Héroes así ya no quedan

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La película cuenta la historia de un aterrizaje en el Hudson. Foto: Difusión
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Courtesy of Warner Bros. Enterta

Hoy se estrena la nueva película de Clint Eastwood, basada en un caso real.

Tan distintos y tan iguales, a lo largo de casi 60 años de carrera Clint Eastwood ha representado al héroe cinematográfico en diferentes personificaciones. Aunque tan distintos en sus métodos, tan iguales en sus ideales.

En los ajenos (su "hombre sin nombre" de los spaghetti westerns de Sergio Leone; su Harry Calahan de la saga que inició Don Siegel) y en varios propios (Bill Munny de Los imperdonables, Frankie Dunn de Million Dollar Baby; Walt Kowalski de Gran Torino), Eastwood ha trazado la odisea del héroe moderno. Ha desarrollado como ningún otro director la "fordiana" (por John Ford) Más corazón que odio: a veces no hay lugar para ellos en este mundo.

Es historia conocida que Eastwood —quien nació en San Francisco el 31 de mayo de 1930, o sea que tiene 86 años— comenzó como un cowboy de televisión, se convirtió en una estrella expatriada en el Lejano Oeste que se inventó en Italia, y volvió del exilio para disfrutar un éxito que no dejó ir más. A comienzos de la década del 70 concretó sus ganas de ser director y, principalmente a partir de Los imperdonables (que es de 1992) empezó a ser considerado, ante una evidencia contundente que se sigue apilando, un gran maestro. Sus películas, desde entonces, consiguieron 16 premios Oscar. Es el último director clásico del cine americano.

Se ha convertido, además, en un personaje público al que se suele cargar de ideología, una acusación que quedó respaldada en su incoherente diálogo con una silla vacía en una convención republicana. Pero con una obra como la suya y la misión inalterable de seguir haciendo películas necesarias, deja cualquier dato de esa calaña en la categoría de anécdota trivial.

Eastwood ha dicho muchas cosas en sus películas, siempre tan tradicionales, siempre pasibles de tantas lecturas. Ha ido sintetizando, casi desde la experiencia personal, el camino de la violencia en la sociedad estadounidense.

Lo ha hecho, además, desde la construcción de un solo héroe que fue creciendo, moldeándose y madurando en público. En definitiva, ¿no será Kowalski, el veterano y exobrero de la Ford convertido en mártir al final de Gran Torino, aquel Harry Callahan, policía de San Francisco de gatillo fácil que terminaba desafiando al propio sistema que defendía? Estos protagonistas de Eastwood siempre pelean la lucha de los justos; lo que cambia son las herramientas para hacer su trabajo. Ha ido entendiendo la inevitabilidad de la violencia y a la vez su inutilidad.

En ese estudio sobre la mítica figura de las narraciones tradicionales que Eastwood ha desarrollado en toda una parte de su filmografía (y que alcanza su punto más extremo en el díptico de la Segunda Guerra Mundial que conforman La conquista del honor y Las cartas de Iwo Jima), Sully es un nuevo capítulo. Es el segundo héroe de la vida real (sin contar el Hoover de J. Edgar) pero en Invictus, Nelson Mandela era un secundario.

El capitán Chesley "Sully" Sullenberger fue el piloto comercial que el 15 de enero ordenó un aterrizaje de emergencia sobre el río Hudson, una maniobra temeraria que consiguió sacar ilesos a los 155 pasajeros. El incidente, no por nada, es llamado "Milagro sobre el Hudson". La película reconstruye el momento tan feo, así como el juicio posterior en el que se puso en duda, en base a simuladores, la pertinencia de una opción tan arriesgada.

Interpretado por un Tom Hanks (¿quién más?) de beatíficos pelo y bigotes canosos, Sully representa la capacidad humana de resolver situaciones complicadas, una eventualidad que hemos tercerizado con la tecnología (en la realidad) o con los superhéroes (en la fantasía). La insistencia en que, aun en la posible falla, deberíamos confiar más en nuestros propios superpoderes, es una de las consignas de la película.

A diferencia de otros, sin embargo, Sully (que en alguna toma es enmarcado sobre un espejo como la figura de un santo) no está solo y Eastwood, que es un maestro de las sutilezas clásicas, siempre lo encuadra en las audiencias públicas con su copiloto, y hay que ver como construye Aaron Eckhart a su personaje desde sus silencios en segundo plano. El héroe no es un ser solitario, y es en la combinación de valor, confianza y trabajo en equipo en donde están sus principales armas.

El otro dato es la necesidad que tenemos todos de recuperar la figura de aquel que saca la cara por nosotros. Ese pueblo —encarnado en una maquilladora o un camarero, gente común— está lleno de respeto, gratitud y admiración. Una aparición final del propio Sully afirma la idea. Ese pueblo, eso sí, está amenazado por el sensacionalismo de los medios que, básicamente, dicen cualquier cosa.

Eastwood es un gran director y hay que ver cómo maneja el suspenso a pesar de que sabemos el final de la historia. El accidente es mostrado desde varias perspectivas y el fantasma del 11-S es explícitamente convocado: Nueva York y los neoyorquinos son otros de los grandes protagonistas.

Sully no es Harry Callahan, Walt Kowalski o William Munny pero es un héroe a la altura de estos tiempos. Eastwood nos lo explica en una película que parece chiquita pero termina siendo así de grande.

Sully [****]

Estados Unidos, 2016. Título original: Sully. Dirección: Clint Eastwood. Guión: Todd Komarnicki sobre libros de Chesley Sullenberger y Jeffrey Zaslow. Fotografía: Tom Stern. Música: Christian Jacob y Tierney Sutton Band. Diseño de producción: James J. Murakami. Con: Tom Hanks, Aaron Eckhart, Laura Linney. Duración: 96 minutos. Estreno: 1° de diciembre.

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