Crítica

En "Babylon", una orgía, dos superestrellas y un acto de amor a Hollywood son un exceso

Se estrenó en cines, la nueva película de Damien Chazelle sobre dos estrellas de cine mudo interpretadas por Margot Robbie

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Babylon
Babylon

Fernán Cisnero
Está claro desde el comienzo para qué lado va Damien Chazelle (ganador del Oscar por La La Land) en Babylon, su historia del Hollywood de la década de 1920.

El Babilonia de su título, por ejemplo, está recordando al libro Hollywood Babilonia de Kenneth Anger, el director underground que escribió una historia sórdida de la fábrica de los sueños. Algunas de sus historias se mencionan en Babylon, pero el libro (cargado de inexactitudes pero en algún caso muy certero) principalmente aporta el tono general: Hollywood era una comunidad decadente, ordinaria y lasciva capaz de destrozar inocencias y sueños con el mismo ensañamiento.

Eso está claro, principalmente, en la escandalosa fiesta que prologa la historia, un orgía repleta de drogas, lujuria y aire decadente que ha concentrado la mayor parte de las críticas. Es desenfrenada e innecesaria, pero marca el universo que quiere destacar Chazelle y le da a la película una calificación de no apta para menores de 18. Hay quienes la han comparado con Calígula, pero es más una ocurrencia que otra cosa.

La referencia más clara, sin embargo, es Cantando en la lluvia, una película que abarca el mismo período (el pasaje del cine mudo al sonoro) desde una inocencia que Babylon insiste en haber perdido. Y que no sabe cómo rescatar.

Las películas siempre se han mirado a sí mismas y entre otras obras sobre el tema, algunos podrían recordar, para la ocasión, Como plaga de langosta de John Schlesinger, una suerte de pariente contenida (y así de devastadora) de Babylon.

Como en ese antecedente, acá hay varias historias que se entrecruzan en el panorama de frivolidades y excesos que es el Hollywood del cine mudo.

Las dos más importantes son las de Nellie La Roy (Margot Robbie), una ambiciosa aspirante a estrella con demasiada tendencia a la fiesta, y Jack Conrad (Brad Pitt), una estrella que se está convirtiendo en un daño colateral de la llegada del cine sonoro. A muchos les pasó eso como ya nos enseñó, justo, Cantando en la lluvia.

Las referencias reales podrían ir por el lado, respectivamente, de Clara Bow, una estrella de la época con la que La Roy comparte más de un vicio y alguna virtud, y John Gilbert, un galán maduro de la Metro que murió joven y que perdió impacto en el cine sonoro.

Robbie y Pitt estuvieron igual de juntos pero separados en una evocación más cariñosa de otro momento histórico del cine, Había una vez... en Hollywood.

El otro protagonista es Manny (Diego Calva), el buscavidas mexicano que termina siendo un ejecutivo de los estudios y cuya caída es el centro que une todas las las líneas argumentales. Son tres estereotipos condenados de antemano.

Hay otras citas de la época como Lady Fay Zhu (Li Jun Li), el exótico centro moral del relato inspirada en Anna May Wong, una presencia de aquellos años; un trompetista de jazz (Jovan Adepo) que vende su alma al diablo de las películas, y un inquietante Tobey Maguire como un villano salido de una de David Lynch y parroquiano de las mazmorras del paraíso.

El prólogo es una alarma temprana de algunas inconsistencias incluyendo anacronismos que la acercan demasiado peligrosamente a Baz Luhrman. Sirve para presentar a los personajes principales y su entorno corrupto e hipótesis de trabajo.

A partir de ahí, Babylon se deja ver y probablemente no aburre a pesar de sus 188 minutos (sí, más de tres horas) a los que bien le habrían venido alguna elipsis. No sortea ningún lugar común para contar su historia de excesos y despiole, lo que ha sido criticado como una limitante si se quiere contar un período tan rico como la transición tecnológica e industrial de fines de la década de 1920 en Hollywood.

Un epílogo que es un homenaje a la historia del arte (en un tono similar al final de La La Land) intenta aclara el valor del cine, la compañía que ha sido en nuestras vidas y algunos de sus momentos mágicos desde la nouvelle vague a Avatar.

Ahí hay un montón de amor que escasea en el resto de Babylon que es, en definitiva, un tropiezo caro, excesivo y vulgar, una opción que evita -adrede es de creer- los méritos de una forma industrial que se había vuelto arte.

Lejos de hiplash y La La Land, dos grandes películas, Babylon está más cerca de un fallo tan grande e indisimulable como un elefante en una orgía. Y eso está también en la película.

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