Crítica
La nueva película de la neozelandesa, Jane Campion, tiene a Benedict Cumberbatch como un héroe neoclásico en un mundo cada vez más pragmático.
Parecería una obviedad pero conviene avisar que El poder del perro es cine, no el sabor de mes que aconsejan los algoritmos. Cuando uno dice cine habla de una forma de explicar un mundo que no tiene nada que ver con el tamaño de la pantalla sino con profundidades morales, éticas y estéticas que exceden la subjetiva (y a la vez manipulable) idea del entretenimiento.
Dicho esto —que aparenta ser el reproche de un veterano ante los cambios de consumo actuales y quizás lo sea— hay que saludar que sea Netflix la que lance El poder del perro, la película más importante que se va a estrenar este año. Nos permite acceder en simultaneidad global con la obra de una de las grandes artistas contemporáneas, la directora neozelandesa Jane Campion.
Es la octava película en 30 años de carrera de Campion, quien ganó la Palma de oro de Cannes en 1993 con La lección de piano, una obra perfecta que le dio, además, un Oscar al mejor guion y dos Oscar más.
Campion —quien tiene 67 años y recientemente escribió, dirigió y produjo la serie Top of the Lake— es considerada una pionera en presentar una sensibilidad femenina en el cine y a pesar de eso conseguir trascendencia internacional. Hoy es más común pero entonces era una rareza.
El poder del perro —que también incluye a una mujer y su piano en un territorio hostil— se estrenó en elFestival de Veneciadonde Campion recibió el León de Oro a la mejor dirección. También se vino con premio de San Sebastián y ayer el Círculo de Críticos de Nueva York, la reconoció como mejor director y premió como mejor actor a Benedict Cumberbatch, y como mejor secundario a Kodi Smit-McPhee.
Se la considera una invitada casi inevitable en la próxima entrega de los Oscar.
Basado en un libro de Thomas Savage, El poder del perro es difícil de explicar sin revelar algunas de las varias capas narrativas que va revelando a medida que avanza. El concepto general recién se empieza a cerrar con la última escena.
Básicamente es la historia de dos hermanos (los Burbank), terratenientes ganaderos de la Montana (recreada en Nueva Zelandia) de 1925. Uno de ellos, George (Jesse Plemmons) es tranquilo, juicioso, diplomático, un hombre de negocios moderno. El otro, Phil (Cumberbatch), es lo opuesto: salvaje, brutal, un hombre de acción que, sin embargo, tiene estudios en filología.
Viven en una armonía forzada que se ve alterada cuando George se casa con Rose Gordon (Kirsten Dunst) y la lleva a vivir al casco de la familia. Ella es viuda, callada y tímida y viene acompañado por su hijo Peter (Smit-McPhee), un alfeñique “afeminado” como lo hace notar el frontal Phil en su primer encuentro.
Por ahí, además, ronda la presencia fantasmal de Buck Henry, un viejo cowboy que, por lo visto fue el mentor de Phil, que lo adora a niveles fetichistas.
El título, El poder del perro, viene de una figura que aparece dibujada en esa montañas que limitan el paisaje (y aislan a los personajes en un universo inalterado) y que, al parecer, solo era percibida por el finado Bronco y Phil. Peter se suma a esa selecta cofradía.
Con ese se planteo se pueden tomar varias direcciones y Campion se atreve con todas. Es un western gótico, un drama entre hermanos (a lo Gigante o Al este del paraíso), una historia de amor y hasta una intriga policial. Transcurre una era cambiante (marcada por la insistencia en los autos, por ejemplo) que parece no afectar a los protagonistas.
Al igual que en otras películas de Campion (las dos con Harvey Keitel, por ejemplo, La lección de piano y Humo sagrado), todo eso está al servicio de un estudio sobre la masculinidad (tóxica y de la otra). La película está llena de símbolos, algunos fálicos cuando no directamente genitales (Phil castra de una 1.500 cabezas de ganado) que refieren a la virilidad. Los tres personajes masculinos centrales resumen distintos tipos de hombrías.
Phil es una figura griega: recio y a la vez cultivado y antropomórficamente perfecto. Con la cara (y el cuerpo) de Cumberbatch, su derrotero es, en definitiva, el de un héroe neoclásico, una rareza.
Cumberbatch y Plemmons están formidables en esa especie de ego y superego disfrazado en hermandad. Smit-McPhee es la viva imagen de la fragilidad en su delgadez y sus amaneramiento. Es una película (triste) sobre el cuerpo, además, lo que se evidencia en la iconografía viril que subraya la película.
La fotografía de Ari Wegner está llena de oscuridades interiores que se contraponen con la luminosidad del paisaje. La banda de sonido de Jonny Greenwood es crucial. El guitarrista de Radiohead también está detrás de Petróleo sangriento de Paul Thomas Anderson que, como El poder del perro habla sobre masculinidades tóxicas, capitalismo, paternidades y otras cuestiones que acá Campion incluye en una película impredecible, profunda y bella. O sea, como es el gran cine.
Guion y dirección Jane Campion basado en el libro de Thomas Savage. Fotografía: Ari Wegner. Música: Jonny Greenwood. Con: Benedict Cumberbatch, Kirsten Dunst, Jesse Plemons, Kodi Smit-McPhee, Thomasin McKenzie, Keith Carradine,. Duración: 126 minutos.