Sean Baker se disculpa por no poder estar presente mañana cuando Anora, su película que ganó la última Palma de Oro en Cannes, inaugure la décimoquinta edición del José Ignacio International Film Festival (JIIFF) en Maldonado. “La próxima voy”, le dice a Mariana Rubio Pittaluga, una de las organizadoras, quien lo vuelvo a invitar. Quizás vuelve a prometer él, pueda ser el año que viene.
Baker, que tiene 53 años, es uno de los grandes directores contemporáneos. Aunque viene trabajando desde 2004 (y sus primeras películas Take Out, Prince of Broadway y Starlet ya venían anunciando lo que se podía esperar de él), fue Tangerine (2015)un día en la vida de un grupo de prostitutas trans en Los Ángeles llena de colores y filmada con un iPhone, con la que se convirtió en un cineasta al que el mundo prestó atención.
Confirmó cualquier previsión con The Florida Project (2017) un neorrealismo de colores flúo sobre una niña creciendo en un ambiente lumpen aunque quizás amoroso. Le dio una nominación al Oscar a Willem Dafoe y es una de las grandes películas americanas de este siglo. Red Rocket (2021) sobre un actor porno que vuelve a su pueblo, quedó como de transición pero estaba muy bien.
Es que Anora —que se supone tendrá un puñado interesante de nominaciones al Osca, incluyendo mejor película— ha sido avasallante. No ha parado de recibir elogios y celebraciones desde su estreno en Cannes.
Transcurre como mucho de su último cine (desde Starlet en 2011) en el mundo de los trabajadores sexuales. Aquí es Ani (Mikey Madison), una bailarina exótica y escort en un club de Manhattan. Una noche va a dar a la mesa de Iván (Mark Eidelstein) el hijo de un oligarca ruso, generoso, alocado, demasiado infantil
Esa primera mitad es una suerte de relectura realista de Mujer bonita, una influencia reconocida. Una Cenicenta en tiempos de Tik Tok.
La segunda mitad está más cerca del Bob Rafelson de comienzo de los 70, a los que ayuda el aire invernal en los paisajes de las cercanías de la ciudad de Nueva York, algún humor físico, y principalmente la pátina triste.
Cuando, en una noche de esas que pasan en Las Vegas, Ani e Iván se casan, la familia política de la chiquilina no se lo toma a bien y viene a resolver el asunto. Baker le dirá a El País que prefiere que se la vea como una con toques cómicos. Lo es.
Una de estas mañanas, y adelantando el estreno en el JIIFF, El País charló con Baker. Esta es una síntesis de esa conversación con el ganador de una Palma de Oro.
—El tono de Anora me hizo acordar a las comedias de Billy Wilder o Preston Sturges. ¿Cuál fue su modelo?
—Son dos directores que están arraigados en mi cabeza, quizás porque se estudian en las escuelas de cine. Pensándolo ahora Un, dos, tres de Billy Wilder está en el ADN de Anora. Pero creo que también estoy tomando elementos de las comedias de los 80: Un príncipe en Nueva York, Mujer bonita (aunque es de 1990), y el cine de Jonathan Demme o John Landis. Y hay también comedia italiana.
—Pero no es solo una comedia...
-Para mí siempre se trata de esa mezcla de comedia y drama. Si no se logra ese equilibrio, no es la vida real. Los Globo de Oro la definieron como una comedia, pero para mi es una tragedia con elementos cómicos. Cómo mantener el humor de la vida real inyectado en un drama real.
—Su estilo cambió mucho desde el cinema verité de Take Out o Prince of Broadway a Anora. ¿Cómo halla la forma de una historia?
—Con cada película, he tenido más dinero y lo he usado para experimentar y concentrarme más en mi oficio. Tenés razón, Prince of Broadway es muy documental. Y más o menos de una sola nota en términos de estilo. Con cada película desde Starlet (2011), he querido mezclarlo todo para que cada una sea una película singular. No tengo ningún problema con pasar de un estilo documental a momentos muy estilizados o utilizar diferentes tipos de movimientos de cámara o composiciones. Estoy tratando cada vez más de jugar con la técnica.
—Esta es su primera película en Nueva York desde Prince of Broadway en 2018. ¿Cómo ha cambiado cinematográficamente la ciudad?
—Ahora no podría hacer Prince of Broadway porque esa zona se ha gentrificado. Y es difícil encontrar algo del viejo Nueva York. Para Anora elegí una locación que está como estancada en el tiempo, Coney Island. Podés ir y filmar esos lugares emblemáticos como el Cyclone o el Wonder Wheel y se ven igual que cuando Walter Hill rodó Los guerreros en 1978. Fue maravilloso como cineasta ir a un lugar que casi parecía atemporal. Pero eso requirió que dejara Manhattan para ir a un pequeño rincón de Brooklyn.
—Esa atemporalidad es parte de la película...
—Siempre le digo a Drew Daniels -el fotógrafo de Red Rocket y Anora- que podrá ser una historia en la actualidad, pero tiene que verse como si se hubiera filmado en 1974. En esa época el cine alcanzó el cenit en términos de avances técnicos y de contenido: 1974 es el año del cine. Y Brighton Beach es culturalmente muy rico. Caminás por el bulevar y escuchás casi todos los demás idiomas (mucho eslavo y ruso), poco inglés. Es realmente genial. Es de otro tiempo.
—Su cine ha girado alrededor de los trabajadores sexuales. ¿Qué lo atrae de ese mundo?
—Es algo que empecé a explorar con Starlet. Mis investigaciones me pusieron en contacto con trabajadores sexuales que, muchos, fueron consultores en mis películas. De ellos escuché un millón de historias. Pero Anora, en realidad, se inspiró en mi deseo de rodar en la comunidad ruso-estadounidense de Brighton Beach. Sumé la historia de la trabajadora sexual a eso. Fue simplemente porque no había explorado la mirada de las escorts y el baile exótico, y había una historia realmente convincente allí. Entiendo que ya llevo cinco películas sobre el trabajo sexual y la gente podría pensar que me dedicó solo a ese tema. Pero, sinceramente, surge desde un lugar honesto. No sabía que iba a hacer Anora después de Red Rocket. Todo sucede de manera orgánica. Es un tema importante para explorar porque aún está estigmatizado. Así de simple. Sí, ha habido miradas extremadamente empáticas sobre ese mundo, pero también hay muchas muy degradantes.
—Usted se encarga del casting de sus películas. ¿Cómo llegó a Mikey Madison para el papel principal y de dónde sacó inspiración para su personaje?
—Conozco a mucha gente como Ani. Soy neoyorquino y buscaba esa actitud neoyorquina de luchadora, de alguien que sabe defenderse en una pelea. Y también estaba el aspecto físico. Vi películas españolas de Jesús Franco y su trabajo con Soledad Miranda, a quienes agradezco en los créditos finales. Había algo muy físico en Soledad Miranda, su pelo largo y negro y la forma en que usaba su maravillosa bufanda roja en Vampyros Lesbos. Y ahí hay una influencia directa. Estaba buscando a alguien así, alguna joven en ascenso en Hollywood con pelo largo y negro. Con Samantha, mi esposa y productora, fuimos a ver Scream. Y ahí estaba Mikey Madison, quien ya nos había intrigado en Érase una vez en Hollywood, pero cuando la vimos en Scream dijimos: “es nuestra Ani”. Fue muy simple, no hicimos audiciones, y cuando la convocamos no estaba escrito el guion. Lo escribí pensando en ella.
—Hay una escena en la película que particularmente me gusta, que es la mañana de la primera noche que pasa en lo de Iván. Ese rostro tiene ilusión, miedo, curiosidad. ¿Imaginaba esa intensidad en Madison?
—Siempre tengo expectativas muy altas y también la suerte de que mis elencos siempre superen esas expectativas. Te dan cosas maravillosas que nunca esperabas. Pequeñas sutilezas, expresiones faciales o formas de decir una línea que nunca esperarías. Esta es la primera vez que trabajo con profesionales en el elenco principal y con mayoría de profesionales en el elenco secundario. Fue una experiencia muy diferente y un placer ver a estos verdaderos profesionales traer tantas ideas a la mesa, y luego darme sutiles variaciones en cada toma para que yo tuviera una verdadera elección en la edición. Fue genial.
—Mirando su carrera, siempre parece estar hablando de soledad. Pienso en la escena final de Anora, por ejemplo. ¿Es la soledad un tema para usted?
—Cuando lo mencionan y me hace como cuestionarme a mí mismo. Todos nos sentimos solos muchas veces, incluso si estamos en un relación o estamos rodeados de amigos o familiares. Todos pasamos por eso y es uno de esos temas universales con los que creo que todo el mundo puede identificarse. Y mientras no sea demasiado misantrópico al respecto, creo que es algo que merece la pena explorar. Y al mismo tiempo, espero que las películas, aunque exploren la soledad, al mismo tiempo exploren la esperanza.
—¿Cómo armó esa escena final?
—Siempre pienso en los finales antes de escribir los guiones. Si leés esa última escena en el libreto, prácticamente quedó exactamente lo que escribí. Fui muy detallista, incluso marcando cómo era la nieve contra el vidrio y el sonido de los limpiaparabrisas y todo eso está en realidad en el guion, y mi maravilloso equipo realmente entendió mi visión. Fue algo estresante y tomó tres tardes de trabajo.
—Hábleme de Cannes. ¿Cómo se siente ganar la Palma de Oro?
—Te cambia la vida y fue cumplir mi sueño. Así que es algo que todavía estoy procesando. Y te afecta en términos de ti pensar qué se hace después de ganar la Palma de Oro. Cambia la forma en que comienzas a pensar en proyectos futuros. Estoy increíblemente agradecido. Es raro que una comedia gane la Palma, fue inesperado. ¡Y el premio me lo entregó George Lucas! Aunque no hago películas de ciencia ficción, ni parezco un fanático de Star Wars, obviamente cualquier cineasta de mi edad se vio increíblemente influenciado y afectado por George Lucas y Star Wars. Fue surrealista, cerrar un círculo.
—¿Sigue poniéndose nervioso cuando conoce a una estrella o a alguien que admira en los eventos?
—He tenido el placer de cruzarme con muchos de mis héroes. Especialmente el año pasado. Así, finalmente conocí a Mike Leigh, a Pedro Almodóvar; ya conocía a Jim Jarmusch, pero la otra noche me entregó el Premio del Círculo de Críticos de Cine de Nueva York al Mejor Guión. ¿Que puedo decir? Estoy viviendo un sueño.