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La nueva película "seria" del cómico lo tiene como un buscador de talentos del básquetbol, que descubre a una joya secreta en España; está entre lo más visto en Uruguay.
"Elegimos este camino porque algo dentro nuestro nos empuja a conmover a la gente. Queremos hacerlos reír, llorar, que se desmayen, que sientan, inspirarlos. Queremos darles un escape del cada vez más psicótico mundo en el que vivimos. Y si ustedes son como yo, los graduados de esta facultad elegimos dedicarnos a las artes porque no sabemos hacer otra cosa”, decía hace un par de semanas Adam Sandler en la ceremonia de graduación de la facultad de las artes Tisch de la Universidad de Nueva York. Se trató del discurso de un graduado famoso a una platea entera de jóvenes recién recibidos en la misma institución.
Claro que si alguno de ellos, inspirados por las palabras del exitoso comediante, actor y productor, intentara emular su recorrido profesional es probable que no lograra los mismos resultados. Del stand up a los 17 años, cuando pensaba que no hacía falta escribir una rutina, que el viejo oficio que lo fascinaba solo requería saber charlar con el público, a los cuatro años de facultad en Nueva York y de ahí a las oficinas de guionistas de Saturday Night Live.
El actor de 55 años consiguió lo que solo unos pocos logran. Después de su paso por SNL dio el salto al cine en papeles de hombre-niño especialmente creados para su estilo que le permitieron ganar millones de dólares, cinco premios Razzie al peor actor y un contrato de 250 millones con Netflix para hacer seis películas que ya renovó -por una cifra no divulgada- para hacer muchas más. Pero, sobre todo, aquellos personajes gritones e inmaduros, mujeriegos y románticos, perdedores que a la larga siempre ganan, hicieron que muchos no pudieran separar a Sandler de sus criaturas y pensaran que eso era todo lo que tenía para dar.
Sin embargo, estaban equivocados como lo demuestra Garra, la película disponible desde este miércoles en Netflix en la que interpreta a Stanley Sugarman, un reclutador de los 76ers, el equipo de la NBA. Un exjugador universitario que ama el básquet tanto -o más-, que a su esposa Theresa (Queen Latifah) y a su hija adolescente y que está harto de viajar por el mundo buscando potenciales estrellas. Lo único que desea Stanley es poder formar parte del equipo de entrenadores de su cuadro de sus amores.
“Los tipos de cincuenta no tenemos sueños: tenemos pesadillas y eczemas”, dice el personaje derrotado cuando sus posibilidades de alcanzar sus objetivos quedan en manos del nuevo dueño del equipo, un ambicioso e inescrupuloso heredero interpretado por Ben Foster.
Un film para los amantes de las películas de deportes -cuantas más escenas de entrenamiento, mejor-, Garra cuenta con la producción de LeBron James y la presencia de un batallón de estrellas presentes y pasadas de la NBA (hasta hay una elogiosa mención a “Manu” Ginobili), pero sobre todo es una plataforma para que Sandler despliegue el talento actoral que indudablemente tiene y que muchas veces queda en segundo plano detrás del bufón que aparece en sus trabajos más populares.
Lo curioso en su caso es que ambas avenidas profesionales corren en paralelo, sin entorpecer una a la otra. Al contrario. En el caso de Garra, la habilidad para el humor del protagonista aporta el alivio cómico que la historia necesita cada tanto. En otras ocasiones la diferencia entre las mediocres y -en ocasiones-, horribles comedias que suele protagonizar y producir junto a sus amigos y las películas en las que aparece como actor ayuda a darle profundidad a la trama.
Así sucedía en la frenética Diamantes en bruto (disponible en Netflix) de los hermanos Benny y Josh Safdie dónde Sandler interpretaba a Howard Ratner, joyero tan obsesionado por el básquet como el personaje de Garra pero, a diferencia del noble Stanley, por todas las razones equivocadas.
Claro que esa pasión por el deporte que el propio Sandler adora no es el único punto de contacto entre los dos personajes. Cuando Stanley recorre el mundo arrastrando los pies, con los hombros caídos y la mirada de permanente hastío que solo cambia cuando conoce a la estrella en potencia Bo Cruz (Juancho Hernangomez, jugador español e integrante del equipo Utah Jazz), se le nota, como a Howard, la frustración reprimida, la necesidad de una oportunidad que lo cambie todo y la bronca -con grito marca de fábrica incluido-, cuando no pasa.
Algo de eso se veía también en Los Meyerowitz: la familia no se elige (en Netflix), de Noah Baumbach en la que compartía pantalla con Dustin Hoffman como su narcisista padre y Ben Stiller en el papel del hermano que pudo escapar de su influencia. Como Danny, el buen tipo forzado a tolerar a su padre y sus humillaciones con una sonrisa y una inclinación de cabeza, Sandler conseguía retratar con maestría al tipo golpeado -aunque no vencido- por los rigores de la vida y la pomposidad de quienes lo rodean.