Fernán Cisnero
Es de las actrices más dotadas de su generación y de algunas generaciones anteriores. Y como Lydia Tár, la ficticia directora de orquesta que interpreta en, precisamente, Tár, Cate Blanchettse muestra en pleno control de su arte y sus herramientas y comprometida con la causa. Es un instrumento afinadísimo en la pequeña sinfonía que es la nueva película de Todd Field.
Sus seis candidaturas al Oscar(película, director, Blanchett, guion original, fotografía y edición) son insuficientes para los méritos reales de Tár, aunque claramente muestran su excelencia en algunos de los rubros más visibles de su arte.
Es la tercera película de Field como director (¡la primera en 16 años!), quien tiene una carrera más extensa y reconocible como actor. Es, para que lo ubique, el pianista que le da el salvoconducto a Tom Cruise para entrar a la tal cofradía sexual en Ojos bien cerrados. (Por si no caducó, la contraseña es Fidelio y, si le preguntan, no hay segunda contraseña).
En Tár, sobre un guion propio, sigue la caída en desgracia de una eminente directora de orquesta (Blanchett) afincada en Berlín, a la que una serie de eventos desafortunados despoja de toda su gloria. Su petulancia y su evidente falta de humildad no jugaron a su favor.
La película está llena de referencias reales al mundo de la música clásica y hay un par de reflexiones sobre eso. No hacen engorroso el trámite y funcionan principalmente para aportar ambiente y descripción de personajes.
Desde ahí, en todo caso habla, entre otras cuestiones, de la cultura de la cancelación y la dificultad cada vez más notoria de separar la obra de la vida personal del artista. Y el precio que pagamos por eso.
Es una reflexión (poderosa) sobre arte, poder y lujuria depredatoria aunque, también, es un estudio de personaje.
Como la presentan en una entrevista que le hace ante un auditorio el periodista del New Yorker Adam Gopnick (haciendo de sí mismo), Lydia Tár es, justo, tremendo personaje para estudiar.
De un curriculum de talle impresionante, se destaca que dirigió la Sinfónica de Boston y la Filarmónica de Nueva York y lleva durante siete años dirigiendo la principal orquesta de Berlín. Es ganadora de EGOT (o sea, de la elite artística de los que tienen Emmy, Grammy, Oscar y Tony) y es discípula directa de Leonard Bernstein, por quien profesa una admiración y un respeto profundo. Tiene una fundación para las futuras directoras y se espera que Tár sobre Tár, sus memorias, sean un éxito editorial.
Al igual que Bernstein es carismática, una figura pública de altísimo perfil y nació para estrella. De esos, cuyos nombres a menudo se acompañan con el epíteto genio, hay apenas un par por generación. Tár, que no es un personaje real, es una de ellos.
Está casada con la primera violinista de la Filarmónica de Berlín, con quien adoptaron a Petra, y su vida pasa entre ensayos en auditorios acogedores, apartamentos de los caros y aviones privados que van de Nueva York a Berlín como de un barrio a otro.
Tiene reuniones de diferente tenor con el banquero que preside su fundación (y tiene pretensiones de director de orquesta) interpretado por Mark Strong. Intenta cerrar su ciclo Mahler con la grabación de su quinta sinfonía. No es fácil ser ella.
Las cosas empiezan a precipitase cuando el suicidio de una ex ¿amante/discípula? dispara acusaciones de maltrato y de abuso de su poder, revela negligencias personales y subraya conductas inapropiadas. No se llega así de alto sin tener un montón de enemigos celebrando la caída.
En Lydia se intuye una depredadora que utiliza su poder para seducir a sus presas y tiene una actitud fea, por ejemplo, en el juego de mente que ejerce con su secretaria personal, Francesca (Noémie Merlant, la artista en Retrato de una mujer en llamas), quien tiene aspiraciones en el escalafón de la orquesta que quizás no se vayan a cumplir.
Hay también un discurso medio prepotente de más, que agarra como blanco a un estudiante de Juilliard que confesó no poder interpretar Bach porque como varón no binario no se siente representado con la misoginia de 20 hijos y un montón de mujeres del creador. La respuesta de Tár, editada, se hace viral y desencadena la tragedia.
Ese debate está en el centro de algunas cuestiones de las que atraviesan la película. Y pone al espectador casi en la obligación de tomar partido. ¿Quién tiene razón en esto de cancelar?
La película solo presenta el caso. Y si la actitud de ella es de una arrogancia propia de los de su clase, las acusaciones son tendenciosas o parciales. Tár nos enfrenta al precio que estamos dispuestos a pagar por cancelar al grito. La última escena es un público, o sea nosotros: nos hemos convertido en eso. Y quizás ahí sí, Tár esté tomando partido.
La puesta en escena es formidable: los espacios son parte de la historia, un aporte al que ayuda mucho la fotografía del alemán Florian Hoffmeister. Lo mismo hace la música de la islandesa Hildur Guðnadóttir (ganadora del Oscar por Guasón y una de las grandes compositoras del cine) que amplifican el mundo de la película.
Está Blanchett, claro. Su trabajo corporal, exaltado en las escenas en las que dirige, su sumisión a la música y su frialdad de gerente general de una empresa que es ella misma, es de una composición profunda.
Y vendrán cosas muy buenas del lado de Field, quien es capaz de resumir una historia así en cuatro movimientos, creando una pequeña y hermosa sinfonía para una mujer sola.