Germán Tejeira: sueños de una noche de año nuevo

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"Todo el cine honesto que se haga acá va a tener una impronta uruguaya". A. Martínez .
German Tejeira, director de cine uruguayo, ND 20150520, foto Agustin Martinez
Archivo El Pais

Antes de que se estrene hoy en varias salas de Uruguay, Una noche sin luna, la nueva película de Germán Tejeira, hizo su camino por festivales. Se estrenó en el de San Sebastián en la sección "Nuevos directores", donde se exhibió a sala llena en la noche inaugural; después se pasó en el de Zurich donde ganó el premio a Mejor película; en Palm Springs; en Santiago de Compostela; en Panamá (y en junio se pasa en Munich)

. Todo eso lo cuenta Tejeira, quien antes había producido Anina, con un tono humilde y simpático en la acogedora oficina de su productora Raindogs en una zona no muy amable del Centro. "Humilde y simpática" también define a esta interesante comedia que reúne a tres personajes y sus historias en un pequeño pueblito llamado Mal Abrigo en una noche de Año Nuevo. De esas cosas habló Tejeira con El País.

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—¿Cómo salió la idea de hacer una película como ésta?

—Una vez fui a ver a Daniel Melingo a la Sala Zitarrosa, hubo un apagón y el tipo siguió cantando con los músicos sin amplificación, creando un ambiente muy íntimo. Todos quedamos medios embelesados con esa situación, y yo me quedé con ganas de escribir una historia para que la actuara Melingo. Ya tenía la punta de otras dos historias para Roberto Suárez y Marcel (Keoroglian) que tenían algo que ver entre las tres. Esa fue la punta de la madeja para empezar a escribir. La música de Melingo fue, sin duda, una inspiración atmosférica para toda la película.

—Una noche sin luna cuenta tres historias apenas unidas por el lugar en que transcurren. ¿Cómo fuiste llegando a esa forma?

—Tenía dos miedos: que quedara como una película medio inconexa o que, por el contrario, fuera una película demasiado ajedrecística. La idea era tratar tres historias con una sensibilidad parecida en sus personajes, en la situación, en los lugares y que en el fondo fuera la misma historia pero con tres personajes que viven tres historias la misma noche. Por eso los cuentos se tocan, pero no tanto.

—¿No querías que fueran episodios?

—En la sala de montaje probamos varias posibilidades y lo que nos pasaba al ser en episodios es que se perdía un poco la emoción: todo se contaba de una y empezaba la nueva, y así. Así que fuimos llevando hasta cierto punto la emoción de cada historia para después atarlas todas juntas y así el climax esté más alto.

—¿Cómo fue trabajar con Daniel Melingo, un artista que admirabas como músico pero que acá tenías que dirigir como actor?

—Maravilloso. Un fenómeno. Es un tipo muy sensible, muy rápido para entender las cosas, muy intuitivo. Y como el personaje estaba escrito para él, eso encauzó un poco el laburo. Con Roberto y con Marcel tuvimos que componer más sus personajes.

—A pesar de que transcurre en un pueblo, y algunas escenas son claramente en Montevideo, no hay como una locación precisa. Y el pueblo es como un lugar de fantasía, al que se entra por un peaje imposible. ¿Esa era la idea?

—Teníamos la idea que ocurriera en Uruguay pero no teníamos interés en que se identificaran claramente las locaciones. Nos interesaba un pueblito medio inventado y un paisaje que no tuviera una referencia clara porque no era importante a efectos de la historia y, además, permite que uno se conecte más con lo que se cuenta y menos con lo que lo rodea. Lo mismo pasó con Anina: pudiendo dibujar el Palacio Salvo, por ejemplo, decidimos que no. O las escuelas podían ser cualquier escuela pero no una en especial. Todo el mundo nos dice "la de Anina es la escuela a la que yo iba". Pero no es ninguna en particular.

—El pueblo tiene algo de "realismo fantástico", con las luces que se apagan, las imágenes en el cielo.

—Sí. Queríamos corrernos un poquito sin forzarlo del costumbrismo más puro poniendo algún elemento más mágico.

—Aunque las historias se cierran y se concretan, también queda la sensación de que esos personajes están como empezando el resto de sus vidas.

—A mí me gustaba esa idea de que el año nuevo siempre llega con promesas de cambio (dejar de fumar, comer mejor) y a la vez hacés un balanza de lo que pasó. Es una noche en la que uno está con la sensibilidad más abierta. En el caso de estos personajes, les pasa que hay cambios que los van sacar para otro lado que, de pronto, tiene esa cosa de año nuevo.

—La película también tiene algún momento de comedia (el "duelo" entre los personajes de Horacio Camandule y Keoroglian, por ejemplo) pero no está en toda la película.

—Para mí hay mucho de comedia, pero es una zona difusa.

—Hablando de comedia, ¿cómo llegaste a incluir a Héctor Perry en la historia?

—A mí me gustó mucho lo que dio Héctor Perry como un tipo que puede expresar mucho sin decir mucho porque su presencia tiene peso. El personaje era un cómico de pueblo: Héctor anduvo volando.

—Y es un personaje conocido.

—Eso me da mucha curiosidad cuando se estrene porque se ha pasado en lugares donde los espectadores no conocen a nadie. Y no tienen el peso de Toyos, Perry o Marcel. Y la gente se ha gozado con esos personajes.

—¿Cómo han sido las reacciones en ese sentido en el mundo?

—En Suiza la gente se mató de risa y yo no entendía nada. Para mí es una comedia pero más sorda, aunque los suizos se reían a carcajadas. Y en Panamá, como que estaban con esa cosa de la melancolía uruguaya y la veían así.

—La productora se llama Raindogs como el disco de Tom Waits y en la película hay una canción de él, "Lullaby". ¿Cómo se dio eso?

—Le mandamos un mail al mánager y el tipo dijo que sí, que quería ver la película pero que sí. He hicimos un arreglo muy conveniente: nos cobró la mitad que una cumbia conocida uruguaya. Quizás conozca a Melingo y por eso se copó.

—¿Te sentís parte de un movimiento de cine uruguayo?

—Sí, por el hecho de vivir acá y de gozar con cosas de acá, aunque haya películas muy distintas, todo cine honesto va a tener una impronta uruguaya.

La experiencia de "Anina" y el placer de trabajar para los niños.

—Su productora, Raindogs es muy activa ¿En qué está trabajando ahora?

—En varias cosas. Julián Goyoaga (productor ejecutivo de Una noche sin luna y socio en la productora) está trabajando en un proyecto que yo produzco,Variaciones de Koch sobre novela de Manuel Soriano. Y con Alfredo Soderguit, el director de Anina, estamos en una segunda animación que vamos a codirigir. En estos viajes conocí gente a la que le había gustado mucho Anina y tuvimos charlas lindas en las que hubo algún interés en producir algo.

—La experiencia de Anina fue muy buena.

—De las más lindas. Hacer cosas para los niños está buenísimo porque no tienen ningún tipo de filtro, si no les gusta te dicen cosas que están buenísimas, y si les gusta, les encanta. El niño es como un ojo menos prejuicioso. Los adultos de distintas clases sociales pueden tener opiniones muy diferentes, pero un niño de un contexto complicado y el de una familia económicamente bien se ríen de los mismos chistes, hay un disfrute más puro.

—Por eso vas a volver a trabajar en una película para niños.

—Sí, siempre que se pueda.

TRES HISTORIAS, TRES PERSONAJES.

Molgota - Daniel Melingo.

Está preso, y le quedan 14 años más adentro, pero puede salir a tocar en la fiesta de Año Nuevo del club de Mal Abrigo. El personaje es muy parecido a Melingo con esa melancolía bohemia de paso cansino que se defiende con canciones.

Antonio - Roberto Suárez.

Es un mago que está contratado para actuar en la fiesta del club, pero queda trancado con su conejo en un peaje solitario atendido por una mujer con la que comparten la peor cena de fin de año. Pero de todo se aprende y en todo hay algo bueno.

César - Marcel Keoroglian.

Es un taxista que se va a Mal Abrigo a pasar la última noche del año con su hija, su exposa y su insoportable nuevo marido. Intenta armar un poco su papel de padre en una situación llena de incomodidades y accidentes un tanto desesperantes.

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Hoy se estrena Una noche sin luna, una película uruguaya con tres historias

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