elenco, por ejemplo) ya están cerrados cuando el director se suma al proyecto. Así es acotado el espacio para colar algo de impronta. No es un problema siempre que esté claro ya que uno, en definitiva está ejerciendo su oficio.
-Quizás sea la razón de las calidades tan desparejas.
-Hay un problema con el desarrollo. Si se compara con las buenas series americanas o europeas, los guiones latinoamericanos no se trabajan mucho. Se pone mucho dinero en la producción y poquísimo en el desarrollo. Y cuando un guion no está afinado se nota terriblemente. Eso está trayendo problemas.
-¿Vuelve a Jardín de bronce?
-No. Yo quiero hacer películas.