El director francés Emmanuel Mouret habla sobre los triángulos amorosos en su cine

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Emmanuel Mouret

ENTREVISTA

Está en cartel en Montevideo, "Las cosas que decimos, las cosas que hacemos", la última película de un cineasta elogiado que charló en exclusiva para El País.

Emmanuel Mouret
Emmanuel Mouret

Desde su debut en 1999 como director, guionista y protagonista —todo en una ópera prima que no salió de Francia— Emmanuel Mouret se consolidó como uno de los referentes del nuevo cine francés. Fue gracias a un cine personalísimo que hizo de su polifacética labor toda una referencia y que llegó al Cono Sur con Cambio de domicilio, su cuarta película, una comedia que tuvo estreno en Montevideo en 2007.

Allí, Mouret rescataba el paso de comedia sofisticada que hizo del cine francés una marca registrada y su éxito global lo llevó luego trabajar con estrellas como Nathalie Baye, Lolita Chammah, Nicole García, Marie Laforet, Deborah Francois, Arianne Ascaride, Jacques Weber y Gaspar Ulliel.

Ahora, Las cosas que decimos, las cosas que hacemos permite reencontrar su ingenio alrededor de los triángulos amorosos con los que el cine francés casi ha construido un género propio. La película —que en Uruguay se ve en Cinemateca Uruguaya y Life Alfabeta— ganó el premio Lumiere y el del Sindicato de críticos franceses a la mejor película y que tuvo su paso por la selección oficial de Cannes.

En Las cosas que decimos, las cosas que hacemos  Maxime llega a la casa de campo de su primo y es recibido por su mujer, Daphné, dado que éste ha tenido que viajar de urgencia a París. Daphné está embarazada y entre ambos se establece una amistad que permite que cada uno relate diferentes experiencias sentimentales que a su vez desembocan en otras relaciones y en diversos episodios tamizados por la infidelidad. Lo que comienza como una comedia vitalmente intelectual deviene en un drama sutil que nunca pierde su elegancia formal y, sobre todo, el análisis de lo complejo de las relaciones amorosas en las cuales Mouret ha puesto el foco en buena parte de su filmografía.

Este es un resumen de una charla exclusiva para El País con el director.

—Se ha dicho que su película sigue la tradición de los Cuentos Morales de Eric Rohmer, ¿Está de acuerdo?

—Eric Rohmer es un maestro que alimentó mi deseo de hacer cine, y su trabajo no ha dejado de fascinarme desde mi juventud. Me encantan las películas donde los personajes cuestionan sus deseos, sus ideas y se hacen preguntas morales. Me gusta su tierna ironía y el rigor de su dramaturgia.

—En su película el amor es a la vez una pasión incontrolable y un objeto de estudio sincero. ¿Cómo logró eso con los actores?

—Paso mucho tiempo eligiendo a los actores. Esa es la única dificultad. Todo el resto del trabajo es un placer. La actuación sigue a la escritura, es una sucesión de situaciones y estados de ánimo, una cosa tras otra. Cuando ves una película, todas estas cosas parecen estar mezcladas, pero es solo cuestión de un toque tras otro.

—¿En qué se diferencia su película a otras, a tantas otras, películas francesas sobre la infidelidad y los triángulos amorosos?

—La película no trata de la infidelidad, sino de una especie de fidelidad a uno mismo, a lo que uno es, a lo que uno siente. Pero los personajes suelen tener varios deseos, el de ser fieles a sus compromisos y el de ser fieles a sus sentimientos. Los dos no siempre van en la misma dirección y se hace difícil ser fiel a uno mismo. Estos son los tipos de situaciones que me interesan. Ellos intentan hacer lo mejor que pueden y se hacen muchas preguntas morales.

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